Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según Evangelio según San Marcos 1,7-11. (ciclo B): El bautismo de Jesús

 

 

Juan predicaba, diciendo: “Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”. En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma; y una voz desde el cielo dijo: “Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección.”

El bautismo de Jesús

Estamos ante la figura de Juan Bautista, que tiene una misión: preparar la venida del Reino, anunciar la conversión de los pecados, saber que el Reino de Dios está cerca. Él es quien tiene que anunciar, él es la voz pero no es la Palabra; la Palabra es el contenido. Se da cuenta cuando dice “yo no soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias”, pero tiene una tarea y una misión.

La misión de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, es una bendición especial porque no sólo que desciende -esa bendición- sino que permanece esa bendición. La presencia del Hijo de Dios, que vino a este mundo, nos toca a nosotros en la tierra para que nosotros podamos tocar el cielo. Este Cristo viene enviado por el Padre que lo confirma diciendo “este es mi Hijo muy querido en quien tengo puesta toda mi predilección.” Así comienza la vida pública de Jesús: Jesús es enviado, tiene una misión, viene a cumplir la voluntad del Padre, es decir que sabe a lo que va.

Su vida tiene un motivo, una intención, una definición; esto nos lleva a los creyentes a identificarnos con Jesucristo y es muy importante, porque si uno tiene los mismos sentimientos de Cristo Jesús también va a ejercer ser PROFETA -que anuncia el mensaje de salvación a todos los hombres- ya que Él es el único y verdadero SACERDOTE, pues su sacrificio es aceptado por el Padre. Él viene a ofrecerse -“nadie me quita la vida sino que la doy libremente”- y se entrega por nosotros. Sacerdocio en este sacrificio único, definitivo y redentor. Y es REY porque el Mesías, que era esperado, es el salvador que libera, que anuncia, que sana y que reúne como Pueblo de Dios.

El Bautismo de Cristo nos hace entrar en una nueva dimensión: somos parte del Pueblo de Dios. Y al ser parte de su pueblo, también tenemos una vocación y una misión que cumplir; ambas se van a plasmar en la medida que nos identifiquemos con Jesucristo en la oración, en la contemplación y en el tratamiento de lo que es cumplir con la obra, con el mandamiento, con los mismos sentimientos de Cristo Jesús. La fe sola no basta. Esa fe tiene que ser expresada en el amor concreto.

Que el Bautismo de Jesús nos ayude a vivir la dignidad de nuestro propio bautismo.

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