La persistencia en la fe de los cubanos que no claudican pese a la prolongada adversidad

La persistencia en la fe de los cubanos que no claudican pese a la prolongada adversidad

Ni la persecución que sufrió la Iglesia en los primeros años de la Revolución, ni las severas restricciones a la práctica religiosa posteriores acabaron con la religiosidad del pueblo. El testimonio de un sacerdote argentino.

Sergio Rubín

El padre Carlos Peteira se entusiasma al contar que, desde mediados de 2012 -cuando comenzaron una misión-, en dos parroquias de la diócesis de Santa Clara donde se desempeña se realizaron 2.800 bautismos, a un promedio de 300 por año. Y que la catequesis de preparación de niños y adultos para la primera comunión y la confirmación fue “un desafío interesante” que suscitó la conformación de “hermosos grupos”. Eso sí, apenas se celebran uno o dos casamientos por año. No obstante, los datos revelan que la religiosidad del pueblo cubano sigue viva a pesar de que luego de la Revolución -tras un inicio de buenas relaciones con el Episcopado, que tenía una expectativa favorable- el régimen abrazó el comunismo y comenzó a perseguir a la Iglesia, lo que incluyó la prisión de clérigos y fieles, la salida obligada de la isla de centenares de sacerdotes, la confiscación de sus propiedades -incluidos los colegios- y la pérdida de libertad para el ejercicio del culto.

“Los primeros años de la Revolución fueron muy duros para la Iglesia”, dice Peteira, que es un sacerdote argentino perteneciente a la diócesis  de San Rafael, Mendoza, que fue enviado a Cuba como misionero en 2014 por su obispo, Eduardo Taussig. Pero señala que “las condiciones empezaron a mejorar para la práctica religiosa tras el colapso de la Unión Soviética”. A comienzos de los ’90 la gran ayuda que Cuba recibía del régimen soviético sufrió una fuerte merma y las graves carencias que sufría el pueblo aumentaron. En ese contexto, Fidel Castro se entrevistó con Juan Pablo II en 1996 y lo invitó a visitar el país. El padre Carlos subraya que aquella visita, en 1998, fue “además de providencial, determinante, un antes y un después. Produjo una sorpresa descomunal al suscitarse multitudes que vibraban ante las palabras del Papa. Y cuando el gobierno creía que la Iglesia en Cuba estaba muy debilitada o anestesiada, tomaron nota de que gozaba de pujante salud”.

Aún resuena aquella frase de Juan Pablo II al arribar a La Habana: “Que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba”. Pero los efectos de su visita habían comenzado antes, con las visitas casa por casa de clérigos y laicos -algo sin precedentes- para ir creando el ambiente espiritual y se abrieron centros de oración para vivir la fe fuera del templo. Y, como un gesto, al regreso del Papa a Roma, el régimen declaró feriado el día de Navidad. Catorce años después visitó la isla Benedicto XVI. El padre Carlos dice que el pontífice “llegó en un momento de mayor afianzamiento de la Iglesia y en el marco del Jubileo de la Virgen de la Caridad por los 400 años del hallazgo de su imagen”. Destaca la significación  de esa celebración porque “el amor a la Virgen, a mi juicio, es el secreto de que la fe se haya mantenido en Cuba, aún en medio de las grandes contradicciones”. Tras su vuelta a Roma, el régimen castrista -en otro gesto- también declaró feriado el Viernes Santo.

Finalmente, en 2015, visitó Cuba Francisco. Para Peteira su paso fue “igualmente muy movilizante, con una cuidada transmisión televisiva y lejos del condimento político que quizás muchos esperaban”. De todas maneras, señala que el Papa argentino “le pidió al gobierno la liberación de presos por cuestiones humanitarias, lo que le fue concedido”. Unas palabras suyas pronunciadas en un encuentro que mantuvo en ese viaje con los jóvenes son evocadas hoy particularmente a la luz de las recientes protestas en la isla. Fueron aquellas en las que los exhortó a “soñar en grande”. Y  dirigiéndose a cada uno dijo: “Sueña que el mundo contigo puede ser distinto. Sueña que, si tú pones lo mejor de ti, vas a ayudar a que ese mundo sea distinto”. Francisco jugó, además, un papel clave en el restablecimiento de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos -en tiempos en que sus presidentes eran Raúl Castro y Barak Obama-, que llevó a que el régimen elevara su consideración hacia la Iglesia.

