Ese amor a las personas que es anterior a los conceptos

Ese amor a las personas que es anterior a los conceptos

La misteriosa “vitrina del alma” del padre Bergoglio

por Luis Badilla

Hay algunas reflexiones de Jorge Mario Bergoglio que son muy conocidas, sobre todo en Argentina. Por ejemplo, “Los conceptos no se aman, las palabras no se aman, se aman las personas. Todos tenemos una deuda de amor con los demás (…) y de alguna manera los que no hacemos nada somos cómplices”, que propuso siendo cardenal arzobispo de Buenos Aires, el 7 de septiembre de 2008 en el Santuario Nuestra Señora de los Emigrantes, durante la celebración de la misa por el Día del Migrante. Una profesora universitaria argentina, recordando esa oportunidad, afirma: «Sí, esas son palabras propias de Bergoglio, del padre Jorge Mario. Él siempre fue un cura enamorado de las personas, de sus vidas, de sus alegrías, de sus sufrimientos, o como le escucho decir a menudo desde el Vaticano, de la “carne de Cristo”. En aquel momento decía que todos somos migrantes y nos recordaba las palabras de Pablo a los romanos: “No tengan deuda alguna con nadie, fuera del amor mutuo que se deben; pues el que ama a su prójimo ya cumplió toda la Ley”».

“Esa innata apertura a los demás, la confianza que deposita en las personas, aunque las haya conocido en ese momento”, es una de las claves fundamentales para descifrar el “código Bergoglio”, comenta el marido de la profesora, y agrega: “Soy muy viejo, y puedo decir que nunca he conocido a una persona con tanta empatía humana, tan espontánea, inmediata e intuitiva. El cree inmediatamente en la bondad fundamental de la persona que tiene delante; después tal vez se plantea algunas preguntas. Pero siempre después”.

El que no tiene el corazón abierto no encuentra al otro. J.M.Bergoglio –nacido en una familia sencilla de la clase media trabajadora, no pobre pero tampoco adinerada- creció en un clima de intensa socialidad con los miembros de su familia (padres, abuelos, el hermano y las dos hermanas), donde las relaciones personales eran la sal de la vida familiar. Su casa era un “corredor de humanidad por donde pasaban muchos amigos” y aquí maduró en él “un conocimiento y una disponibilidad para los contactos humanos que marcaron para siempre su personalidad”. “Creció sin sentir nunca miedo de los demás”, explica la profesora, y agrega: “En ese contexto se formó en el padre Bergoglio una natural, espontánea y apasionada disponibilidad para con cualquiera que encuentra y conoce. Es un hombre de simpatías humanas inmediatas y a veces ha sufrido desilusiones porque después algunas personas demostraron que no merecían su confianza”. Le preguntamos a la profesora si podía aclararnos más ese aspecto y ella respondió: “Es una manera de ver el mundo, la humanidad y la Iglesia, es el riesgo de la entrega. Él siempre creyó que el riesgo no debía impedir la entrega”.

“Él hizo una opción por la Iglesia herida, pero también por la amistad herida, por la entrega sin cálculo y sin medida”, comenta un sacerdote de su diócesis anterior. Y otro sacerdote de Córdoba –donde Bergoglio vivió dos años- responde a nuestro mail citando un pasaje de la homilía del 7 de septiembre de 2008, donde Bergoglio afirma que “el que no ama no honra su deuda de persona. Quien no tiene su corazón abierto al hermano de cualquier raza, de cualquier nación, no cumple con su deber, y su vida termina siendo como un pagaré impago y es muy triste terminar la vida sin haber honrado la deuda existencial que todos tenemos como personas. El amor es algo concreto. Los conceptos no se aman, las palabras no se aman, se aman las personas”.

J. M. Bergoglio fue ordenado obispo (primero fue auxiliar y luego arzobispo coadjutor de Buenos Aires) en 1992, cuando el obispo diocesano era el cardenal Antonio Quarracino, un verdadero león de la iglesia latinoamericana, cauteloso, apasionado, sumamente eficaz y con gran capacidad de organización. Cuando falleció el cardenal Quarracino en 1998, fue nombrado Arzobispo de Buenos Aires. Él llamaba a mons. Bergoglio “el santo” o “el santito” (un diminutivo cargado de afecto). Antes de ser obispo, Bergoglio iba tres o cuatro veces por año a celebrar Misa a un convento de Buenos Aires y una de las religiosas, hoy ya muy anciana, cuenta: “Fue el querido monseñor Quarracino quien le pidió a mons. Bergoglio que tuviera más cuidado con las personas que no conocía bien, o que conocía de hace poco tiempo; por eso poco a poco, desde 1992 hasta 2013, el padre Jorge Mario fue cambiando de comportamiento, se fue haciendo una persona reservada y esquiva, no tan expansivo como antes. Además, recuerde que estaba la dictadura y eso aconsejaba discreción y prudencia. El padre Bergoglio que hoy vemos en Roma es el mismo que nosotros conocimos hasta 1992. Él es así porque siempre fue así. Lo mismo dicen sus compañeros de la escuela y del colegio secundario. Los años de reserva fueron un paréntesis en su vida. Un paréntesis necesario pero dictado por las circunstancias. En aquellos años era difícil vivir normalmente en este país”. Este relato tan significativo y valioso, lo confirman hoy en el Vaticano personas cercanas al Papa Francisco, que agregan: “Es un hombre inmediato, sin filtros, agradable, y tiene un gran sentido del humor. Le gustan las bromas y sorprender a los amigos. Pero también tiene un sentido de la seriedad muy intuitivo y profundo. A quien no lo conoce puede parecerle que improvisa, pero no es así. Bergoglio es profundamente reflexivo y hasta que no está convencido, no comunica lo que tiene adentro. Rumia muy dentro de sí mismo. Cuando ha tomado una decisión, entonces la comunica y transmite entusiasmo, y con su enorme capacidad de trabajo contagia con facilidad a los demás. Sabe “soñar con los pies en la tierra”. Sabe calcular el riesgo. Sabe llamar a las cosas por su nombre sin insultar. Sobre todo sabe llorar y no se avergüenza de eso. Tiene una humanidad a ciento ochenta grados. Es vida químicamente pura, es más, es un destilado de experiencia de vida”.

Antes de despedirnos, nuestro interlocutor nos dice: “No te olvides de hablar de la memoria del Papa Francisco. Es asombrosa, sobre todo su memoria visual. Él no mira, fotografía; no archiva, cuelga todo en una misteriosa “vitrina del alma”. Y también están sus sorprendentes cuadernos con apuntes de trabajo y sus agendas telefónicas, que son verdaderas enciclopedias. Se podría escribir una biografía del Papa Bergoglio descifrando sus agendas telefónicas. Dentro de ellas está toda su humanidad”.

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