«La reforma no es un fin en sí misma, sirve para la evangelización»

«La reforma no es un fin en sí misma, sirve para la evangelización»

Papa Francisco inauguró los trabajos del consistorio extraordinario durante el que discutirán los cardenales sobre el proyecto para fundir algunos Pontificios Consejos de la Curia romana

«La reforma de la Curia no es un fin en sí misma, sino un medio para dar un testimonio cristiano fuerte, favorecer una evangelización más eficaz» y «alentar» el espíritu ecuménico y el diálogo con todos. Lo dijo Papa Francisco al saludar a los cardenales reunidos en el Aula del Sínodo para el consistorio extraordinario, que culminará el próximo sábado con la creación de veinte nuevos cardenales, que también están participando en la discusión. 

Francisco fue uno de los llegar al aula cuando estaba casi vacía, y saludó uno por uno a todos los cardenales que iban llegando. De los 227 purpurados que integran el colegio (incluidos los veinte que recibirán el birrete rojo el sábado), 25 indicaron que no habrían podido participar. Esta mañana había 160 cardenales presentes. 

Después de la oración de la Tercera Hora, el decano del Colegio, el ex-secretario de Estado Angelo Sodano, saludó al Papa y recordó que, según establece el Código de derecho canónico, los cardenales deben ofrecer «toda la colaboración como individuos pero también colegialmente, como hoy». Sodano también recordó que se está discutiendo una nueva reforma de la Curia, después de las de Pío X en 1908, Pablo VI en 1967 y Juan Pablo II en 1988. 

Después, Fracnisco recordó que la reforma, «deseada vívamente por la mayor parte de los cardenales en el ámbito de las congregaciones generales antes del Cónclave, deberá perfecciona aún más la identidad de la misma Curia Romana. Es decir, la de coadyuvar al Sucesor de Pedro en el ejercicio de su supremo oficio pastoral por el bien y el servicio de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares. Ejercicio con el que se fortalecen la unidad de fe, la comunión del pueblo de Dios y se promueve la misión propia de la Iglesia en el mundo». 

«La meta es siempre –indicó Francisco– la de alcanzar mayor armonía entre los dicasterios y oficinas, con el fin de realizar una colaboración más eficaz en la absoluta transparencia que edifica la auténtica sinodalidad y la colegialidad».

 «La reforma –añadió el Papa– no es un fin en sí mismo, sino un medio para dar un testimonio cristiano fuerte; para favorecer una evangelización más eficaz; para promover un espíritu ecuménico más fecundo; para alentar un diálogo más constructivo con todos».

 Después, Fracnisco recordó que la reforma, «deseada vívamente por la mayor parte de los cardenales en el ámbito de las congregaciones generales antes del Cónclave, deberá perfecciona aún más la identidad de la misma Curia Romana. Es decir, la de coadyuvar al Sucesor de Pedro en el ejercicio de su supremo oficio pastoral por el bien y el servicio de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares. Ejercicio con el que se fortalecen la unidad de fe, la comunión del pueblo de Dios y se promueve la misión propia de la Iglesia en el mundo».

 Papa Bergoglio, al confirmar que el camino todavía es largo, reconoció que «alcanzar tal meta no es fácil; requiere tiempo, determinación y sobre todo la colaboración de todos. Pero para realizar esto debemos, ante todo,encomendemos al Espíritu Santo que la verdadera guía de la Iglesia, implorando en la oración el don del auténtico discernimiento».

 «Con este espíritu de colaboración –concluyó Francisco– comienza nuestro encuentro, que será fecundo gracias a la contribución que cada uno de nosotros podrá expresar con parresía, fidelidad al Magisterio y conciencia de que todo ello concurre a la ley suprema, es decir a la salus animarum».

 Se deduce, pues, del discurso papal que para una reforma se requiere tiempo. Y Francisco resumió los verdaderos objetivos de esta o de cualquier reforma de las estructuras eclesiales: ayudar al Papa a desempeñar mejor su servicio a las Iglesias particulares, favorecer la evangelización, el espíritu ecuménico y el diálogo con todos sin dejar de tener como criterio principal el bien y la «salvación de las almas». No se trata, pues, de privilegios, primogenituras, poderes o particulares visiones (incluso teológicas) que a veces han casi transformado a la Curia misma en una especie de súper gobierno central de la Iglesia.

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