Carta Pastoral por el Trienio de la Juventud

Carta Pastoral por el Trienio de la Juventud

Carta de los Obispos del Paraguay por el Trienio de la Juventud.

“ABRAZARSE A CRISTO JESÚS”

Ustedes son mis amigos – Jn 15,14

I- PRESENTACIÓN

Saludo

A los fieles católicos del Paraguay,

Pastores, agentes de pastoral y, de una manera especial, a los jóvenes,

Saludos, bendiciones y paz en Cristo Jesús que viene a nuestro encuentro y nos llama a una vida nueva.

Los Obispos del Paraguay dirigimos esta Carta Pastoral a los fieles y a las personas de buena voluntad, en general, y a los jóvenes de nuestra patria, en particular, con motivo del Trienio de la Juventud que hemos iniciado y que encomendamos al amparo y la protección de nuestra Madre, la Virgen de los Milagros de Caacupé.

La vida de los jóvenes es un don de Dios, cada vida es una bendición. Cada joven vida es una oportunidad y una promesa que se abre paso en nuestra realidad, para que aporte con su originalidad y con su belleza en la edificación de nuestro mundo, de nuestro país, de nuestra Iglesia. Sabemos el valor de los jóvenes, ¡cuán preciosos son ante los ojos de Dios! A una joven Virgen de Nazaret eligió Dios y le confió la misión más excelsa y sublime, ser madre del Redentor.

Motivación

Toda la Iglesia en el Paraguay asume el Trienio de la Juventud como una oportunidad para redescubrir y profundizar la insondable riqueza de Jesucristo, “el mismo, ayer, hoy siempre”, que nos llamó a su amistad: “…Ustedes son mis amigos” (Jn 15,14). Igualmente, queremos experimentar con nuevo entusiasmo la riqueza de la amistad de los jóvenes de hoy acogiendo sus inquietudes y anhelos, sus penas y alegrías, sus gozos y esperanzas. Con S. Juan Pablo II y el Papa Francisco les invitamos a abrir el corazón a Cristo que abraza al creyente en una relación de amistad, más allá de una adhesión externa a su Mensaje.

Nos inspira para esta propuesta el testimonio de nuestros padres en la fe que nos hablaron de Dios como “Amigo de la vida” (Sabiduría 11,26); y que entabló amistad con Moisés: “El Señor hablaba con Moisés cara a cara como un hombre habla con su amigo” (Ex 33,11). Igualmente, Abrahán es considerado “amigo de Dios” (Sant 2,23). La Sagrada Escritura presenta a Dios que confió tareas desafiantes a personas jóvenes como Jeremías (Jer 1,4-10), David (1 Sam 17), a María, la doncella de Nazaret (Lc 1,26-38). Nos impulsa sobre todo, la historia de Jesús de Nazaret que revolucionó la relación con Dios experimentada desde la amistad y no desde el temor, y ofreció su amistad a hombres y mujeres. Muy provocativamente, los evangelios  testimonian de la amistad de Jesús con los pobres, publicanos y pecadores (Lc 15, 2).

Más cercanos a nosotros, nos ilumina el testimonio de los santos, con razón llamados “amigos de Dios”. Nos vienen a la memoria Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Juan Bosco, Teresa de Calcuta, y tantos otros que nos dijeron con su vida que la amistad de Jesús fue lo mejor que les ha pasado. Este llamado está motivado también en nuestra historia eclesial reciente: desde hace 30 años se realiza la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), las conferencias latinoamericanas de Puebla[1] y Aparecida[2], la consulta y reflexión de la Iglesia en el Paraguay en los años 2000[3], el testimonio, los documentos[4] y la visita del Papa Francisco a Paraguay en 2015 donde tuvo un encuentro muy especial con los jóvenes.

La Iglesia en Paraguay ha iniciado el Trienio de la Juventud desde diciembre de 2016 haciendo que la juventud sea su prioridad pastoral. Aceptamos el desafío de optar por los jóvenes y pastorear el rebaño joven del Señor. Esto significa para nosotros Pastores, tomar medidas concretas y dedicarnos a los jóvenes del país con el celo pastoral que nos debe caracterizar. Este es el momento.

