«La Síndone es el signo de la esperanza»

«La Síndone es el signo de la esperanza»

Un misterio que arroja (es el método del Dios cristiano) suficiente luz para quienes quieran creer y suficiente oscuridad para los que no lo quieran

«Dejémonos alcanzar por esta mirada, que no busca nuestros ojos sino nuestro corazón. Escuchemos lo que quiere decirnos, en el silencio, yendo más allá de la misma muerte. A través de la Sacra Síndone nos llega la Palabra única y última de Dios: el amor hecho hombre, encarnado en nuestra historia; el amor misericordioso de Dios que ha tomado en sí todo el mal del mundo para librarnos de su dominio». Estas frases pronunciadas en 2013 por Papa Francisco, en ocasión de la Ostensión televisiva de la Síndone, son una clave de lectura para comprender lo que se vivirá en Turín en las próximas semanas. Como ya sucedió en las Ostensiones anteriores, un río ininterrumpido de peregrinos desfilará ante la tela de lino en la que quedó impresa la figura de un hombre torturado, flagelado y crucificado exactamente como los Evangelios narran que sucedió con Jesús de Nazaret.

De los cientos de miles de personas que de todo el mundo visitarán Turín para detenerse pocos instantes frente a ese ícono misterioso del sufrimiento no todas son ingenuas ni están mal informadas. Muchas de ellas conocen la controvertida historia de la Síndone, las discusiones sobre su fechación con radiocarbono (que la sitúan en la Edad Media), la falta de información histórica clara sobre su primera aparición, los debates de los científicos y de los expertos, la áspera contienda entre los que sostienen que se trata de la auténtica mortaja que envolvió el cuerpo del Nazareno en Jerusalén alrededor del año 30 y los que dicen que se trata de un “artefacto” medieval. Cuantos participen en la Ostensión de este 2015, motivada por los festejos del Bicentenario del nacimiento de San Juan Bosco, saben muy bien que se encontrarán frente a una imagen controvertida y que provoca discusiones. Sin embargo, están seguros de que vale la pena afrontar el viaje de cualquier manera, ver al hombre de la Síndone: esos signos de violencia y tortura, pero también la profunda serenidad de ese rostro con los ojos cerrados, ícono del silencio del Sábado Santo y preludio del Domingo de Pascua. Afrontar el viaje para ver las huellas que dejó la sangre, las heridas de los 120 azotes que desgarraron cada centímetro cuadrado del cuerpo, los rastros de la sangre que brotó de la cabeza coronada con cientos de espinas, la abrasión sobre el hombro en el que cargaba el “patibolum” (el brazo horizontal de la cruz), los huecos de los clavos en las muñecas y en los pies, la gran herida en el costado de la que salió sangre y suero. Para ver la imagen más tenue y amarilleada de todo el cuerpo del crucificado, cuya aparición sigue siendo un misterio incluso en nuestros días. Un misterio que arroja (es el método del Dios cristiano) suficiente luz para quienes quieran creer y suficiente oscuridad para los que no lo quieran.

«El nuestro –dijo Francisco en 2013– no es un simple observar, sino un venerar, es una mirada de oración. Y diría más: es un dejarse ver. Este Rostro tiene los ojos cerrados, es el rostro de un difunto, pero misteriosamente nos ve y, en el silencio, nos habla. ¿Cómo es posible? ¿Por qué el pueblo fiel, como ustedes, quiere detenerse ante este ícono de un Hombre flagelado y crucificado? Porque el Hombre de la Síndone nos invita a contemplar a Jesús de Nazaret. Esta imagen, impresa en la tela, habla a nuestro corazón y nos empuja a subir al Monte del Calvario, a ver la madera de la Cruz, a sumergirnos en el silencio elocuente del amor».

El rostro de la Síndone se parece, concluyó el Papa, «a muchos rostros de hombres y mujeres heridos por una vida que no respeta su dignidad, por guerras y violencias que afectan a los más débiles… Sin embargo, el Rostro de la Síndone comunica una gran paz; este Cuerpo torturado expresa una soberana majestuosidad. Es como si emanara una energía contenida pero potente, es como si dijera: “Ten confianza, no pierdas la esperanza; la fuerza del amor de Dios, la fuerza del Resucitado lo vence todo”». Son esta energía y esta esperanza las que hacen que el ícono del hombre sindónico siga siendo tan atractivo para las mujeres y los hombres de 2015, a dos milenios de lo que sucedió durante la Pascua en Jerusalén.

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