El Papa en la Misa final del Sínodo sobre la familia puso en guardia frente a dos tentaciones: una es la «‘espiritualidad del espejismo’: podemos caminar a través de los desiertos de la humanidad sin ver lo que realmente hay, sino lo que quisiéramos ver nosotros; somos capaces de construir visiones del mundo, pero no aceptamos lo que el Señor nos pone ante los ojos»; la otra es la de caer en una «‘fe de programa’»: «Podemos caminar con el pueblo de Dios, pero ya tenemos nuestro programa de marcha, en donde todo se ajusta: sabemos dónde ir y cuanto tiempo emplear; todos deben respetar nuestros ritmos y cada inconveniente nos disturba»
Por DOMENICO AGASSO JR
CIUDAD DEL VATICANO
Tampoco faltaron, en la homilía de Papa Francisco pronunciada en la Misa final, algunas claras alusiones a ciertas actitudes que hubo durante y sobre el debate del Sínodo de la familia. A esos a las que ayer el Pontífice llamó «métodos no del todo benévolos». El Pontífice puso en guardia frente a dos tentaciones: una es la «‘espiritualidad del espejismo’: podemos caminar a través de los desiertos de la humanidad sin ver lo que realmente hay, sino lo que quisiéramos ver nosotros; somos capaces de construir visiones del mundo, pero no aceptamos lo que el Señor nos pone ante los ojos. Una fe que no sabe arraigarse en la vida de la gente se queda árida y, en lugar de oasis, crea otros desiertos»; la otra tentación es la de «caer en una ‘fe de programa’. Podemos caminar con el pueblo de Dios, pero ya tenemos nuestro programa de marcha, en donde todo se ajusta: sabemos dónde ir y cuanto tiempo emplear; todos deben respetar nuestros ritmos y cada inconveniente nos disturba».
En la Basílica de San Pedro, Francisco comenzó su homilía observando que «las tres lecturas de este domingo nos presentan la compasión de Dios, su paternidad, que se revela definitivamente en Jesús».
Así el profeta Jeremías, «en pleno desastre nacional, mientras el pueblo es deportado por los enemigos, anuncia que ‘El Señor ha salvado a su pueblo, el resto de Israel’. ¿Y por qué lo hizo? Porque Él es Padre; y como Padre cuida a sus hijos, los acompaña en el camino, sostiene ‘al ciego y al cojo, a la mujer embarazada y a la parturienta’. Su paternidad les abre una vía accesible, una vía de consolación después de muchas lágrimas y de tantas amarguras. Si el pueblo permanece fiel, si persevera en la búsqueda de Dios incluso en tierra extranjera, Dios cambiará su prisión en libertad, su soledad en comunión: lo que siembra hoy el pueblo en las lágrimas, mañana lo cosechará en la alegría».
Con el Salmo, continuó Bergoglio, «hemos manifestado también nosotros la alegría que es fruto de la salvación del Señor: ‘Nuestra boca se llenó de sonrisa, nuestra lengua de alegría’. El creyente es una persona que ha experimentado la acción salvífica de Dios en la propia vida. Y nosotros, los pastores, hemos experimentados qué significa sembrar con fatiga, a veces en las lágrimas, y alegrarnos por la gracia de una cosecha que siempre va más allá de nuestros sufrimientos y de nuestras capacidades».
En la Carta a los Hebreos se lee «la compasión de Jesús. También Él ‘se revistió de debilidad’, para sentir compasión por los que están en la ignorancia y en el error. Jesús es el gran sumo sacerdote, santo, inocente, pero al mismo tiempo es el sumo sacerdote que ha participado de nuestras debilidades y fue puesto a la prueba en cada cosa, como nosotros, salvo el pecado. Por ello es el mediador de la nueva y definitiva alianza que nos da salvación».
El Papa subrayó que «el Evangelio de hoy se relaciona directamente con la primera Lectura: como el pueblo de Israel fue liberado gracias a la paternidad de Dios, así Bartimeo fue liberado gracias a la compasión de Jesús». Cristo acababa de salir de Jericó, y «a pesar de haber apenas iniciado el camino más importante, el camino hacia Jerusalén, se detiene a responder al grito de Bartimeo. Se deja tocar por su petición, se hace involucrar por su situación. No se contenta dándole limosna, sino que quiere encontrarlo personalmente. No le da ni indicaciones ni respuestas, sino que plantea una pregunta: ‘¿Qué quieres que yo haga por ti?. Podría parecer una petición inútil: ¿qué podría desear un ciego si no la vista? Sin embargo, con esta interrogante hecha ‘de tú a tú’, directa pero respetuosa, Jesús demuestra querer escuchar nuestras necesidades. Desea con cada uno de nosotros un coloquio hecho de vida, de situaciones reales, que no excluya nada ante Dios. Después de la curación, el Señor dice a aquel hombre: ‘Tu fe te ha salvado’. Es bello ver cómo Cristo admira la fe de Bartimeo, confiando en él. Él cree en nosotros, más de lo que nosotros creemos en nosotros mismos».