 

II- MIRADA A LA REALIDAD

1. En un mundo que es don de Dios

Nuestra mirada sobre la realidad del mundo en el que vivimos es fundamentalmente positiva y esperanzada (Gn 1,31), porque creemos que ella es creación de Dios. Nuestro mundo es un signo del amor creador de Dios; en ese mundo, ratificando su bondad, se hizo presente Jesucristo, porque “tanto amó Dios al mundo que le dio a su hijo único (Jn 3,16); y ese mundo es el que espera gimiendo la plena manifestación de los hijos de Dios para verse liberado y participar de su libertad gloriosa (Rom 8,19-21). Este mundo confiado a la persona humana (Gn 1,27-31) es el espacio de nuestra misión (Mt 28,16-20); en él estamos llamados a ser sal y luz (Mt 5,13-16) y ser fermento (Mt 13,33); a cuidar el trigo sin obsesionarnos por arrancar ya la cizaña (Mt 13,24-30).

En el mundo en que vivimos, por la muerte y resurrección de Jesucristo, está ya presente la nueva creación (Jn 20,19-23); “los cielos nuevos y la tierra nueva” (Ap 21,1). Un signo de esa nueva creación es la Iglesia que vive por el testimonio del amor, del perdón, de la paz y de la fraternidad (Hch 2, 42). Un signo de lo nuevo, es de modo peculiar, la juventud y su apertura al futuro, el anhelo de libertad, de plenitud de vida y de felicidad (Mc 10,17-22). El signo, por excelencia del mundo nuevo, del reino de Dios, presente ya entre nosotros, es el servicio a favor de la dignidad del ser humano: “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia” (Mt 11,5).

El Cantar de los Cantares habla de la belleza de este mundo, la hace poesía de enamorados: “¡Qué bella eres amada mía”! (Cant 4,1). La belleza de la historia de Jesús de Nazaret, que ha puesto su morada en el mundo,  es también la que queremos que nos asombre de nuevo como asombró a aquellos guardias que fueron enviados a él: “Nadie ha hablado jamás como lo hace este hombre” (Jn 7, 46). En la belleza de este mundo percibimos aquella otra Belleza que nos atrae y nos fascina como un día a Agustín: “¡Tarde te amé! Hermosura tan antigua y tan nueva, ¡tarde te amé!”. La belleza de este mundo, experimentada como una madre, se hizo canto en la Historia de Francisco de Asís y lo queremos cantar de nuevo: ¡Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra…! Y aquél asombro que resonó en los orígenes del mundo es el que queremos experimentar de nuevo mirando el mundo en el que vivimos: “Y vio Dios que todo cuanto había hecho era muy bueno” (Gn 1,31).

En este mundo marcado por la muerte y resurrección de Jesucristo, iluminados por el amor victorioso de Dios sobre el poder de las tinieblas, estamos llamados durante este Trienio a redescubrir el significado de la Iniciación a la vida cristiana, es decir, a sorprendernos de nuestra condición de hijos e hijas de Dios (Bautismo); nuestra condición de templos del Espíritu (Confirmación), y comensales en la cena del Señor (Eucaristía). Estos sacramentos nos hacen “nacer de nuevo” (Juan 3,3.7) por la acción del Espíritu, a fin de contribuir en la transformación de las estructuras de pecado que impiden la plena humanización de las personas.

2. En un mundo amenazado

Si bien nacemos “de lo alto” (Juan 3,3) también nacemos en una familia y nacemos en una sociedad. Llegamos a ser y desarrollar plenamente nuestras potencialidades mediante la educación: una educación para ser persona por el amor, una educación a la justicia para elevar la dignidad de los que tienen menos oportunidades; educación a la paz para convivir; educación a la vida política con plena participación en nuestro destino, y educación al sentido último y trascendente de la vida desde los valores que nos construyen como personas.

En este horizonte, ofrecemos una mirada pastoral sobre las instancias y situaciones  que afectan más fuertemente a los jóvenes.  No pretendemos ser exhaustivos ni tener la última palabra en lo que afirmamos, sino que planteamos una comprensión que podrá ser enriquecida y ampliada.

