La actitud del jefe del Vaticano sobre la causa. Francisco respetó la posición de Iglesia argentina que tiene la responsabilidad primaria de hablar sobre el tema.
Si un líder exitoso es -ante todo- aquel que sabe cuándo debe ser audaz y cuándo debe ser prudente, está claro que el Papa Francisco optó por la segunda virtud política tras la impactante muerte del fiscal Alberto Nisman, al preferir el silencio.
Y precisamente por ser Jorge Bergoglio un hombre de indudable talento político es que su prudencia invita a saber interpretarla. En otras palabras, a saber leer su silencio.
A “escuchar” que dice cuando no dice. Al fin de cuentas, la Iglesia Católica suele decir muchas cosas con sus palabras, pero también con sus silencios.
En principio, el silencio papal tiene una explicación formal: su protagonista es el principal líder espiritual mundial y, a la vez, un jefe de Estado.
Ello implica que no debe opinar en todo momento de todo lo que sucede en el mundo, a no ser que tenga una razón (humanitaria o religiosa) fundada y abrigue una cuota de esperanza de que su palabra pueda contribuir al bien común, y sin que ello implique una intromisión indebida en la vida de un país, aunque sea el suyo. En todo caso, hay quienes interpretan esta premisa de modo más restrictivo y otros, no.
Francisco -que se cuenta, sin dudas, en el segundo grupo- fue en los últimos tiempos pasible de críticas con sordina de algunos de sus compatriotas –críticos del Gobierno-, que consideran que es demasiado benévolo con Cristina. Pero es evidente que el Papa arriesgó su prestigio en aras de que la presidenta termine de la mejor manera su mandato para bien de todos los argentinos, en especial de los que menos tienen que son los que más sufren las crisis. Al fin de cuentas, no puede permitir que su país se “incendie”.
Otra cosa es que el Papa opine sobre un hecho tan poco claro como la muerte del fiscal. Porque está frente a un caso que constituye -al menos en su faz inicial- un gran enigma.
Y el hecho de que muchos argentinos crean que Nisman fue víctima de un asesinato o un “suicidio inducido” no cambia las cosas. Obviamente, no puede asentarse en conjeturas, como irresponsablemente lo hizo la presidenta.
En definitiva, esto es lo que -palabras más, palabras menos- explicó una fuente cercana al pontífice. Es obvio: la palabra del Papa no puede ser un aporte a la confusión general.
Lo único que puede caber son las condolencias a los deudos y una demanda de esclarecimiento, que ya fueron hechas por los obispos argentinos, como también recordó la fuente. Con su silencio, el Papa respetó a la Iglesia argentina que, en definitiva, tiene la responsabilidad primaria de hablar si lo considera prudente.
No merece Francisco, que tanto apuntaló al Gobierno, esa actitud.
Finalmente, acaso hay en el silencio del Papa un intento de reservarse para los meses que restan hasta el final del mandato de Cristina. Porque no faltan quienes creen que la muerte del fiscal Nisman luego de haber acusado a Cristina de encubrir a los autores del peor atentado terrorista ocurrido en el país es el comienzo de una serie de episodios que sumarán más tensiones al ya tenso cuadro nacional.
Es que Francisco es quizá la última esperanza de un recambio de gobierno ordenado y de paz social. Y él lo sabe.
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