Pese a su ciática, Francisco recorre en el papamóvil la plaza San Pedro

Pese a su ciática, Francisco recorre en el papamóvil la plaza San Pedro

Al principio sentado y de pie después, saludó a los fieles que la colmaron. En la misa del Domingo de Ramos, siguió desde el altar la procesión tras la bendición de palmas, y en la homilía clamó: "Cristo, nuevamente crucificado en la locura de la guerra".

Después de dos años de restricciones por la pandemia, el Papa Francisco volvió a encabezar los ritos iniciales de la Semana Santa en la plaza San Pedro, colmada de fieles, donde presidió la misa del Domingo de Ramos y, en la homilía, clamó: "Cristo, nuevamente crucificado en la locura de la guerra".

El pontífice, mermado físicamente por su ciática, hace su entrada en silencio y se sienta en la silla presidencial del altar, mientras la procesión de fieles, sacerdotes, obispos y cardenales se dirige al obelisco, hasta rodearlo por completo. Obispos y cardenales lucen casulla roja y centros de palmeras.

Francisco, desde el altar bendice los ramos y el diácono se dirige al ambón, para cantar el Evangelio según Lucas, mientras el Papa, de pie, luce su palma y la procesión de fieles y obispos se dirige hacia el altar.

Tras la procesión, continúa la liturgia de la Palabra, con las diversas lecturas, entre ellas el Evangelio de la Pasión. Y tras la lectura, la homilía papal, que Francisco pronuncia sentado en su sede presidencial.

A pesar de su ciática, Francisco quiso terminar la festividad religiosa, subiendo por vez primera desde hace dos años, al papamóvil y recorriendo la plaza, para saludar a los fieles que la colmaron. Al principio, lo hizo sentado, pero después se puso nuevamente de pie y disfrutó de la cercanía de los presentes.

Los obispos y cardenales presentes son quienes han participado en la procesión con los ramos, portando de forma mayoritaria la mascarilla a pesar de no ser obligatoria en espacios exteriores. En la misa el idioma predominante ha sido el italiano, aunque se han incluido peticiones en chino, en esloveno o en malabar, la lengua mayoritaria del estado de Kerala, en el sur de la India.

Además, la lectora de la epístola lo hizo vestida con los colores de ucrania, azul y amarillo. Como es habitual, tres diáconos han cantado el relato de la Pasión, en este año según san Lucas y lo han hecho con la fórmula abreviada.

Tras la lectura de la Pasión, Francisco, en su homilía, destacó que en momento de la muerte “las palabras de Jesús crucificado en el Evangelio se contraponen, en efecto, a las de los que lo crucifican” que le exhortan a “aalvarse a sí mismo, cuidarse a sí mismo, pensar en sí mismo; no en los demás, sino solamente en la propia salud, en el propio éxito, en los propios intereses; en el tener, en el poder y en la apariencia”. Jesús, por su parte, “en ningún caso reivindica algo para sí; es más, ni siquiera se defiende o se justifica a sí mismo. Reza al Padre y ofrece misericordia al buen ladrón”, subrayó.

“Allí, en el dolor físico más agudo de la pasión, Cristo pide perdón por quienes lo están traspasando. En esos momentos, uno sólo quisiera gritar toda su rabia y sufrimiento; en cambio, Jesús dice: Padre, perdónalos”, prosiguió el pontífice. Jesús, añadió, “no reprocha a sus verdugos ni amenaza con castigos en nombre de Dios, sino que reza por los malvados. Clavado en el patíbulo de la humillación, aumenta la intensidad del don, que se convierte en perdón”.

Francisco invitó a pensar “que Dios hace lo mismo con nosotros. Cuando le causamos dolor con nuestras acciones, Él sufre y tiene un solo deseo: poder perdonarnos. Para darnos cuenta de esto, contemplemos al Crucificado. El perdón brota de sus llagas, de esas heridas dolorosas que le provocan nuestros clavos”. “Contemplemos a Jesús en la cruz y veamos que nunca hemos recibido una mirada más tierna y compasiva. Contemplemos a Jesús en la cruz y comprendamos que nunca hemos recibido un abrazo más amoroso”, exhortó.

“Allí, mientras es crucificado, en el momento más duro, Jesús vive su mandamiento más difícil: el amor por los enemigos”, prosiguió. Mientras, lamentó: “¡Cuánto tiempo perdemos pensando en quienes nos han hecho daño! Y también mirándonos dentro de nosotros mismos y lamiéndonos las heridas que nos han causado los otros, la vida, la historia”. Por eso, destacó el Papa, “hoy Jesús nos enseña a no quedarnos ahí, sino a reaccionar, a romper el círculo vicioso del mal y de las quejas, a responder a los clavos de la vida con el amor y a los golpes del odio con la caricia del perdón”.

Para Francisco, “el Señor nos pide que no respondamos según nuestros impulsos o como lo hacen los demás, sino como Él lo hace con nosotros. Nos pide que rompamos la cadena del “te quiero si tú me quieres; soy tu amigo si eres mi amigo; te ayudo si me ayudas”. No, compasión y misericordia para todos, porque Dios ve en cada uno a un hijo. No nos separa en buenos y malos, en amigos y enemigos. Somos nosotros los que lo hacemos, haciéndolo sufrir. Para Él todos somos hijos amados, que desea abrazar y perdonar”.

“Dios no se cansa de perdonar, no es que aguante hasta un cierto punto para luego cambiar de idea, como estamos tentados de hacer nosotros”, insistió. “No nos cansemos del perdón de Dios, ni nosotros sacerdotes de administrarlo, ni cada cristiano de recibirlo y testimoniarlo”, pidió Bergoglio. Y es que, en la Pasión, “Jesús no sólo implora el perdón, sino que dice también el motivo: perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y es que Él, como “nuestro abogado”, “no se pone en contra de nosotros, sino de nuestra parte contra nuestro pecado”.

A partir de esto, el Papa destacó que “cuando se usa la violencia ya no se sabe nada de Dios, que es Padre, ni tampoco de los demás, que son hermanos. Se nos olvida porqué estamos en el mundo y llegamos a cometer crueldades absurdas”. Para Francisco esto “lo vemos en la locura de la guerra, donde se vuelve a crucificar a Cristo. Sí, Cristo es clavado en la cruz una vez más en las madres que lloran la muerte injusta de los maridos y de los hijos. Es crucificado en los refugiados que huyen de las bombas con los niños en brazos. Es crucificado en los ancianos que son abandonados a la muerte, en los jóvenes privados de futuro, en los soldados enviados a matar a sus hermanos”, reclamó.

Mirando al ‘buen ladrón’, el pontífe destacó finalmente su disposición a acoger el perdón de Dios “mientras su vida está por terminar, y así su vida empieza de nuevo; en el infierno del mundo ve abrirse el paraíso”. “Este es el prodigio del perdón de Dios, que transforma la última petición de un condenado a muerte en la primera canonización de la historia”, concluyó.

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