La familia como santuario de la vida, que nos engendra a la vida, es el espacio privilegiado para aprender a amar: ser amados para poder amar; ser acogidos para poder acoger; ser contenidos para poder contener. Necesitamos anunciar el Evangelio de la familia hoy[5], acompañar, discernir e integrar la fragilidad de las familias[6]. Los desafíos que afronta la familia en el mundo de hoy no son pequeños: “…tendencias culturales que parecen imponer una actividad sin límites, una afectividad narcisista, inestable y cambiante que no ayuda siempre a los sujetos a alcanzar una mayor madurez”[7]. La educación en el amor es tarea prioritaria y natural de la familia, pero es también una tarea de la escuela y de todas las instituciones de la sociedad, en cuanto que el fin de las estructuras sociales es servir a los ciudadanos para que vivan una vida digna. El camino a la plena humanización es la educación en el amor.

La Escuela y las instituciones educativas, que nos inician a la vida social, requieren una atención integral que incluya la infraestructura, la formación y la valoración social del docente, la excelencia de la gestión y una coherencia curricular entre los distintos niveles que la componen: de educación inicial a la educación media, y de esta a la universitaria. La atención a estos desafíos en niveles diferenciados es tarea de todos: de la familia, del Estado, de la Iglesia, presente en la escuela con una larga trayectoria, y de los mismos jóvenes, como ha ocurrido últimamente, mediante las organizaciones estudiantiles. La educación formal, además de enseñar a leer y escribir, debe educar a la ciudadanía activa, el espíritu crítico frente a los antivalores de nuestra sociedad: la corrupción, la exclusión social, la desigualdad.

El medioambiente hoy siente el impacto de complejos desafíos: la contaminación de los ríos y del aire, el deterioro de la calidad de agua dulce disponible, la deforestación, la concentración urbana con sus problemas de transporte, de inseguridad, de hacinamiento de personas, la falta de empleo,… todas situaciones que el Papa Francisco señala cuando habla de ‘la ecología de la vida cotidiana’: “Para que pueda hablarse de un auténtico desarrollo, habrá que asegurar que se produzca una mejora integral en la calidad de vida humana, y esto implica analizar el espacio donde transcurre la vida humana”[8].

El mundo laboral. En nuestra sociedad, los jóvenes están amenazados por la falta de oportunidades para un trabajo que permita vivir honestamente. El trabajo escasea o es a menudo mal remunerado. El desempleo en nuestro país tiene rostro joven y de mujer[9]. Existen 270 mil jóvenes ‘NINIs’, (ni estudian, ni trabajan).  Así como cuestionamos el desempleo reconocemos que existen también jóvenes quienes, en una auto-marginación, no participan activamente en desarrollar sus talentos dados por Dios.

La violencia. El hostigamiento (bullying) entre jóvenes y niños, es un fenómeno que lamentamos y reprobamos, como cualquier otra forma de abuso de poder, abuso físico o sexual, que deja secuelas gravísimas.  También preocupan las situaciones de violencia intra-familiar.  No podemos callar los casos de violencia criminal que flagelan a la juventud tanto como víctimas y como victimarios: robos, asaltos, agresiones, homicidios,… Nos hace falta conquistar nuevamente la cultura del respeto con autoridad moral, siendo todos nosotros más coherentes y creíbles.

El consumo de drogas, con la intensificación del narcotráfico, es una triste realidad que va en crecimiento con consecuencias desastrosas en el ambiente cotidiano afectando a todos: niños, jóvenes, adultos, de todas las clases sociales. Aquí enfrentamos una gran escasez de recursos y de compromisos de parte de todos los actores sociales.  Debemos dar respuesta urgentemente a este desafío educativo y evangelizador.

La degradación de la vida afectiva y sexual. La educación a una vivencia respetuosa y madura de la afectividad y la sexualidad es una deuda con los jóvenes. Les debemos una educación afectiva y sexual realista, una educación sexual que apele a la libertad, que atraiga por su belleza sin olvidar sus exigencias para que sea verdaderamente humana y humanizadora. No podemos ignorar los problemas vividos con dolor en este ámbito: relaciones sexuales precoces que acaban con embarazos no deseados, varias formas de acoso y abuso de poder, incluyendo el uso de la tecnología (“sexting”), superficialidad en las relaciones humanas, etc.

