Jesús tomó posesión de su identidad de Rey, no solo de los judíos, sino de toda la humanidad.
Estamos en la cuarta escena de drama: Entonces Pilato ordenó que azotaran a Jesús. Los soldados trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza. Le vistieron con un manto púrpura y, acercándose, le dijeron: «¡Salve, Rey de los judíos!». Y lo saludaron abofeteándole. (1-3 MSG)
Cuando llegamos a estas escenas, recuerdo relatos como los de Max Lucado, en su libro “Y los ángeles guardaron silencio”. La película “La Pasión de Cristo” de Mel Gibson, la he visto solo una vez. Soy una de esas personas que me descompongo al ver sangre, y para mi salud espiritual prefiero solo imaginarme todo, pero sin ver tanta violencia y sangre. Pero la realidad es que posiblemente lo que nos relata Juan haya sido algo mucho peor que lo que muestra la película.
Lo cierto es que Pilato tenía ante él la posibilidad de abrirse a la verdad de la que le habló Jesús, pero no lo hizo. Reconoció la inocencia de Jesús, pero no se atrevió a ser justo.
A pesar de que incluso su esposa le advirtió que tuvo un sueño referente a Jesús (Mt. 27.19), a pesar de que hoy todos sabemos que siempre hay que hacer caso a los sueños de las esposas, Pilato se acobardó y se lavó las manos (Mt. 27.24). Pero a pesar de tratar de sacarse la culpa de encima, mandó que azoten a Jesús.
No me entra mucho en la cabeza el porqué de todo esto. Slade dice que tal vez los soldados romanos, estaban siempre sedientos de sangre y violencia. Tito, incluso luego de arrasar a Jerusalén en el año 70, y matar a miles, vemos que construyó el Coliseo Romano, y así se fueron creando otros estadios similares por todo el imperio, para disfrutar de eventos de Gladiadores, luchando y matándose unos a otros, y también “la fiesta” de tirar a los cristianos a los leones.
Viendo desde este punto de vista, esa violencia no fue dirigida únicamente a Jesús, pero sí notamos la incoherencia, de encontrar a Jesús libre de culpa, y a pesar de ello mandar a golpearlo y maltratarlo. El texto no indica que fueron 40 azotes menos uno, ya que esto era algo practicado por los judíos (Deut. 25. 3). Pero tal vez no fueron menos cantidad.
El tormento que padeció fue profetizado en Isaías 55: Pero fueron nuestros pecados los que cayeron sobre él, los que lo hirieron, lo desgarraron y lo aplastaron: ¡nuestros pecados! Él tomó el castigo y nos restauró. Por sus heridas, somos sanados. (MSG)
Tal vez Pilato pensó que mientras los soldados golpeaban a Jesús, repentinamente los judíos iban a entrar en razón y le pedirían que termine con esto y que libere a Jesús. No lo sabemos, pero eso nunca ocurrió. Esos judíos celebraban y gritaban como si fuera un gol de la final del campeonato mundial con cada latigazo.
Nadie se acordaba de aquel momento cuando quisieron hacer de Jesús el rey luego de la multiplicación de los panes, y unos días antes del presente episodio, cuando quisieron ponerlo a Jesús como rey (el domingo de ramos).
Paradójicamente, esto que estaba pasando, era el proceso donde verdaderamente Jesús tomaba posición para volverse el Rey, no solo de los judíos, sino el Rey de toda la humanidad.
Pagando el precio, obtuvo el rescate para todos. No todos lo aceptan como Rey, pero todo esto, estos sufrimientos, esta muerte vicaria, es suficiente para todos.
Natanael exclamó: «¡Rabí, tú eres el Hijo de Dios, el Rey de Israel!». Esto ocurre en el primer capítulo de Juan. En Mateo los sabios del oriente preguntaron: «¿Dónde podemos encontrar y adorar al recién nacido rey de los judíos?
Mateo relata esta escena de la siguiente manera: Los soldados que habían sido designados por el gobernador sacaron a Jesús al patio y reunieron a todo el ejército para burlarse de él. Lo despojaron de sus ropas y le pusieron un manto escarlata. Trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza. Pusieron un bastón en su mano derecha como un cetro. Luego se arrodillaron ante él y se burlaron de él, gritando: "¡Viva el Rey de los judíos! ¡Viva!". Luego le escupieron y lo golpearon en la cabeza con el bastón. Cuando se cansaron de la burla, lo despojaron de su manto y le pusieron su propia ropa. Luego lo llevaron para crucificarlo. (Mt. 27. 27-31 MSG).
Sobre su cabeza escribieron los términos de la acusación: «Este es Jesús, el Rey de los judíos».
Tomo un párrafo textual de Don Carson: Los soldados del gobernador se juntaron, desnudaron a Jesús y echaron sobre Él una especie de manto escarlata para hacerle parecer un personaje de la realeza. Luego unieron algunas ramas de espinos de la vid —que tienen púas de 15 a 20 cm de largo— y, formando una cruel corona de espinas, se la ajustaron en la cabeza. Le pusieron una vara en la mano como si fuera un cetro. Se turnaban para inclinarse ante Él en reverencia fingida y le golpeaban, gritando: “¡Salve, Rey de los judíos!”, para luego completar el espectáculo escupiéndole la cara y azotándole, una y otra vez, con el cetro de mentira.
Carcajadas escandalosas y burlonas llenaron la habitación hasta que los soldados se cansaron de su juego. Una vez terminaron de reírse de Él, haciéndolo pasar por rey de los judíos, le pusieron su propia ropa y se lo llevaron para crucificarlo.
Continúo, muchos hoy en día, incluso yo mismo, me he preguntado muchas veces si era necesaria tanta violencia. Pienso que todo esto estaba profetizado, y la imagen de millones de corderos que se sacrificaron, no revelan precisamente a un Dios violento, sino al ser humano pecador, lleno de violencia. Todo esto simplemente tenía que ocurrir de esta manera, para mostrarnos lo negro del corazón humano.
Y no me imagino que hubiese pasado si yo hubiese estado entre la turba de judíos, o entre los soldados, o si yo mismo fuera Pilato. Gracias a Dios no estoy en ese lugar, pero esto me trae a mi conciencia la idea de que tal vez yo estoy haciendo algo similar a lo que hicieron ellos.
Todos somos injustos como lo fue Pilato, y todos somos violentos como lo fueron los soldados romanos. En el lugar que estamos, tenemos que auto examinarnos, y siempre, estoy seguro de ello, encontraremos en nuestra vida actos de injusticia y actos de violencia.
Pero también el texto, más allá de nuestra podrida naturaleza pecaminosa, nos muestran el amor de Jesús, que estuvo dispuesto a pasar por todo esto, desde la eternidad; y vemos también el amor del Padre, en dar a su Hijo Unigénito, para que todo aquél que en él cree no perezca, sino que tenga vida eterna.
La imagen que tenemos de Jesús coronado de espinas, es la figura del verdadero Rey. No es rey el que tiene todo servido en bandeja de oro, es Verdadero Rey quien está dispuesto a dar su vida por su pueblo, a dar su vida por sus amigos… y por sus enemigos.
Hasta aquí, bendiciones y ¡hasta la próxima!
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