Un balance del viaje de Francisco

"Respetuoso, dialoguista, abierto a toda forma de humor"

Por Roberto Alifano

El nombre de Francisco, rodeado de una fama que hoy se dilata por el planeta entero, es acaso tan importante como la función del misionero que la representa y nos evoca al Santo más humilde y compasivo de la Fe cristiana.

Quien esto escribe, mediante la generosa gestión de Monseñor Giorgio Lingua, tuvo la oportunidad de saludarlo en la sede de la Nunciatura Apostólica de Cuba y de ser testigo del afecto conmovedor que recibió al iniciar su misión episcopal donde la feligresía católica se agolpó en las calles para aclamarlo. Toda gente agradecida y esperanzada, porque -qué duda cabe- el Papa Francisco es en nuestro tiempo el máximo mensajero del amor y la esperanza, y el líder fundamental que aboga por la paz de nuestro mundo.

En ese primer tramo de su visita a la todavía castigada isla del Caribe, si bien ya se han formalizado los acuerdos de entendimiento diplomático entre Cuba y los Estados Unidos, queda aún un largo camino por recorrer debido a que el bloqueo económico sigue vigente perjudicando a esta amable gente, dolorosamente pobres en su mayoría y tenazmente laboriosa.

Empecemos por señalar que Francisco ha demostrado que es un hombre de clara vocación pastoral y de muy fina intuición política. Luego de eludir el acoso de dos presidentes latinoamericanos que, cámaras mediante y de un modo advenedizo, pretendieron echar aguas políticas para sus molinos, calló lo que debió callar en Cuba y dijo lo que después dijo en los Estados Unidos (y no ciertamente por temor o por conveniencias personales, algo que nunca condicionó su vida, ya que si hacemos memoria, vemos que en la Argentina, su país, donde lamentablemente fue poco comprendido y valorado, todos conocimos sus tajantes palabras, sus posiciones decididas frente a la indiferencia de los gobiernos por la pobreza y la marginación o el flagelo de la droga, su condena del autoritarismo, la prepotencia y la corrupción; ya que otra de las cualidades de Bergoglio es haber construido su influencia personal y la imagen pública a partir de sus propios recursos y esfuerzos estratégicos).

En ese sentido, no le debe nada a nadie, y eso le permite relacionarse, decir lo que dice ante las multitudes que lo aclaman y dialogar con absoluta libertad con los representantes de las naciones y organismos de poder que gobiernan al mundo.

Señalemos que su paso por Cuba sirvió entonces para abrirle a la Iglesia mayores horizontes y para confirmar las tratativas entre los presidentes Raúl Castro y Barack Obama, y que también fue la ocasión de un importante indulto a detenidos, si bien no hubo encuentros ni reconocimientos públicos para con los disidentes. ¿Podía haber declaraciones y gestos hacia ellos en esa sociedad gobernada por una dictadura con puño de hierro sin poner en riesgo esos acuerdos?

El cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana, paciente negociador de las tratativas con el gobierno cubano, se encargó de señalar que no es tarea de la Iglesia cambiar gobiernos, sino llevar el mensaje del Evangelio a la conciencia de las personas, incluidos los dirigentes. Más tarde, a su paso por los Estados Unidos, donde reina la libertad de expresión, el Papa pudo permitirse objetar la discriminación y el racismo, la preponderancia del lucro y el consumismo, y definirse por una economía con perfil decididamente humano.

También se ha dicho que afrontó tarde la tragedia de los abusos sexuales de menores por parte de clérigos. Quizá deliberadamente, el Papa decidió que fuera tema de su cierre para reconocerlo con clara expresión y decidido dramatismo: "Continúa abrumándome la vergüenza de que personas que tenían a su cargo el tierno cuidado de esos pequeños los violaran y causaran graves daños. Lo lamento profundamente. Dios llora. Los crímenes contra menores no pueden ser mantenidos en secreto por más tiempo."

Tanto frente a los congresistas en el Capitolio de Washington, que lo invitaron en un gesto de excepcionalidad histórica, como ante los delegados de las naciones en la ONU en Nueva York, Francisco defendió fervorosamente la libertad, condenó la pena de muerte, propuso con urgencia la defensa de la naturaleza, insistió en la inclusión de los inmigrantes y excluidos, el respeto de las diferencias y se manifestó con amplitud ecuménica frente a todas las tradiciones religiosas y a los que no creen.

Arrancó lágrimas de emoción, sonrisas y repetidas ovaciones. Está claro que este misionero humanista apuesta al mayor número posible de personas en todo el mundo. Su programa está dirigido a acabar con las armas nucleares, atenuar los conflictos y apoyar la convivencia armoniosa y pacífica.

Tuvo así una consideración especial al destacar un ejemplo argentino de enorme trascendencia: el ideal del diálogo interreligioso que inició en Buenos Aires con el rabino Abraham Skorka, tendiente a que todas las personas de diferentes tradiciones pueden intercomunicarse evitando conflictos dogmáticos. Eso lo ofrece definitivamente la libertad y el sano entendimiento entre los hombres de diferentes cultos. Tampoco estuvo ausente su defensa de la familia y del matrimonio; la inclusión de los extranjeros, la educación y la apertura fraterna; la justicia, la democracia y los valores republicanos, presentes en cada uno de sus mensajes.

No pocos analistas insisten en cotejar la severa expresión del cardenal Bergoglio en Buenos Aires con la jubilosa y comunicativa imagen que ofrece desde que es el Máximo Pontífice ("Ser Papa es más divertido", bromeó no hace mucho ante este cronista). Destaquemos que más allá de la asistencia espiritual que para los creyentes tiene gran significación, es justo señalar que cuando él accedió al trono de Pedro terminó el sostenido hostigamiento del gobierno argentino y, aparentemente, los duros conflictos con la curia romana. A Francisco se le presentan ahora desafíos planetarios y arduas tareas para reformar la Iglesia y ganar espacio ante las graves injusticias y los conflictos bélicos, pero hoy su voz llega con libertad a todos y la estructura de la catolicidad depende de sus determinaciones.

En ese contexto, muchos dirigentes políticos de nuestro continente que no se atrevieron a denunciar los atropellos del gobierno de Nicolás Maduro, sostenido por un mediocre y perimido populismo, y nunca se manifestaron contra Fidel Castro, prefiriendo mostrarse como admiradores de sistemas totalitarios, deberían meditar las palabras de Francisco y asumir con responsabilidad sus obligaciones cívicas. También debería aprender de su testimonio buena parte de la dirigencia de nuestra Iglesia, ya que el Papa Francisco da continuos ejemplos de austeridad y coherencia, intentando poner en diálogo la Institución frente a los cambios de la sociedad e insistiendo en una mayor participación laica y en la crítica a un perimido clericalismo.

Como balance final, señalemos en este caso con sentimiento de compatriota, que en su exitosa gira Francisco dejó además una imagen emotiva de buen argentino: se mostró respetuoso, dialoguista, abierto a toda forma de humor y decisivamente comprometido. Vale citar sus emotivos versos del Martín Fierro ante la asamblea de las Naciones Unidas:

Los hermanos sean unidos, 

porque esa es la ley primera.

Tengan unión verdadera

en cualquier tiempo que sea, 

porque si entre ellos pelean, 

los devoran los de afuera...

La creación de arquetipos que exaltan la suma de las cosas concretas es un hábito natural de nuestra mente. Apoyados en el fervor y la confianza que nos inspira y exhala a cada paso, sentimos que Francisco es el principal líder ético y moral de nuestro tiempo. El balance de este viaje episcopal lo confirma.

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