Los desafíos señalados exigen a los ciudadanos, organizados e individualmente considerados, implicarse más activamente en la vida cívica para aportar en la solución de los grandes desafíos que afrontamos. El nuevo Paraguay que anhelamos, sólo será posible con la participación de todos, especialmente de los jóvenes.

La Iglesia acompaña y anima a las personas mediante la atención pastoral a las familias en las diversas comunidades cristianas; está presente en las escuelas e instituciones de educación superior; sostiene la esperanza y colabora con muchas familias en multiplicidad de servicios sociales. Desde su misión de ayudar a nacer a la vida de la gracia por el anuncio del Evangelio, nuestra Iglesia renueva su compromiso de servicio humilde a la humanidad. Para ser sal de la tierra y luz del mundo debemos trabajar unidos todos los miembros de la comunidad eclesial, rica en carismas y ministerios.

La Iglesia hoy necesita una ‘impostergable renovación’: “con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación”[10].

Los pastores reconocemos que necesitamos conversión pastoral y renovación moral, junto con una actualización y una formación permanente. También, hay un déficit en la formación, la madurez y el compromiso cristiano de los laicos en su vocación al servicio de la transformación del mundo desde Evangelio.  Ambos son desafíos ineludibles.

 

III- LA BUENA NOTICIA DE LA AMISTAD DE DIOS

. “Abrazarse a Cristo Jesús”

Hemos escogido como lema del Trienio la expresión “Abrazarse a Cristo”.  Viene del siguiente pasaje:

“Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre. Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes y los preparé para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca. Así es como el Padre les concederá todo lo que le pidan en mi Nombre. Ámense los unos a los otros: esto es lo que les mando” (Juan 15,12-17).

El cuarto evangelio es el que más ha elaborado la relación entre el creyente y Dios en referencia al amor, la amistad, el discipulado de amor, la pertenencia mutua. Es el evangelista que describe mejor los vínculos de Jesús con su entorno: la referencia al discípulo amado (Jn 19,25-27); la amistad con la Magdalena (Jn 20,10-18); la amistad con la familia de Marta, María y Lázaro (Jn 11,1-54); la misión pastoral de Pedro presentada en términos de amor (Jn 21,15-23); la referencia a la Madre en los momentos significativos de su vida: Caná de Galilea y al pie de la cruz (Jn 2,1-11; Jn 19,25-27).

El contexto más amplio de nuestro pasaje de Jn 15,12-17 que habla del mandamiento del amor y de la relación de amistad, es la alegoría de la vid y las ramas (Jn 15, 1-8) y lo opuesto de esta estrecha relación, el odio del mundo (Jn 15,18-25). La sabia de vida que va del tronco a las ramas en la vid, es la sabia de vida que une a Jesús con los discípulos en una mutua pertenencia que se repite (v. 4.5.6.7). Este “permanecer” es el que lleva a amar y a vivir en la amistad. El “Abrazarse a Cristo Jesús”, como dice nuestro lema, es un signo de amistad que no se queda en las palabras sino que se expresa afectivamente. Otros pasajes recogen las expresiones afectivas del amor y la amistad de Jesús.  A la mujer que interceda por su hija, le alaba por su fe: “Mujer, ¡Qué grande es tu fe!”(Mateo 15,21-28); en la casa de Simón, defiende a la mujer que le toca, “por el mucho amor que ha manifestado” (Lucas 7,47); la Magdalena, junto al sepulcro, remonta a un gesto afectivo (Juan 20,1-17).

La amistad que propone Jesús a los discípulos representa un nuevo paradigma en la relación con Dios, que se funda en la confianza, la transparencia, la intimidad, el diálogo, en la pertenencia mutua: “Ustedes son mis amigos” (Jn 15,14). La relación fundada en el temor de los siervos hacia el patrón queda superada por la confianza de la amistad: “En adelante, ya no les llamaré siervos, porque el siervo ignora lo que hace su Señor” (Jn 15,15). Así se entiende que ya no haya secretos, porque entre los amigos se comparte todo en transparencia.

