La Unidad: un sueño profético

La Unidad: un sueño profético

En el Ciclo "Espiritualidades Contemporáneas", organizado por la Universidad Católica Argentina, el jueves 20 de agosto, tuvo lugar el primer encuentro online. En esta oportunidad se presentó la figura de Chiara Lubich, bajo el título "¿Buscar hoy la unidad ¿es una locura?". Publicamos la introducción del Lic. Juan de la Torre, coordinador del Instituto de Espiritualidad y Acción Pastoral de la UCA.

 

¿Qué hizo posible que una joven mujer de 23 años, maestra de escuela primaria en las periferias, de una ciudad periférica del norte italiano que padecía los bombardeos de la segunda guerra mundial, haya inspirado a millones de personas en el mundo, traspasando las fronteras de su nación?

En el corazón de esta joven, Chiara Lubich, habitaba un sueño que la guerra no podía destruir, una aventura que la atrajo desde pequeña. ¿En qué consistía esa aventura? Precisamente en esto: descubrir que Dios la amaba inmensamente y le pedía construir la unidad, en un mundo roto por la violencia.

Chiara Lubich junto a su grupo de amigas, para superar el clima de odio que la guerra generaba decidió empezar a construir una nueva humanidad a partir de los más pobres de la ciudad de Trento, los descartados de su época, compartiendo sus bienes con ellos y mostrando que era posible construir puentes con todas las personas, de cualquier raza, fe religiosa o pertenencia política.

Si la espiritualidad es la experiencia de lo sagrado, la espiritualidad de la unidad, iniciada por Chiara Lubich, es la experiencia de un Dios que se manifiesta en el amor, que se descubre generando la unidad con cada persona que la vida nos pone en el camino, para construir un mundo unido, un mundo donde podemos reconocernos no como enemigos o rivales, sino como hermanos.

Se trata de ver al otro como una posibilidad, como un regalo que lleva una semilla de verdad que se puede valorizar y amar, que me ayuda a mejorar y a conocerme, para construir juntos, aunque seamos distintos, un mundo más humano y unido.

Podríamos preguntarnos: ¿en qué se apoyaba ese sueño de cambiar el mundo que tenía Chiara junto a sus amigas que entonces la acompañaban?

¿Qué otorgaba credibilidad a ese sueño, en medio de las alarmas y de la angustia de correr hacia los refugios subterráneos para escapar de las bombas que caían en Trento, durante la guerra?

Ella nos lo cuenta, visitando la Argentina en 1998, en ocasión del doctorado interdisciplinar Honoris Causa que la Universidad de Buenos Aires le otorgó en todas las disciplinas que se enseñan en esa casa de estudios.

Decía entonces Chiara:

Quisiera narrar dos episodios pequeños, singulares de aquellos primerísimos tiempos.

El primero. Reunidas, nosotras, aquellas chicas, un día, en un sótano, para repararnos de los peligros de la guerra, abrimos el Evangelio al azar, y nos encontramos frente a la solemne oración de Jesús al Padre: “Padre santo… que todos sean uno”. Tuvimos la impresión de penetrar, al menos un poco, en ese fragmento difícil para nuestra preparación. Y advertimos con certeza que habíamos nacido para realizar esa página del Evangelio. Esa sería la magna carta del nuevo Movimiento.

El segundo episodio. Por una circunstancia especial, Dios había concentrado nuestra atención en un aspecto del misterio de la cruz de Jesús: en su abandono cuando Él grita: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

En estos dos episodios, se destaca la figura de Jesús crucificado, que en su grito de abandono muestra hasta dónde llegó su amor por la humanidad: hasta experimentar la separación de Dios para que ninguna persona se sienta sola y abandonada.

He aquí entonces, la roca en la que se apoyaba el sueño que tenía Chiara Lubich: construir la Unidad con todos, abrazando espiritualmente a Jesús Abandonado en cada problema, dolor, dificultad y en cada periferia humana, es esa la fuerza que por una alquimia divina transforma el dolor en amor.

Chiara Lubich, fue reconocida con 15 Doctorados Honoris Causa en diversas ciencias, 5 ciudadanías ilustres entre ellas la de Buenos Aires. Además de desarrollar el diálogo ecuménico, el interreligioso y el diálogo con personas de convicciones no-religiosas, generó un cambio en la cultura económica, política y social con la Economía de Comunión, el Movimiento Políticos por la Unidad y más de un centenar de proyectos en el ámbito social, el medio ambiente y la ayuda humanitaria.

El 25 de enero de este año, en su visita oficial a Trento para el homenaje a Chiara Lubich, el Presidente de la República Italiana, Sergio Mattarella, afirmaba lo siguiente:

“El testimonio de esta mujer ha demostrado que se puede ser fuertes, muy fuertes, siendo pacíficos y abiertos a las buenas razones de los otros, solo así somos verdaderamente fuertes. (…) la unidad para Chiara Lubich, ha llegado a comportamientos concretos en una suerte de categoría política en la fraternidad, (…) esta es un elemento crucial de la convivencia, un fundamento de civilización y también un motor del bienestar. (…) Europa, las relaciones internacionales, nuestras democracias tienen necesidad de este sentido de fraternidad, porque sin la fraternidad corremos el riesgo de estar expuestos al dominio de los intereses o de los miedos que nacen de los grandes cambios”¹.

El 8 de febrero también de este año, en un mensaje para un encuentro de obispos de todo el mundo reunidos en Trento por el centenario de Lubich, el Papa Francisco expresó lo siguiente:

“El carisma de la unidad de Chiara Lubich es una de las gracias para nuestro tiempo, que experimenta un cambio epocal y pide una reforma espiritual y pastoral simple y radical, que lleve a la Iglesia a la fuente siempre nueva y actual del evangelio de Jesús. (…) elegir como única brújula a Jesús crucificado, haciéndose uno con todos, empezando por los últimos, los excluidos, los descartados, (…) El Espíritu abre al diálogo de la caridad y de la verdad con cada hombre y cada mujer, de todas las culturas, todas las tradiciones religiosas, las personas de otras convicciones, para edificar en el encuentro la civilización del amor”².

Concluyo con la pregunta inicial:

¿Qué hizo posible que una joven mujer de 23 años, maestra de escuela primaria en las periferias, de una ciudad periférica del norte italiano que padecía los bombardeos de la segunda guerra mundial, haya inspirado a millones de personas en el mundo, traspasando las fronteras de su nación?

A mi entender, lo que hizo posible todo eso, es el sueño de un mundo unido.

Un sueño que tiene la capacidad, como enseña el Concilio Vaticano II³, de ofrecer una respuesta adecuada a los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de las personas y de los jóvenes de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren.

El sueño que esa joven de 23 años vivió con una comunidad, será una marca profunda de una época nueva y fecunda de la historia humana.

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