«Los sin techo y las monjas asesinadas son ‘valles oscuros’, pero Dios está cerca»

«Los sin techo y las monjas asesinadas son ‘valles oscuros’, pero Dios está cerca»

Papa Francisco en Santa Marta: las personas que se enferman en la «Tierra de los fuegos», el ‘clochard’ que falleció de frío en Roma sin el consuelo de «una caricia», las religiosas asesinadas en Yemen, los migrantes a quienes se cierra la puerta; la única respuesta es encomendarse al Señor

Por DOMENICO AGASSO JR. - CIUDAD DEL VATICANO

Las personas que se enferman en la «Tierra de los fuegos» (territorios contaminados en Italia, ndr.). El sin techo que murió de frío en Roma sin el consuelo de «una caricia». Las monjas de Madre Teresa asesinadas en Yemen. Los migrantes a quienes se cierran las puertas. En la Misa matutina de la Capilla de Santa Marta, según indicó la Radio Vaticana, Papa Francisco recordó algunos de los hechos y episodios dramáticos de los últimos tiempos. Para el Pontífice, frente a estos «valles oscuros» de hoy, la única respuesta es encomendarse a Dios, incluso cuando no comprendemos, como ante la enfermedad de un niño, hay que arrojarse en los brazos del Señor, que nunca abandona a su pueblo.

Francisco reflexionó sobe la Primera Lectura de hoy, del Libro de Daniel, para subrayar que, aunque a veces nos encontramos recorriendo «un valle oscuro», no hay que temer ningún mal. En el pasaje evangélico se lee la historia de Susana, una mujer justa, que es «ensuciada» por los malos deseos de dos jueves, pero prefiere encomendarse a Dios y elige morir como inocente en lugar de comportarse como habrían querido estos dos hombres.

El Señor, dijo el Pontífice, siempre camina con los hombres, pues los quiere y nunca los abandona. Francisco recordó todos esos «valles oscuros» contemporáneos: «Cuando nosotros, hoy, vemos tantos valles oscuros, tantas desgracias, tanta gente que muere de hambre, de guerra, tantos niños discapacitados, tantos… tantos que ahora le preguntas a los padres: ‘¿Qué enfermedad tiene?’. ‘Nadie sabe: se llama enfermedad rara’. Es la que provocamos nosotros con nuestras cosas: pensemos en los tumores de la Tierra de los fuegos». «Cuando tú ves todo esto —prosiguió—, pero, ¿dónde está el Señor, dónde estás? ¿Caminas conmigo? Este era el sentimiento de Susana. Y también el nuestro. Uno ve a estas cuatro monjas asesinadas: ¡pero, servían por amor y acabaron asesinadas por odio! Cuando uno ve que se cierran las puertas a los prófugos, y se les deja afuera, al aire libre, con el frío… Pero, Señor, ¿dónde estás Tú?».

«¿Cómo puedo encomendarme a Ti —se preguntó el Papa—, si veo todas estas cosas? Y cuando me le suceden a uno, cada quien puede decir: ‘Pero, ¿cómo me encomiendo a Ti?’». «Solo hay una respuesta a esta pregunta», observó Francisco: «No se puede explicar, no, yo no soy capaz». «¿Por qué sufre un niño? No lo sé: es un misterio para mí. Solamente, me da algo de luz (no a la mente, sino al alma) Jesús en el Getsemaní: ‘Padre, aparta de mí este cáliz. Pero, hágase tu voluntad’. Se encomienda a la voluntad del Padre. Jesús sabe que no acaba todo, con la muerte o con la angustia, y la última palabra desde la Cruz: ‘¡Padre, me encomiendo a tus manos!’, y mere así. Encomendarse a Dios, que camina conmigo, que camina con mi pueblo, que camina con la Iglesia: este es un acto de fe. Yo me confío. No sé, no sé por qué sucede esto, pero yo me confío. Tú sabrás por qué».

Y esta «es la enseñanza de Jesús: a quien se confía al Señor, que es Pastor, no le falta nada». Aunque vaya por un valle oscuro, añadió, «sabe que el mal es un mal del momento, pero el mal definitivo no llegará porque el Señor, ‘porque Tú estás conmigo. Tu bastón y Tu cayado me dan seguridad’». Todo esto, explicó Bergoglio, «es una gracia» que hay que pedir: «Señor, enséñame a encomendarme a Tus manos, a encomendarme a tu guía, incluso en los momentos feos, en los momentos oscuros, en el momento de la muerte».

«Nos hará bien hoy —concluyó— pensar en nuestra vida, en los problemas que tenemos, y pedir la gracia de encomendarnos a las manos de Dios. Pensar en toda esa gente que ni siquiera tiene una última caricia al momento de morir. En plena Roma, una ciudad con todas las posibilidades para ayudar. ¿Por qué, Señor? Ni siquiera una caricia… Pero yo me encomiendo, porque Tú no decepcionas. Señor, no te comprendo. Esta es una oración bella. Pero sin comprender, me encomiendo a tus manos».

Comentá la nota