3.2. La exigente y provocativa amistad de Jesús

La relación de amistad es un modelo para todo creyente, significativo y desafiante, especialmente para los jóvenes de hoy. Por ello, a la luz de la experiencia de amistad queremos comprender la propuesta del Trienio:

Una amistad liberadora e integral: “Ve, vende lo que tienes…, luego sígueme” (Marcos 10,21). Jesús llama a asumir la vocación propia. Nos alegra reconocer el testimonio de tantos jóvenes que han encontrado la amistad de Jesús y lo siguen con alegría en la vida religiosa, sacerdotal, consagrada. Otros entregan su tiempo y cualidades en el voluntariado social, el servicio de su comunidad y la misión. La amistad de Jesús libera de la preocupación por sí mismo y del repliegue sobre el mundo virtual. También abre a la realidad de las personas que nos rodean y nos permite vivir compromisos y aventuras que superan nuestros sueños más atrevidos. En la amistad con Jesús podemos abrazar nuestra realidad personal hecha de luces y sombras; abrazar también al prójimo que nos interpela con sus necesidades; y abrazar la realidad del mundo con sus desa-fíos.

Una amistad festiva y gozosa. “Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes” (Jn 15,11). Jesús llama a vivir la vida como fiesta.  Sabemos que la buena la vida cuando se comparte y se dona. La presencia de los jóvenes con su capacidad para el gozo y la fiesta, expulsa la tristeza y el desánimo de muchas personas, y da testimonio de la vida resucitada del Señor en nuestro mundo cansado. “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien”[11]. La alegría y la fiesta expresan la victoria de Dios sobre todo lo que roba la alegría.

Una amistad que ofrece sentido y plenitud a la vida: “Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado” (Jn 15, 12). La amistad con Jesús ayuda a comprender la vida en clave de la entrega de sí mismo, de la apertura a otros para ofrecer la propia riqueza y enriquecerse con el don del otro. La vida se plenifica en la medida que otros nos revelan lo que somos con su presencia. Es la antropología de la hospitalidad que revela la tradición judeocristiana confesando a un Dios que puso su morada entre nosotros[12] para que nosotros encontremos nuestra morada en Él. Así comprendemos que “el que quiera ganar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por mí y por el evangelio, la encontrará” (Mt 16,25). En el encuentro con Jesús encontramos la vida en plenitud (Juan 10,10).

Una amistad que propone desafíos y moviliza. “Les he destinado para que vayan y den fruto y ese fruto permanezca” (Juan 15,16).  Este fruto es nuestra contribución social.  Jesús invita a ser partícipes de la construcción de un mundo nuevo, según los valores de las bienaventuranzas: el amor, la justicia, la paz, la solidaridad.  La amistad con Jesús nos motiva a asumir nuestro compromiso ciudadano, luchar por el bien común y la dignidad de la persona humana. La fe es una fuerza de creación y transformación que sacude la indiferencia hacia las necesidades del prójimo; la fe puede realizar el milagro de derribar los muros que se construyen para excluir a los más necesitados y pobres de nuestro mundo. También nos impulsa a liberar nuestros dones y ponerlos al servicio de los demás.

Una amistad dispuesta a entregar la vida: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Juan 15,13). Jesús da el testimonio de una vida intensamente vivida.  Hablaba con pasión de Dios y de la realidad humana.  Estaba conectado con la realidad suya del campo, de la casa, del trabajo, de la naturaleza… Contemplaba los “lirios del campo” (Mateo 6,28), la mujer que amasa el pan (Mateo 13,33), los obreros en espera del empleo (Mateo 20, 1-16), el gesto de la viuda pobre (Marcos 12,41-44).  Sentía tristeza ante la dureza de corazón de su gente (Mateo 19,8), ternura por el muchacho inquieto que se interrogaba sobre la vida eterna (Marcos 10,21), compasión por el dolor de la madre que lloraba la muerte de su hijo (Lucas 7,14).  Así como vivió, murió con pasión.  La amistad de Jesús nos anima a vivir como él, con pasión, con libertad, con amor.

