La pregunta de Pedro (Jn 21.20-22)

La pregunta de Pedro (Jn 21.20-22)

Jesús no nos cataloga por lo malo que hacemos, sino por lo bueno que él puede hacer en nosotros.

Al volver la cabeza, Pedro se dio cuenta de que el discípulo a quien Jesús amaba estaba cerca. Cuando Pedro lo vio, le preguntó a Jesús: «Señor, ¿qué le sucederá a él?».

Jesús respondió: «Si quiero que se quede con vida hasta que yo vuelva, ¿a ti qué te importa? ¡Sígueme!» (Juan 21:20-22, adaptación de MSG).

No estoy seguro de qué quiere saber específicamente Pedro referente al discípulo amado (Juan). Quizás esta pregunta de Pedro tenga que ver con el pasaje anterior:

«Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos y otro te vestirá y te llevará adonde no quieras ir».

O tal vez Pedro aún seguía pensando en el pedido de la madre de Juan, que quería que su hijito fuese primer ministro en el reino de Jesús. No lo sabemos.

 

La respuesta directa de Jesús y la rivalidad cristiana

Vemos que Jesús responde la pregunta de una manera directa y hasta un poco chocante, pero pienso que es una gran respuesta para cada uno de nosotros. Suelo percibir en algunos círculos cristianos un tipo de conversación que me parece un poco tonta, donde cristianos se comparan con otros cristianos, y en la conversación parece evidente que cada uno quiere mostrarse mejor que los demás.

Slade dice lo siguiente (p. 401):

Si nuestra relación no dependiera de la fidelidad de Jesús sino de nuestros propios esfuerzos, entonces viviríamos siempre con inseguridad. Y en la vida humana, la inseguridad siempre se convierte en rivalidad. Por nuestra inseguridad siempre estamos comparándonos con los demás, con el deseo de encontrar alguna base para decir que somos más que ellos. En tales condiciones no podemos solo seguir nuestro propio camino con el Señor, sino que siempre miramos al lado para ver cómo van los demás…

En el momento de su plena restauración como discípulo, Pedro echó una mirada atrás. No le bastaba saber que tendría la oportunidad de cumplir lo que había prometido en 13:37, sino que se moría de ganas por saber qué le pasaría al otro. Aún sentía la necesidad de hacer comparaciones entre sí mismo y los demás, en vez de reconocer que su relación con Jesús y su vida entera dependían completamente del amor de Dios hecho presente en Jesús.

 

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"A ti, ¿qué te importa? ¡Sígueme!"

Alguno diría: «¡Pero esto debe haber sido un error del copista! Jesús nunca podría haber dicho una frase como esta…»

Pero no se sorprenda. Jesús utilizó el estilo «directo y sin vueltas» varias veces. Y lo directo de la pregunta requería una respuesta inmediata del corazón de Pedro. Así como lo dice una antigua canción: «Fija tus ojos en Cristo… y lo terrenal sin valor será».

No nos toca andar mirando y controlando a nuestros hermanos. Si bien es bíblico que una persona en pecado evidente sea confrontada por algunos hermanos, no es nuestra tarea andar como «policías» buscando las fallas que cometen otras personas.

He visto iglesias enteras metidas en el chismorreo, hablando y hablando de la vida de una persona. Es despreciable la actitud de muchas hermanas, y también de algunos hermanos que están allí, pendientes, parados en la punta de los zapatos para mirar la vida de otras personas.

No estoy diciendo que dejemos que cada persona haga lo que quiera. No estoy diciendo que dejemos pecar a todo el mundo. Pero hay cuestiones que no nos incumben saber. Y es muy malo andar pendiente de cada detalle de la vida de las demás personas.

Mucho más peligroso aún es querer hacer futurología referente a personas que no nos caen bien, y entonces «mandarlas al infierno» por adelantado.

Pero Pedro, seguramente, no tenía malas intenciones referente a Juan. Y podría ser, pero estoy casi seguro de que él estaba esperando que Jesús le respondiera: «¡No, Pedro, Juan no será primer ministro!».

Me parece que este texto también me dice a mí y a usted: «No te metas, ¿qué te importa?».

 

El peligro de las luchas de poder en la Iglesia

Lo más dañino que hay para cualquier iglesia evangélica son las luchas de poder y la búsqueda de prestigio. No existe nadie mayor, ni más importante en la iglesia de Jesucristo. Y no es correcto que los miembros de la iglesia de Jesucristo se pasen comparando unos con los otros, buscando «escalar» la cima del poder.

