Buenos Aires, sus diócesis y sus obispos: más de 400 años de anécdotas

Buenos Aires, sus diócesis y sus obispos: más de 400 años de anécdotas

La segunda parte del recorrido por la historia de la arquidiócesis porteña y por la biografía de alguno de los más destacados obispos que han tenido su cátedra en el histórico edificio de la esquina de Rivadavia y San Martín, frente a la plaza de Mayo.

 

Por Eduardo Lazzari

Las polémicas suscitadas por el nombramiento del nuevo arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge García Cuerva, ponen de manifiesto la importancia simbólica que la sede primada de la Argentina tiene para el poder en la Argentina. La República ha sido, desde sus orígenes, depositaria de una simbiosis productiva entre la tradición laicista proveniente de las revoluciones estadounidense y francesa, y la católica, vertiente heredada popularmente de los tiempos de la colonia española, que han tenido tiempos de enfrentamiento, de acuerdos y sobre todo de permanente negociación.

Sin duda, que el nombramiento haya sido realizado por el primer papa americano y nuestro compatriota Francisco le ha dado una relevancia que no se observaba desde los tiempos en que lo que estaba en juego era la estructura del poder civil íntimamente conectada con la religiosa en el imperio español. Seguiremos hoy en el desarrollo de unas sucintas biografías de los prelados que han encabezado la iglesia porteña y con ello la Iglesia Católica en la Argentina.

El primer obispo de la Independencia: Mariano Medrano

Luego de la muerte de Lué y Riega en 1812, la diócesis de Buenos Aires estuvo en estado de sede vacante hasta que en 1829 el gobierno porteño de Juan Manuel de Rosas logró que se proveyera un obispo para la catedral de la Santísima Trinidad, como es el nombre de la iglesia mayor porteña. Fue elegido por el papa Pio VIII como vicario apostólico y obispo titular de Aulón el sacerdote Mariano Medrano a cargo de la diócesis, y nombrado titular propietario por el papa Gregorio XVI en 1832.

Medrano había estudiado en la Universidad de Chuquisaca, y su relación con Rosas no fue sencilla, debiendo aceptar presiones del Restaurador, como la colocación de retratos del gobernador y su esposa en las iglesias. Al asumir tenía 64 años y murió en 1851, muy poco tiempo antes de la caída de Rosas y del inicio de la organización nacional. Está sepultado en la iglesia de la Piedad, junto a la tumba de su madre.

El primer arzobispo: Mariano Escalada

Mariano José de Escalada Bustillo y Zeballos nació a finales del siglo XVIII, el 26 de noviembre de 1799 en el seno de una de las familias más notables de Buenos Aires. Era primo de Remedios de Escalada, quien sería la esposa de José de San Martín, el Libertador. Estudió en el Colegio de San Carlos, luego en la Universidad de San Felipe en Santiago de Chile. Se ordenó sacerdote a los 22 años y fue obispo auxiliar de Buenos Aires a los 32. Durante el largo gobierno de Rosas fue diputado en dos ocasiones en la Legislatura de Buenos Aires. Fue elevado a la diócesis de Buenos Aires el 23 de junio de 1854, de la que sería su último obispo durante la separación del estado provincial respecto de la Confederación Argentina.

En 1866 Buenos Aires se convierte en arquidiócesis, pasando a depender el resto de los obispos argentinos del metropolitano porteño, monseñor Escalada, que se convirtió así en el primero de los trece arzobispos de la capital argentina. En 1870 se convierte Escalada en uno de los primeros cuatro obispos de la Argentina que participan de un Concilio convocado al Vaticano por el papa Pío IX, quien había visitado el país en 1824 en una misión enviada por la Santa Sede a los países que se habían independizado de España.

Durante las sesiones del Concilio Vaticano I se descompone Escalada y muere el 28 de julio de 1870. Sus restos fueron repatriados y sepultados en la iglesia Regina Martyrum, perteneciente a la Compañía de Jesús, que había sido sede del Seminario que había fundado el propio obispo en una casona de su propiedad en el barrio de Balvanera.

El arzobispo de la conciliación: José María Bottaro

Desde la reconciliación del Estado argentino con la Santa Sede durante la presidencia de Julio Argentino Roca y el pontificado de León XIII en 1900, luego de las reyertas por la implementación de la educación pública a través de la ley 1420 en 1884, las relaciones entre el país y el Vaticano transcurrieron normalmente hasta la presidencia de Marcelo T. de Alvear, en cuyos inicios muere el arzobispo Mariano Antonio Espinosa el 8 de abril de 1923. Eran los tiempos del patronato, es decir el derecho del presidente argentino como herencia directa del patronato real de los monarcas españoles, para proponer una terna de posibles obispos para las sedes vacantes.