Una amistad exigente. La amistad es pasión pero en el corazón de la vida apasionada hay una renuncia, un precio que exige el amor. La amistad que propone Jesús lleva el  sello del sacrificio y de la Cruz: “si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”(Lucas 9,23). La declaración de las Bienaventuranzas (Mateo 5,1-11) unifica los afectos y las acciones en un verdadero testimonio de ética, nobleza y belleza de vida.  La amistad con Jesús lleva al servicio  desinteresado a la vida ajena (Lucas 10,29-37; Juan 13) y a la capacidad de amar a los que son distintos o contrarios (Mateo 5,43-47). Los discípulos se hicieron amigos del Señor en la purificación de sus motivaciones y aspiraciones, en la participación de su misión y de su sacrificio, de sus ideales y valores, hasta comprender el sentido del verdadero amor, que nace de Aquel que lo dio todo por nosotros.

Una amistad que crea una comunidad de pertenencia. “Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes” (Jn 15,16). Jesús llama amigos a sus discípulos, una comunidad integrada por mujeres y varones. Los discípulos que le siguen constituyen un grupo abierto donde todos pueden sentirse incluidos porque Jesús los llamó y los eligió.  Esta comunidad es más fuerte que la familia: “¿Quién es mi madre?” (Mateo 12,46-50).  Da sentido a la vida, ofrece sostén y contención, exige compromiso y perdón. Es Él el verdadero remedio para la soledad existencial tan actual en nuestra sociedad.

Una amistad con una espiritualidad propia. Abrazarse a Cristo invita a una espiritualidad de intimidad orante y escucha de la palabra del amigo, como había entendido Teresa de Ávila la oración.  Invita también al atrevimiento del encuentro con el con el otro, el diferente, el excluido, el pobre, el extraño, para vivir una auténtica amistad.  Es una espiritualidad en la acción, que motiva a vivir con alegría y gozo, en el compromiso cotidiano, la Pascua de Jesús: morir a nosotros mismos para vivir en comunión.

 

IV- ALGUNAS LÍNEAS DE ORIENTACIÓN Y ACCIÓN

4.1. El compromiso de los Pastores.

Los Pastores, sacerdotes y obispos, en primer lugar, han de vivir la amistad con Cristo y nutriéndose de ella, afianzar la opción preferencial por los jóvenes.  Así podrán ofrecer y testimoniar la Amistad de Jesucristo para que en Él todos encuentren la vida que buscaba  aquel joven del evangelio que preguntaba a Jesús: “¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna?”(Marcos 10,17)

La Iglesia con sus Pastores y agentes pastorales debemos pasar de una proclamación a una opción más clara y decidida por los jóvenes, creando, organizando y acompañando la Pastoral de Juventud en las Parroquias y comunidades eclesiales con una propuesta abierta a las inquietudes e intereses de los jóvenes. Queremos una Pastoral de Juventud que abrace a todos los jóvenes y sus situaciones, que vaya más allá de la catequesis de confirmación y esté abierta a jóvenes con interés por el arte, el deporte, el voluntariado, etc.

Los Pastores, mediante la Comisión de Educación de la Conferencia Episcopal, nos comprometemos a elaborar el Estatuto de las Escuelas Católicas y Centros Educativos a fin de fortalecer su labor con una mayor sinergia, obteniendo recursos financieros en convenios con organismos gubernamentales y no gubernamentales.

Los Pastores, mediante la Comisión de Catequesis, nos comprometemos a elaborar un Itinerario de Educación en la fe que recupere la centralidad de la Iniciación a la vida cristiana. Debemos proponer de nuevo la vida cristiana como una respuesta a los anhelos profundos de las personas, especialmente de los jóvenes.

4.2. El compromiso de la Escuela y Centros educativos

La Escuela y las Instituciones Educativas son espacios vitales y estructuras que en sí mismas, como comunidades educativas testimonian la vida cristiana por su estilo de relaciones y sus propuestas educativas inspiradas en el Evangelio. Creemos que una respuesta estructural al desafío de la educación de los jóvenes es la Escuela Católica y Centros de Educación Superior.

La Escuela Católica y los Centros de Educación Superior pueden brindar una educación de calidad a los jóvenes con programas explícitos de educación al amor, educación en la justicia, educación sociopolítica en sintonía con la Doctrina Social de la Iglesia.

Los responsables de la educación dependientes de la Iglesia deben responder al desafío de un trabajo en red, con planes y propuestas más específicas a los desafíos sociales, políticos y económicos de los jóvenes de nuestro país.