En cuanto a la situación actual, el padre Carlos aclara ante todo que “es imposible ignorar o negar que la presencia y la obra de la Iglesia marcó el rumbo de Cuba durante siglos. Al acercarnos a las autoridades, con quienes mantenemos un trato esmerado y diplomático -agrega-, notamos que, aunque distantes, en general priorizan el atendernos y no quieren para nada dar la impresión de que existe algún conflicto con la Iglesia o que se arrastra una historia de grandes desencuentros”. Claro que dice que “a veces para encarar una obra edilicia tenemos que realizar trámites interminables”. Pero aclara que en su municipio, de 70 mil habitantes, “no tuvimos problemas y formamos unos 50 centros de misión”. Trae a colación que la Madre Teresa quería una casa de las Misioneras de la Caridad en cada diócesis cubana y hoy tienen diez casas, además de una de las hermanas contemplativas en el santuario de la Virgen del Cobre. “La esperanza no defrauda”, afirma Peteira citando el Evangelio.

Lamenta, en cambio, que en el país haya “una necesidad pavorosa de sacerdotes, la más urgente de América (hay uno cada 70 mil habitantes, mientras que en la Argentina hay uno cada 10 mil)”. Señala que la diócesis argentina de San Isidro hace años que envía sacerdotes y que uno de ellos, el padre Marcos Pirán, fue hace poco nombrado obispo auxiliar de la diócesis de Holguín. Paralelamente, el porcentaje de cristianos en general -al igual que en otros países, más allá de un aumento de evangélicos- disminuyó: pasó del 93 % en 1945 al 65 % en 2010. El porcentaje de los que practican el sincretismo introducido por los esclavos africanos en la isla, que siempre fue importante, también bajó del 80 % al 50 %. Para Peteira, esta práctica produjo “un daño muy grande” al catolicismo por “la mezcolanza” que se produjo. Muchos de nuestros feligreses -añade- confunden lo llamado ‘afro’ con lo católico”. De todas maneras, se avanza en un diálogo para una convivencia.

Ahora bien: ¿Cómo viven su fe los cubanos? “Obviamente, debemos distinguir a aquellos católicos que a pesar de las limitaciones se mantuvieron con valentía y perseverancia en la vida cristiana”, afirma el padre Carlos. “Ellos -destaca- sostuvieron a la Iglesia aún cuando debían vivir su fe a escondidas y ocultarse para traer a sus hijos a bautizar. Muchos sufrieron marginaciones al momento de acceder a un trabajo o aspirar a estudios superiores. Después -señala- tenemos cristianos de fe incipiente que a medida que se fueron aflojando las restricciones comenzaron tímidamente a acercarse. Hay una franja importante de cubanos que hoy tienen entre 20 y 50 años que poco y nada conocieron de la fe y a los que se les machacó que ‘la religión es el opio de los pueblos’. Finalmente -completa-, están los pequeños que en los lugares de misión fueron los primeros en acercarse, pero ante la realidad familiar y social se les hace muy dificultosa la perseverancia en la fe. Hay mucho por hacer”.

A pesar de la feroz persecución inicial a la Iglesia y las severas restricciones a su accionar que se mantuvieron en el tiempo. A pesar de que los cubanos debieron cambiar la imagen del Sagrado Corazón que tenían en sus casas por la de Fidel Castro. A pesar, en fin, de tantos obstáculos la fe sigue viva en Cuba. Más aún: el padre Carlos no duda de que, con vistas al futuro del país, “tendrá un papel espiritual determinante”.

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