Alvear, cuya esposa Regina Pacini se confesaba con el más liberal de los obispos católicos argentinos de la historia, monseñor Miguel D’Andrea, propuso a éste a la cabeza de la terna, que fue rechazada por el Vaticano. El gobierno argentino se mostró indignado con la impugnación y decidió expulsar al nuncio apostólico Beda Cardinale, quien resistió varios meses hasta retirarse. La solución de consenso fue nombrar como arzobispo porteño a fray José María Bottaro, un franciscano nacido en San Pedro el 24 de octubre de 1859, al día siguiente de la batalla de Cepeda, donde Urquiza venció a Mitre. Bottaro había sido provincial de su orden, visitador (inspector religioso) en varios países y cumplió una fina tarea diplomática en México durante la revolución iniciada en 1910, donde fue autorizado por el Papa a vestir ropas civiles, algo muy poco frecuente a principios del siglo XX.

José María Bottaro, el arzobispo de la conciliación. (Foto: Eduardo Lazzari)

Fue un hombre de consenso que logró apaciguar los ánimos y mantuvo su austeridad personal vistiendo el hábito de San Francisco a pesar de su jerarquía episcopal. Comenzó su actividad pastoral el 9 de septiembre de 1926, pero inmediatamente comenzó a sufrir una cruel enfermedad que le impedía movilizarse, por lo que fue reemplazado en los hechos por su obispo auxiliar Santiago Copello. Su renuncia fue aceptada en 1932 y tres años después murió en el convento franciscano de Buenos Aires. Fue sepultado en la Catedral porteña, y hoy día hay dos museos que llevan su nombre: el histórico regional de San Pedro en la provincia de Buenos Aires, y el franciscano de la Ciudad de Buenos Aires.

El primer cardenal: Santiago Luis Copello

Fue el primer latinoamericano de habla hispana en llegar al cardenalato, el sexto arzobispo de Buenos Aires y el primer primado de la Argentina. Su biografía la hemos desarrollado en esta nota.

Buenos Aires sede cardenalicia

Desde la creación de Copello como cardenal, a lo que se sumó la condición de sede primada del Río de la Plata dada a la arquidiócesis de Buenos Aires, los sucesores de la cátedra de Carranza, llamada así en homenaje al primer diocesano porteño, fueron elevados a la púrpura de los príncipes de la Iglesia, con la única excepción de monseñor Fermín Lafitte, que fue arzobispo propietario sólo cuatro meses entre su nombramiento el 25 de marzo y su inesperada muerte el 8 de agosto de 1959. El ya cardenal Antonio Caggiano, obispo de Rosario y adversario del papa Juan XXIII contra las reformas que se iban discutiendo en el Concilio Vaticano II en pleno desarrollo, fue finalmente nombrado en Buenos Aires, a pesar de su carácter francamente conservador.

Caggiano iba a ser arzobispo porteño por casi dos décadas, y renuente a aceptar la reglamentación impuesta en el Concilio que obligaba a los obispos a presentar su renuncia al Papa cuando cumplieran 75 años, creó una conflictiva relación con su sucesor Juan Carlos Aramburu al resistir en el cargo hasta sus 87 años. Aramburu fue uno de los obispos más jóvenes de la historia de la Iglesia al ser ordenado a los 34 años. Su figura estuvo teñida por los acontecimientos de la violencia política de los años ‘70, pero constan muchos testimonios de personas que fueron refugiadas y salvadas por quien fuera creado cardenal en 1976.

Al cumplir 75 años Aramburu renunció, pero el papa Juan Pablo II demoró tres años la aceptación de la dimisión en homenaje al arzobispo y sobre todo para no precipitar un conflicto político con el gobierno del presidente Raúl Alfonsín, que tenía una pésima relación con el arzobispo de La Plata, monseñor Antonio Quarracino, sucesor cantado para Buenos Aires. Recién se hizo efectivo el retiro de Aramburu en 1990, quien fue muy bien definido como “un príncipe florentino de la Iglesia nacido quinientos años después”. Hasta su muerte en 2004 todos los días Aramburu confesaba anónimamente en el santuario de San Cayetano, en el barrio porteño de Liniers.

Quarracino fue creado cardenal en 1991 y fue un activo jefe de la Iglesia argentina, probablemente el obispo más culto que tuvo la institución a fines del siglo XX. Fue el descubridor del padre Jorge Bergoglio, ya destinado a un retiro amable cordobés, durante unas vacaciones que pasó en la “Docta”. Fue tal el impacto del encuentro que Quarracino no paró, incluso viajando especialmente a Roma, hasta que el jesuita porteño fue nombrado su obispo auxiliar. Y el mismo Quarracino, ya enfermo, logró que el papa Juan Pablo II lo nombrara su arzobispo coadjutor, es decir que en caso de muerte o incapacidad era el destinado a sucederlo, lo que ocurrió en 1998.

Monseñor Bergoglio fue elevado a la dignidad cardenalicia en 2001 y cuando ya había embalado sus enseres personales y donado casi todos sus bienes para retirarse luego de cumplir sus 75 años y cumplir con las normas renunciando a la arquidiócesis de Buenos Aires, el destino o el Espíritu Santo, según la creencia de cada uno, lo llevó a ocupar la cátedra petrina en el Vaticano, pero esa es otra historia y sin duda muy apasionante.

(*) Eduardo Lazzari es historiador

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