Lo que Jesús quería decirle a Pedro era:

«Simón, ¿todavía pretendes ser más que tus hermanos? ¿Aún piensas ser el discípulo más fiel de todos?»

A pesar de que Pedro, minutos antes, había asumido el compromiso de ser pastor de personas, aquí Jesús va directamente hacia la egolatría propia del ser humano. No hay peor cosa que entre pastores haya rivalidad, competición y desconfianza. Cuando amamos a Jesús, amamos a nuestros hermanos.

En estos textos también me parece ver que Jesús quiere decirle a Pedro: Yo quiero aún trabajar en tu carácter, en tu vida. Todavía tienes muchas cosas que cambiar, y no te preocupes por Juan, que él también tiene muchas cosas que cambiar, pero yo me ocuparé de eso.

Slade dice que no tiene sentido el andar comparándonos con los demás. Jesús no nos cataloga por lo malo que solemos hacer, sino por lo bueno que él puede hacer en nosotros. Y esto indica que lo bueno que hacemos, no lo hacemos porque somos mejores que otros, sino porque él produce todas las cosas buenas que nosotros hacemos.

Y así, si comprendemos esto, se terminan las luchas de poder y las comparaciones con los demás. Juan va cerrando el evangelio con la idea de que el amor de Jesús es mayor a todo. Y nuestras faltas y equivocaciones también son enormes. Pero Jesús está perdonando, sanando y restaurando.

Estamos en un proceso. En este proceso nunca llegaremos aquí en el mundo terrenal a decir que ya somos impecables. Pero tampoco en este mundo terrenal deberíamos andar comparándonos quién es mejor que quién, porque todos somos peores, como seres humanos. Y todos somos perfectos y santificados bajo la cruz de Cristo. Ante la cruz, nadie es mejor ni peor que el otro.

Y lo difícil de este tema es ponerlo en práctica. A mí me pasa, y en cada conversación de cristianos que escucho, siempre hay alguien criticando a algún hermano o pastor.

Que el Señor nos ayude en esto, que podamos ser libres de la actitud petrina de andar comparándonos con los demás. Y si vemos a alguien cometer un pecado, nuestra tarea como hermanos es mostrar a esa persona a Jesús, su amor, y no condenarlo al infierno.

 

Aplicaciones prácticas: enfoque y no comparación

1. Aplicación personal: cambiar la pregunta interior

La principal aplicación es internalizar la respuesta de Jesús: «¿A ti qué te importa? ¡Sígueme!»

Identificar la "actitud petrina": Reconoce los momentos en que tu mente o tus conversaciones se centran en compararte con otros cristianos, líderes o pastores ("¿Por qué a él le va mejor?", "¿Por qué ella tiene ese don y yo no?").Enfoque radical: Cuando surja el impulso de criticar o compararte, redirige tu atención a tu propio camino con Jesús. La única carrera que debes correr es la tuya propia.Oración: Transforma la crítica en intercesión. En lugar de juzgar a un hermano, ora por él.

2. Aplicación eclesial: detener el chismorreo y la rivalidad

El texto advierte contra el chismorreo, las luchas de poder y la competencia dentro de la iglesia.

Guardar la lengua: Comprométete a no participar en conversaciones que busquen las fallas de otros o que sean chismorreo. Si alguien te cuenta algo negativo de otro, pregunta: "¿Esto me incumbe?" o "¿Cuál es mi rol para ayudar?" Si no hay un rol constructivo, detén la conversación.Promover la unidad: Reconoce que nadie es más importante en la Iglesia de Jesucristo. Actúa como un miembro del cuerpo donde todos son valiosos y tienen distintas funciones, sin buscar "escalar la cima del poder".Enfocarse en la restauración: Si debes confrontar un pecado evidente (como lo manda la Biblia), hazlo con el objetivo de mostrar a la persona el amor de Jesús y restaurarla, no de condenarla. Recuerda que todos estamos en un proceso.

3. Aplicación teológica: descansar en el amor de Jesús

El trasfondo de las comparaciones es la inseguridad sobre nuestra propia valía o fidelidad.

Seguridad en Cristo: Recuerda la enseñanza de Slade: nuestra relación no depende de nuestros esfuerzos (lo que nos lleva a la rivalidad), sino de la fidelidad de Jesús.Humildad: Ante la cruz, nadie es mejor ni peor que el otro. Reconoce que lo bueno que haces es producido por Él, no porque seas inherentemente superior.Proceso de Carácter: Entiende que Jesús aún está trabajando en tu carácter y tu vida. No te distraigas con los defectos de otros; confía en que Él se ocupará tanto de ti como de ellos.

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