Abusos, la determinación del Papa y el desafío de traducirla en hechos

Abusos, la determinación del Papa y el desafío de traducirla en hechos

El día después de la histórica cumbre sobre los abusos convocada por el Papa, el reto principal es traducir en hechos una creciente conciencia sobre la gravedad de la crisis. La determinación de Francisco, la prudencia de algunos obispos y la frustración de las víctimas-activistas

Para el Papa, los abusos contra menores son “una monstruosidad”. Un solo caso ya es demasiado. Por eso, al cerrar en el Vaticano la cumbre mundial de obispos dedicada a esta “plaga”, advirtió que la rabia de la gente contra los consagrados deshonestos está justificada y es reflejo “de la ira de Dios, traicionado y abofeteado”. Pero su determinación afronta ahora un ineludible desafío: lograr que la pesada estructura eclesiástica transforme las buenas intenciones en hechos concretos. Porque reunir a 190 clérigos es fácil, cambiar una “cultura de los abusos” que permeó a la Iglesia católica por décadas es un desafío titánico.

 

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“Tenemos el deber de escuchar atentamente el sofocado grito silencioso (de los pequeños) que, en vez de encontrar (en los sacerdotes) paternidad y guías espirituales, han encontrado a sus verdugos. (Ese grito) hará temblar los corazones anestesiados por la hipocresía y por el poder”. La palabras pronunciadas por Francisco en la misa conclusiva del Encuentro por la Tutela de los Menores en la Iglesia, no dejaron mucho espacio a la imaginación. Pero se quedaron allí, en una declaración de intenciones y unas líneas de acción para el futuro. Esto provocó la frustración de las organizaciones activistas de víctimas.

 

La expectativa creada en torno a ese discurso final era muy alta. Domingo 24 de febrero, tras cuatro días de intenso debate y en la Sala Regia, uno de los espacios más emblemáticos del Palacio Apostólico. El Papa decidió hablar después de la misa y no en la homilía, que la cedió al obispo australiano de Brisbane Mark Coleridge. Como en las ocasiones en las que Francisco habla no tanto como pastor, sino como líder. 

 

Por eso, se esperaba un mensaje memorable, de total factura bergogliana y que indicase la vía final de la purificación, la transparencia y la rendición de cuentas. Pero Francisco eligió otro camino, dedicando largos párrafos a citar estadísticas a nivel mundial. Opción paradójica, considerando que la Santa Sede carece totalmente de una estadística oficial y pública sobre el número de abusadores en la Iglesia.

 

Según él mismo lo manifestó, quiso así insertar esta plaga en un cuadro más amplio. Trazó un análisis teológico al problema. Palabras de condena no faltaron. Calificó a los consagrados abusadores como “instrumentos de satanás”, que se convierten en “la mano del mal no perdona ni siquiera la inocencia de los niños”. Identificó “el misterio del mal” detrás de la crisis y advirtió sobre la necesidad de limitar los gravísimos abusos no sólo con medidas disciplinares y procesos civiles y canónicos, sino también afrontar con decisión el fenómeno tanto dentro como fuera de la Iglesia. 

 

Describió al abuso sexual como un abuso de poder, una crueldad, una forma de ofrecer el sacrificio idolátrico de niños “al dios del poder, del dinero, del orgullo (y) de la soberbia”. Se concentró en identificar un “significado” a tanto mal, una explicación más allá de lo natural. Porque, según él, no basta sólo con tomar medidas prácticas sino -sobre todo- espirituales: humillación, acto de contrición, oración, penitencia. “Esta es la única manera para vencer el espíritu del mal”, apuntó.

 

Más adelante, deseó que la Iglesia se ubique “por encima” de todas las polémicas ideológicas y las políticas periodísticas que “a menudo instrumentalizan”, por intereses varios, los dramas vividos por los pequeños. 

 

Y abundó: “Ha llegado la hora de colaborar juntos para erradicar dicha brutalidad del cuerpo de nuestra humanidad, adoptando todas las medidas necesarias ya en vigor a nivel internacional y a nivel eclesial. Ha llegado la hora de encontrar el justo equilibrio entre todos los valores en juego y de dar directrices uniformes para la Iglesia, evitando los dos extremos de un justicialismo, provocado por el sentido de culpa por los errores pasados y de la presión del mundo mediático, y de una autodefensa que no afronta las causas y las consecuencias de estos graves delitos”.

 

Afuera de la Sala Regia, las asociaciones de víctimas recibieron el discurso con una actitud crítica y dura. Miguel Ángel Hurtado, referente de la organización española Infancia Robada, calificó la alocución de “decepcionante” y advirtió que esperaba del Papa el anuncio de medidas concretas, más allá de la retórica. Menos intransigente se mostró Jean Marie Furbringer, víctima suiza, quien reconoció la necesidad de tiempo para que los resultados aparezcan pero, al mismo tiempo, calificó al mensaje como “una oportunidad perdida” para la Iglesia.

 

“Me hago cargo de la frustración”, replicó el arzobispo maltés Charles Scicluna, el domingo durante una conferencia de prensa. Reconoció como legítimo que exista desacuerdo con los avances registrados en la Iglesia a raíz de la cumbre, pero defendió el proceso de toma de conciencia y cambio que el encuentro de obispos propició.

 

Con él coincidió el sacerdote jesuita Federico Lombardi, moderador de la reunión de obispos con el Papa, quien muy diplomáticamente destacó que ha resultado muy difícil establecer un diálogo constructivo con algunas asociaciones de víctimas porque, las demandas se han presentado generalmente con un tono de ultimátum y de forma imperativa.

 

Finalmente, a él le tocó la tarea de anunciar una serie de medidas que tomarán forma en las próximas semanas. Entre otras cosas, precisó que resulta inminente la publicación de un decreto papal en forma de “motu proprio” (de propia voluntad) sobre “la protección de los menores y de las personas vulnerables”, para reforzar la prevención y el combate a los abusos en la Curia Romana y en el Estado de la Ciudad del Vaticano. Esto será acompañado por una nueva ley y unas líneas guía aplicables en el territorio del Estado pontificio.

 

Esa iniciativa busca acabar con la disparidad entre la Santa Sede y las diócesis de todo el mundo, mientras las segundas fueron obligadas en 2011 a redactar sus propias líneas guía y protocolos para la defensa de la infancia, la primera no tenía nada de eso. Incluso, el propio Papa Francisco anticipó que modificará las normas sobre la posesión de pornografía con menores en el Vaticano, estableciendo que se considera delito tener imágenes pornográficas con menores de 18 años y no de 14, como hasta ahora.

 

Asimismo, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicará un vademécum que ayudará a los obispos del mundo a comprender claramente sus deberes y sus tareas. No existe aún una fecha prevista para ello. Asimismo, se pondrá en marcha la constitución de grupos especiales (task forces), constituidos por personas capaces de ayudar a las conferencias episcopales y las diócesis que se encuentren en dificultad para afrontar los problemas.

 

El avance sobre este frente fue inmediato. Este mismo lunes 25 de febrero tuvo lugar la primera reunión interdicasterial con los jefes de diversas secciones de la Curia Romana para pasar revista a la cumbre apenas concluida e ilustrar los próximos pasos. Entre los aspectos subrayados en esa cita destacan la necesidad de un mayor involucramiento de los laicos en estos temas y la necesidad de invertir en la prevención valiéndose de la experiencia en este campo, además de subrayar la urgencia de darle seguimiento -al más alto nivel- a las conclusiones de la cumbre anti-pederastia. 

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