Francisco señala que la riqueza no es mala, sino la indiferencia hacia quien tiene necesidad.
Hoy el jubileo de la Misericordia ha vivido una de sus jornadas más bonita, con el Jubileo de los catequistas, que en Italia son unos 130 mil.
El Papa vistiendo paramentos verdes y el palio, presidió en la plaza de San Pedro con la solemnidad característica de estas ceremonias, la santa misa del XXVI domingo del Tiempo ordinario, ante unos 30 mil catequistas allí reunidos.
El coro de la Capilla Sixtina acompañó la liturgia con los cantos polifónicos en latín, las voces blancas de los niños, acompañado por un segundo coro.
En la jornada soleada del inicio del otoño en Italia, con un cielo azul muy intenso, el Santo Padre les pidió a los catequista que “no dejemos de poner por encima de todo el anuncio principal de la fe: el Señor ha resucitado. No hay un contenido más importante”, porque “Si se le aísla, pierde sentido y fuerza”.
Llevar en mensaje de que “Jesús te ama de verdad, tal y como eres. Déjale entrar: a pesar de las decepciones y heridas de la vida, dale la posibilidad de amarte. No te defraudará”
Así adviritió que “al Dios-Amor se le anuncia amando: no a fuerza de convencer, nunca imponiendo la verdad, ni mucho menos aferrándose con rigidez a alguna obligación religiosa o moral. A Dios se le anuncia encontrando a las personas, teniendo en cuenta su historia y su camino”.
Porque “al Dios de la esperanza se le anuncia viviendo hoy el Evangelio de la caridad, sin miedo a dar testimonio de él incluso con nuevas formas de anuncio”.
Y tomando inspiración en la parábola del hombre rico que no se fija en Lázaro, un pobre que ‘estaba echado a su puerta’, precisa que “el rico, en verdad, no hace daño a nadie, no se dice que sea malo. Sin embargo, tiene una enfermedad peor que la de Lázaro, que estaba ‘cubierto de llagas’: este rico sufre una fuerte ceguera, porque no es capaz de ver más allá de su mundo, hecho de banquetes y ricos vestidos. No ve más allá de la puerta de su casa, donde yace Lázaro, porque no le importa lo que sucede fuera”.
“En su corazón -explica Francisco- ha entrado la mundanidad que adormece el alma. La mundanidad es como un ‘agujero negro’ que engulle el bien, que apaga el amor, porque lo devora todo en el propio yo. Entonces se ve sólo la apariencia y no se fija en los demás, porque se vuelve indiferente a todo”.
El Santo Padre ha concluido su homilía exhortando: “El Señor nos lo pide hoy: ante los muchos Lázaros que vemos, estamos llamados a inquietarnos, a buscar caminos para encontrar y ayudar, sin delegar siempre en otros o decir: ‘Te ayudaré mañana’. El tiempo para ayudar es tiempo regalado a Jesús, es amor que permanece: es nuestro tesoro en el cielo, que nos ganamos aquí en la tierra”.
Antes de Ite missa est el Pontífice rezó la oración del ángelus e impartió la bendición apostólica.
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