A principios de agosto de 1936, en la ciudad de Ginebra, representantes de las comunidades judías del mundo fundaron el Congreso Judío Mundial (CJM) como federación internacional de comunidades y organizaciones judías.
Con el propósito principal de actuar como “brazo diplomático del pueblo judío”, su objetivo era la unidad judía y el fortalecimiento de la influencia política para garantizar la supervivencia del pueblo judío, lo que involucraba la creación de un estado judío.
El CJM eligió París como sede central y sus primeras autoridades fueron: Julian Mack, juez federal de Estados Unidos y ex-presidente del Congreso Judío Estadounidense, presidente honorario del CJM, Stephen Wise residente del Ejecutivo y por ende líder de facto del CJM, y Nahum Goldmann presidente del Comité Administrativo
El Ejecutivo del CJM redactó una declaración solicitando al gobierno británico no detener la inmigración a Palestina y la entregó a los diplomáticos británicos en Berna, Suiza; y también abrió una oficina de enlace con la Liga de Naciones en Ginebra, presidida inicialmente por el abogado internacional suizo y Asesor Legal del CJM Paul Guggenheim y posteriormente por Gerhart Riegner, quien inicialmente fue secretario de Guggenheim.
Actualmente la sede central del CJM está en la ciudad de Nueva York y cuenta con oficinas internacionales en Buenos Aires, Bruselas, Jerusalem, Moscú, Ginebra y París.
Reproducimos a continuación el artículo que publicamos al conmemorarse los 75 años de la fundación del CJM, en septiembre de 2011, redactado por el profesor Manuel Tenenbaum z’l, quien fuera director del Congreso Judío Latinoamericano durante tres décadas.
“El desenlace de la Primera Guerra Mundial alteró drásticamente el mapa político de Europa. Cuatro grandes estructuras imperiales desaparecieron: el Segundo Reich Alemán; la Monarquía Austro-Húngara, el Imperio de los Zares y el Imperio Turco Otomano. La conferencia de Paz de Paris, destinataria de numerosas reivindicaciones irredentistas, modificó fronteras y dio nacimiento a nuevos Estados, basándose en el principio de la autodeterminación de las naciones. Pero la imposibilidad de encuadrar dentro de sus límites a poblaciones étnicamente homogéneas generó un problema serio en la Europa de la época: asegurar la protección y los derechos de las minorías étnicas dentro de los Estados mayoritarios.
Dos pretensiones judías fueron presentadas por separado ante los estadistas de las potencias vencedoras. Una, la sionista, demandaba el reconocimiento del Hogar Nacional Judío en Palestina, en función de la Declaración Balfour de 1917, formulada en plena guerra mundial. La otra se refería a la situación de la población judía en países donde no gozaba de seguridad física y derechos iguales.
Entre 1918 y 1921 Europa Oriental vivió en guerra permanente: rusos «rojos» contra «blancos»; campesinos contra bolcheviques; ucranianos contra rusos; polacos contra ucranianos; Rusia soviética contra Polonia. Territorios y ciudades cambiaban de mano varias veces y siempre las acompañaba el «pogrom», el brutal asalto contra la vida y los bienes de los judíos. Se estima en 60 mil el número de judíos asesinados, hasta ese momento, una de las mayores catástrofes de la Historia Judía, localizada mayormente en Ucrania al vaivén del paso de los distintos ejércitos y bandas armadas. Era un tiempo además en que grandes comunidades judías (Polonia restaurada 3.250.000 almas; Rumania 750.000; Hungría 450.000) vivían en un clima judeofóbico, discriminadas y oprimidas según la arbitrariedad mayor o menor de gobiernos mas o menos antisemitas.