Aprovecharemos el Trienio para discernir y diseñar juntos, en cada Diócesis, Parroquia e Institución Educativa, programas educativos y pastorales, que respondan a las necesidades y los anhelos de las diversas categorías de jóvenes, pensando prioritariamente en los más vulnerables.

4.3. El compromiso de los jóvenes

Invitamos a los jóvenes a ser protagonistas en la construcción de nuestro país involucrándose activamente en procesos educativos, en organizaciones civiles, y asociaciones políticas que buscan el bien común. El objetivo de este protagonismo es de favorecer un crecimiento integral de las personas, en sociedad, con el medioambiente, en relación con Dios.

Exhortamos a jóvenes a dejarse interpelar por la persona de Jesucristo y su anuncio. Apostamos que esta relación puede responder al anhelo de felicidad y ayudar a afrontar las dificultades de la vida.  Jesús realmente puede dar sentido a la vida.  Con él podemos construir una nueva “Civilización del Amor”[13].

Partiendo de aquellos desafíos de Aparecida, (“la Pastoral de Juventud ayudará a los jóvenes a formarse, de manera gradual, para la acción social y política y el cambio de estructuras…”[14]), los jóvenes se comprometerán a remodelar  la cultura de nuestro pueblo paraguayo a través de los ideales de amor, justicia, reconciliación, fe y paz.

Será oportuna la preparación, la organización y la celebración de un foro de la juventud sobre el tema “Juventud, Iglesia y Sociedad”. Significará un gran aporte a la sociedad paraguaya y a la Iglesia. Los obispos se comprometen en acompañar y participar activamente.

Este Trienio estará acompañado e iluminado por el “Sínodo Ordinario de los Obispos” sobre “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional” en el 2018, en Roma. Invitamos a todos a seguir de cerca este proceso sinodal a través de sus reflexiones, oraciones y aportes.

El Trienio nos ayudará también a renovar nuestra Pastoral Vocacional a fin de que muchos jóvenes puedan tener la alegría de escuchar el llamado de Dios y de ofrecer sus vidas en una vocación elegida en libertad y alegría. A todos el Señor llama a la santidad: en el matrimonio, en las múltiples formas de consagración, en el ministerio ordenado.

Ser parte de una parroquia, una comunidad, un grupo juvenil o un movimiento es un compromiso que el Trienio viene a celebrar y reforzar. Más que nunca la Iglesia quiere ser “puerta abierta” a todas las formas de participación de los jóvenes, especialmente después de la confirmación, en las varias tareas que implica su misión (catequesis, liturgia, coro, Pastoral Social, oración, reflexión bíblica, etc.).

El compromiso de los jóvenes en la Iglesia implica un constante discernimiento: desde su realidad observada y analizada, a la luz de la “amistad con Cristo”, ellos mismos toman importantes decisiones y posturas. Esta práctica del “ver-juzgar-actuar” ayudará a toda la Iglesia a descubrir nuevos itinerarios de formación permanente para todos los fieles.

Al respecto sabemos el compromiso de órganos como el Instituto de Pastoral de Juventud de la CEP y su permanente apoyo a la formación integral de los agentes de la evangelización de la juventud. Debemos recurrir a este precioso recurso. A partir de este modelo, podemos imaginar una “escuela” de formación permanente para el laicado sobre cuestiones como el compromiso socio-político y la participación ciudadana.

4.4  Otros compromisos

El tema de la juventud toca a muchos grupos sociales y eclesiales. Si queremos recibir la gracia del Trienio, debemos participar:

La familia tiene un papel muy importante, y en especial, la Pastoral Familiar.  En este tiempo de tensiones, tecnologías y tiempos reducidos, esperamos aportes para ayudar a las parejas y a sus familias a vivir relaciones más armónicas basadas en un diálogo profundo y auténtico.

En este tiempo de desigualdades y polarizaciones sociales, la Pastoral Social debe atreverse a invitar a los jóvenes a conocer y transformar la realidad nuestra. Para muchos jóvenes se trata de descubrir otros mundos fuera de la propia red y de la tendencia normal a protegerse y encerrarse: la vida campesina, las culturas indígenas, los barrios más pobres, el mundo de los hospitales, los migrantes, y muchas veces algunos vecinos muy cercanos pero marginalizados. Mediante pequeños proyectos podemos favorecer una cultura del encuentro.