El Papa indicó que hay un detalle interesante en este punto, pues «Jesús pide a sus discípulos que vayan a llamar a Bartimeo. Ellos se dirigen al ciego usando dos expresiones, que solo Jesús utiliza en el resto del Evangelio. En primer lugar le dicen: ‘¡Ánimo!’, con una palabra que literalmente significa ‘ten confianza, date ánimos!’. Efectivamente, solo el encuentro con Jesús da al hombre la fuerza para afrontar las situaciones más graves. La segunda expresión es ‘¡Levántate!’, como Jesús había dicho a muchos enfermos, tomándolos por la mano y sanándolos. Los suyos no hacen más que repetir las palabras de ánimo y liberadoras de Jesús, conduciendo directamente a Él, sin prédicas. A esto son llamados los discípulos de Jesús, también hoy, especialmente hoy: a poner al hombre en contacto con la Misericordia compasiva que salva. Cuando el grito de la humanidad se hace, como en Bartimeo, más fuerte, no hay otra respuesta que hacer nuestras las palabras de Jesús y, sobre todo, imitar su corazón. Las situaciones de miseria y de conflicto son para Dios ocasiones de misericordia. ¡Hoy -exclamó Papa Francisco- es tiempo de misericordia!».
Y después, el Obispo de Roma invitó a tener cuidado con algunas tentaciones que se presentan a quienes siguen a Jesús; «el Evangelio indica por lo menos dos de ellas», que se pueden relacionar con algunas de las actitudes que hubo durante la Asamblea general ordinaria de los obispos sobre el tema de la familia.
La primera: «Ninguno de los discípulos se detiene, como hace Jesús. Siguen caminando, van adelante como si nada. Si Bartimeo está ciego, ellos están sordos: su problema no es el de ellos»; es por ello que esta misma actitud puede ponernos en peligro: «frente a los constantes problemas, mejor seguir adelante, sin dejarse disturbar. De esta manera, como aquellos discípulos, estamos con Jesús, pero no pensamos como Jesús. Se está en su grupo, pero se pierde la apertura del corazón, se pierden la maravilla, la gratitud y el entusiasmo, y se corre el peligro de convertirse en ‘habitudinarios de la grazia’. Podemos hablar de Él y trabajar para Él, pero vivir lejos de su corazón, que se protiende hacia los que están heridos». El Papa llamó a esta tentación la de una «‘espiritualidad del espejismo’: podemos caminar a través de los desiertos de la humanidad sin ver lo que realmente hay, sino lo que quisiéramos ver nosotros; somos capaces de construir visiones del mundo, pero no aceptamos lo que el Señor nos pone ante los ojos. Una fe que no sabe arraigarse en la vida de la gente se queda árida y, en lugar de oasis, crea otros desiertos».
El segundo peligro: «Hay una segunda tentación, la de caer en una ‘fe de programa’. Podemos caminar con el pueblo de Dios, pero ya tenemos nuestro programa de marcha, en donde todo se ajusta: sabemos dónde ir y cuanto tiempo emplear; todos deben respetar nuestros ritmos y cada inconveniente nos disturba». De esta manera corremos el peligro de volvernos como «esos ‘muchos’ del Evangelio que pierden la paciencia y regañan a Bartimeo. Poco antes habían regañado a los niños, ahora al mendigo ciego: quienes dan fastidio o no están a la altura deben ser excluidos. Jesús, por el contrario, quiere incluir, sobre todo a los que son mantenidos al margen y gritan hacia Él. Estos, como Bartimeo, tienen fe, porque saberse necesitado de salvación es la mejor manera para encontrar a Cristo».
Efectivamente, al final Bartimeo «se pone a seguir a Jesús pro el camino. No solo vuelve a adquirir la vista, sino que se une a la comunidad de los que caminan con Jesús».
Al concluir la homilía, el Papa se dirigió directamente a los «queridos Hermanos sinodales»: «nosotros hemos caminado juntos. Les agradezco por el camino que hemos compartido con la mirada dirigida al Señor y a los hermanos, en la búsqueda de senderos que el Evangelio indica a nuestro tiempo para anunciar el misterio de amor de la Familia. Prosigamos el camino que el Señor desea. Pidámosle una mirada curada y salvada, que sabe difundir luz, porque recuerda el esplendor que lo ha iluminado. Sin hacernos ofuscar nunca por el pesimismo y por el pecado, busquemos y veamos la gloria de Dios, que resplandece en el hombre vivo».
Comentá la nota