A principios de 1919 las comunidades judías tuvieron su día en la Conferencia de Paz. Varias estaban en diverso grado de peligro y la oportunidad de expresar agravios y deducir reclamaciones era una sola. En ese momento las numerosas delegaciones judías llegadas a Paris tuvieron que fundirse en un frente común. Nació así el Comité de Delegaciones Judías, hecho trascendental porque sustituyó la tradicional Gestoría de los Notables por una diplomacia institucional judía, necesariamente fundada en principios de unidad, representación y democracia. La unidad no fue perfecta: importantes instituciones centrales de las comunidades francesa e inglesa temieron que las particulares reivindicaciones judías menoscabaran los derechos cívicos ya adquiridos en sus países y no participaron en el Comité. Pero el primer paso para la constitución de una representación política del Pueblo Judío estaba dado y sería irreversible.
El Comité, instalado el 25 de marzo de 1919, al plantear la situación de las comunidades judías de Europa Oriental y del Sudeste fue pionero en dos grandes campos: la obligación de los Estados de respetar los derechos de las minorías religiosas y étnicas contenidas en sus territorios y la protección internacional de los Derechos Humanos. Los tratados de Paz firmados con los nuevos Estados y con los Estados con alteraciones territoriales incluyeron efectivamente cláusulas de garantía para sus minorías (igualdad civil y política; derecho a desarrollar sus instituciones religiosas, educativas, sociales y culturales). Algunas de las cláusulas de garantía permitieron también elevar quejas a la Liga de Naciones (caso Bernheim saldado con una condena al gobierno nazi en 1933). Sin embargo, más que la falta de voluntad política, la extendida hostilidad antijudía de los años 20 y 30 del siglo anterior convirtieron esta construcción jurídica en un corpus puramente abstracto.
El Comité de las delegaciones judías tuvo entonces que declararse institución permanente para reclamar ante gobiernos y la opinión pública internacional seguridad e igualdad de derechos para los judíos. Su acción entre 1919 y 1936 constituye la «Prehistoria» del Congreso Judío Mundial.
Con el correr del período interbélico y el auge de los regímenes fascistizantes de derecha y extrema derecha en Europa, se volvió apremiante la necesidad de fortalecer la unidad interna y de construir un organismo político con autoridad y fuerza para hablar en nombre del Pueblo Judío. No por casualidad el Congreso Judío Mundial fue fundado en Ginebra en agosto de 1936 cuando deportistas de todo el mundo concurrían alegremente a los Juegos Olímpicos en la Alemania nazi donde regían desde septiembre de 1935 las infames leyes raciales de Nüremberg y los judíos se convertían en parias sin derechos. Ese mismo año en Polonia estallaron «pogroms», el Primer Ministro Scladkowski convalidaba en el Parlamento el boicot económico contra los ciudadanos judíos y subía a la agenda pública una queja ominosa: «Hay demasiados judíos en Polonia». Rumania y Hungría no quedaban atrás en antisemitismo. En todas partes, incluidas las Américas, la penetración de la propaganda nazi-fascista generaba hostilidad antijudía.
En esa hora crepuscular del judaísmo europeo, 280 delegados venidos de 32 países celebraron la sesión constituyente del Congreso Judío Mundial. Sus líderes fueron el estadounidense Stephen Wise y el europeo Nahum Goldmann y las bases acordadas fueron en esencia las siguientes: uno, el CJM será un organismo permanente, democráticamente electo, encargado de representar a las comunidades del mundo entero que elijan voluntariamente participar en el mismo; dos, la misión del CJM será defender en nombre del Pueblo Judío sus derechos e intereses comunes; tres, de ninguna manera interferirá en la política interna o en la vida interior de las comunidades judías individuales; cuatro, ninguna acción se emprenderá a favor de los judíos de ningún país sin previa consulta con los mismos, excepto cuando la consulta resulte imposible.
Los 75 años siguientes fueron los años de la Shoá y del Renacimiento. Y como ocurre desde hace más de tres mil años, la historia judía sigue fluyendo, mientras quedan atrás imperios y tiranos malditos”.
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