En de los compromisos de todos los actores, debemos manifestar la importancia de esta cultura del diálogo y de la paz que debe existir antes que nada en nuestra Iglesia. El Trienio de la Juventud es el momento para inventar estructuras de acogida y también para cuidar nuestro trato mutuo.  Invitamos a los pastores, a los agentes de pastoral, a los mismos jóvenes a “tener los ojos puestos en Cristo” (Hebreos 12,2) para comprometerse a esta apertura constante.

 

V- CONCLUSIÓN

Iniciamos un camino, todos juntos, en este primer año. La peregrinación anual a Caacupé, al encuentro de nuestra Madre María y de su Hijo, coloca bajo su amparo los anhelos, intenciones y metas de este Trienio.

La Iglesia entera espera de este Trienio un tiempo de gracia donde volvamos a dejarnos encontrar por el Amigo Jesús, en su comunidad, en su Palabra, en sus sacramentos y en su amor misericordioso hacia todos, especialmente hacia los más pobres y alejados.  Unidos a Él renovemos nuestra Iglesia para que sea más misionera y más fecunda.

Jesús nos sigue diciendo: “Ustedes son mis amigos, permanezcan en mí, para dar mucho fruto”. Él es el modelo de persona que nos guía y acompaña. Él es nuestra meta.  Dejemos que Él nos abrace y nosotros abracémonos a Él.

 

Padre bueno, Dios de Misericordia y de Paz,

Padre de quien viene toda familia,

Mira a tus hijos e hijas, en este Trienio de la Juventud.

Bendícenos, danos Vida,

Poda a tu Viña para que dé mucho fruto,

Rejuvenece a tu Iglesia para que sea testigo de tu amor.

Jesús, Cristo el eternamente Joven, Amigo que nunca falla.

Danos tu vida abundante, generosa, libre, solidaria.

Haz que permanezcamos en ti,

Que seamos amigos generosos y fieles.

 

Espíritu Santo, Espíritu de Amor,

Danos la audacia de salir de nuestras prisiones,

de nuestra indiferencia, de nuestros repliegues,

para vivir la aventura

de encontrar nuevos amigos y amigas;

Danos el coraje de perdonar, sanar y reunir.

Danos la valentía de los profetas,

y la sabiduría de los corazones puros.

María, Madre de Jesús y Madre nuestra,

Danos tu humildad, tu generosidad,

Para decir “sí” a la Vida, al proyecto de Dios:

saciar a los hambrientos,

elevar a los humildes,

romper las cadenas de la injusticia,

llenar de alegría y paz a nuestro pueblo.

Abrázanos Jesús contigo,

y nosotros jóvenes abrazados a Ti,

alabemos al Padre y al Espíritu

por los siglos de los siglos.  Amén.

 

 

 

 Los Obispos del Paraguay

Asunción, 3 de marzo de 2017

 

 

 

[1]      Documento de Puebla, 1166.

[2]      Documento de Aparecida, 446.

[3]      “Habla Señor, que tu Iglesia escucha”. Líneas Comunes de Acción Pastoral para la Iglesia en el Paraguay. CEP, 2007.

[4]      Exhortación Apostólica Pos sinodal sobre el Evangelio en el mundo de hoy, Evangelii Gaudium y Exhortación Pos sinodal sobre el amor en la familia; Amoris Laetitia.

[5]          Papa Francisco, Amoris Laetitia, 200.

[6]          Amoris Laetitia, 291- 312.

[7]          Amoris Laetitia, 41.

[8]          Papa Francisco, Laudato Sí, 146.

[9]          DGEEC, EPH 2014. Boletín Empleo.

[10]        Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 27.

[11]        Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 2.

[12]   Juan 1,14.  Ver también la homilía del Papa Francisco en Ñu Guasu (2015) sobre el tema de la hospitalidad mutua como definición de la misión cristiana.

[13]   XVII Encuentro Latinoamericano de Responsables de Pastoral Juvenil. Ypacaraí, Paraguay, octubre 2012. Consultado en: http://www.pjlatinoamericana.org/documents/centinela/centinela_4ta_edicion.pdf

[14]        Documento de Aparecida, 446,e.

 

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