Hoy día 2 de Invasión de pueblos
Este sábado de esta invasion comenzó con un desayuno y un gupo se fue a misionar en hospitales, caritas, forestacion, en la playa y muchas mas. Mientras tanto nivel 1 y 2 tuvieron una charla y compartieron algunos juegos.
En la tarde continuaron con las misiones mientras que nivel 3 tuvo una charla y juegos. Se compartió la merienda y fuimos a la capilla de Santiago Apostol, donde compartimos la misa dirigida por nuestro administrador diosesano, Luis Albóniga.
HOMILIA DE ALBONIGA
La Misa de hoy fue presidida por el Administrador Diocesano Pbro. Luis Albóniga y giró sobre el tema Fe que transforma. Vida que florece.
Queridas chicas, queridos chicos:
¡Viva Jesús!
¡Viva la Iglesia!
¡Vivan los jóvenes!
Qué hermosa oración nos regala el salmo 144 con el que rezamos recién: “El Señor está cerca”. Sí, es lo propio del Señor, estar cerca. La Invasión de Pueblos nos hace experimentar la cercanía de Dios. Somos más de 600 y Jesús está cerca de cada uno, en tu corazón, en tu vida, en este encuentro.
Vamos a repetirlo juntos en forma de certeza de fe: “Señor estás cerca”, repitamos.
El profeta Isaías también nos dice: “llamen al Señor mientras está cerca”. Tenemos que llamarlo, invocarlo. El está cerca para bendecirnos, para consolarnos, para animarnos, para perdonarnos. ¿No es esto, acaso, un gran regalo, un gran don?
Te pregunto: ¿Lo llamas habitualmente al Señor? ¿Mientras vas y venís lo invocas? ¿Cómo lo haces? “Dios mío”, “Señor”, “Jesús”, “amigo”, “hermano”, “salvador” … La Biblia nos enseña tantos nombres, tantas palabras para llamarlo. Esto es muy importante, porque Dios quiere que lo llames, que lo invoques, que pronuncies su nombre. Él lo hace con nosotros. Él te llama por tu nombre y te dice: “Estoy cerca”, “Estoy con vos”.
Esta es nuestra fe: no es una teoría, ni una ideología, es un vínculo de amor, una amistad, una relación de intimidad capaz de colmar nuestra vida.
Y este Jesús cercano hoy sale a buscar compañeros de trabajo, obreros para su viña, colaboradores, amigos. La parábola del Evangelio nos cuenta que no salió solo una vez, ¡salió una y otra vez! Salió a la madrugada, salió al mediodía, a media tarde y al caer la tarde. Hasta el último momento buscando amigos, colaboradores.
Este es el primer aspecto de nuestra fe: él nos llama, nos busca, nos quiere con él. Por eso la primera palabra en esta reflexión que les comparto es ENCUENTRO. Y, a veces, esto nos cuesta. Preferimos andar solos, y cuántas veces nos sentimos solos. Por eso, el vuelve a salir y te llama de nuevo. ¡Dejate encontrar! No tengas miedo. Animate. Él te busca y nosotros lo buscamos. El lema de esta invasión habla de la fe: “Fe que transforma”. Para que la fe sea fe y para que transforme tiene que haber encuentro, encuentro con Él, amistad, amor, búsqueda. Sino no es fe, es otra cosa. La fe es encuentro. La fe es saberte buscado, llamado, querido, convocado. Cuando somos amados y convocados, cuando somos buscados, nuestra vida cobra sentido. El solitario no tiene otro sentido que buscarse a sí mismo. Pero saberte buscado y amado por un Dios amigo, eso sí que abre horizontes, amplía la mirada. Por esto, tantas propuestas no convocan, y es bueno que así sea, porque te quieren sumar, que seas un número más, ya sea un voto, una voz que grita o un militante. Jesús no quiere eso, te quiere a vos. Para Jesús no somos un número en una estadística. Somos amigos, amados, buscados, convocados.
Y sí, como dice el lema, la fe transforma. Y esta es la segunda palabra: TRANSFORMA. Jesús en el Evangelio habla de colaboradores que deben ir a trabajar en una viña. La viña es una hermosa imagen. Porque simboliza la tarea de los seres humanos. Tener una viña y trabajarla es transformar un terreno en un lugar fecundo. Es transformar una planta en una fuente de frutos. Y es llegar a producir la fruta y el vino que alimenta y alegra; que hace posible la fiesta y el encuentro. Trabajando juntos en la viña, estos obreros que han sido buscados y convocados, se convierten en coprotagonistas de un proyecto común. Un proyecto de transformación. Tienen, ahora, una meta que los hace sentirse parte, esforzarse juntos, en pos de un proceso de transformación que terminará en un brindis de amigos, en una fiesta de bodas o en un altar para celebrar la liturgia de la vida cuando la uva que se transformó en vino se convierta en sangre que salva y enamora. La transformación que obra la fe es fruto de un proceso comunitario. Va transformando en la vida de la comunidad, de la familia, del pueblo. No puede ser de otro modo porque Dios es familia, es trinidad. Y, así, nadie puede solo. Todo lo podemos juntos, todo lo podemos con el Señor. Por eso Jesús forma equipo, crea comunidad, asocia compañeros, junta amigos. Y nos regala un proyecto transformador. Tantos se quedan hoy buscando sus éxitos personales, el triunfo en la carrera, el puestito que me da el partido, o la platita que me junté. Eso no alcanza si no hay un proyecto común. La fe transforma porque nos da algo valioso por que jugarnos la vida. Porque nos regala la meta de caminar juntos, de trabajar por el bien común y de unirnos para cuidarnos y juntos crecer.
Y así viene la última palabra: FLORECER. Podríamos decir que en el relato del evangelio hay algunos que nunca van a florecer. Son los que empiezan a mirar con envidia y recelo. El propietario no sólo fue justo, porque pagó lo que había convenido con cada uno; sino que fue muy generoso, porque quiso que aún los que habían trabajado menos tuvieran el jornal, el salario de un día para llevar el pan a sus mesas. ¡Qué triste cuando la justicia y la generosidad dejan de interesarnos! Qué feo cuando la pelea por el chiquitaje nos hace perder de vista el bien posible de todos. Qué triste cuando competimos para destruir al otro, cuando nos entristece lo bueno que le pasa al otro, cuando ya no nos mueve el sueño de una Iglesia santa, de una Patria de hermanos, de una comunidad de servicio.
La vida florece cuando somos capaces de salir de nosotros mismos y, juntos, dejar que las manos poderosas de Jesús nos hagan levadura en el mundo. Para que fermente la justicia y la paz, el amor y la fraternidad. Sólo florece de verdad quien descubre que su vida es una misión en este mundo.
Así la fe se vuelve transformadora, haciendo del mundo un hogar y de la humanidad una familia en la que florece la vida.
¡Viva la fe! Viva Jesús. Vivan los jóvenes!
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