Un Papa que habla desde las periferias

Un Papa que habla desde las periferias

Una vez más el Papa nos convoca desde una de las periferias del mundo desde donde recibimos los desafíos de este siglo. México encierra muchos de estos retos. Onceava economía planetaria, rico en recursos naturales y culturales, México es un país emergente de grandes potencialidades, pero también un país en emergencia.

Por Alberto Barlocci

Se reúnen en esta tierra las desigualdades y contradicciones que caracterizan nuestra América latina: casi la mitad de sus 120 millones de habitantes viven en la pobreza o la vulnerabilidad social. Enormes riquezas benefician a unos pocos en medio de una estridente pobreza que caracteriza en especial la vida de las numerosas etnias indígenas.

A menudo, son riquezas de proveniencia espuria: imperan los carteles de la droga en medio de una suerte de guerra civil no declarada que en los últimos 6/7 años ha provocado no menos de 50.000 asesinatos y 28.000 desaparecidos. Como los estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos en la nada, pero más probablemente masacrados por los sicarios del cartel local con la complicidad de las fuerzas policiales y las autoridades políticas del Estado. El 90 por ciento de los delitos graves quedan impunes.

A menudo, periodistas, intendentes, sacerdotes que se atreven a levantar la voz contra estos poderes letales son acallados y culpabilizados hasta por las propias autoridades que deberían velar por el bien común: en los últimos diez años, fueron asesinados 80 periodistas y otros 17 desaparecieron. La última víctima es una periodista, mamá desde hacía tres semanas, secuestrada por un comando armado y liquidada unas horas después. Los políticos no se salvan de la violencia, sólo el año pasado al menos 23 fueron muertos. Tampoco los sacerdotes tienen vida fácil: 40 muertos en diez años entre presbíteros y religiosos, cientos de seminaristas, catequistas y parroquianos han sido amenazados.

¿Todos valientes? Lamentablemente no faltan los sacerdotes que conceden dudosas absoluciones por actos criminales a cambio de cuantiosas financiaciones para ampliar o mejorar los templos, como si el lujo de los lugares de culto fuera un elemento esencial para la identidad católica. Ante esta espiral violenta, Bergoglio ha invitado (¿o fustigado?) a los obispos a no refugiarse tras “condenas genéricas” porque hace falta “coraje profético” para reconstruir pastoralmente el tejido social. 

El Papa ha recomendado especialmente a los obispos el seguimiento de la llaga de la migración. Es una verdadera emergencia humanitaria negada por las autoridades. Decenas de miles de personas que salen principalmente de Guatemala, El Salvador y Honduras y cruzan de norte a sur el país tratando de ingresar en los Estados Unidos. Una marcha de la esperanza a la que se unen mexicanos de varios estados, todos huyendo de la pobreza y la violencia. Muchos son menores de edad y las víctimas de los que especulan con la trata de personas ya no se cuentan.

Desigualdades, injusticias, pobreza, gente obligada a dejar su tierra, violencia, criminalidad, marginación, dominación... el Papa habla en México ante llagas bien determinadas, pero éstas evocan las llagas de toda la humanidad en las periferias que ha señalado a menudo como los lugares en los que hoy la Iglesia está convocada. Vivimos en la aldea global donde los síntomas locales son efecto de males globales. Es estando a lado de los últimos y de los oprimidos de todas las periferias que podremos comprender las claves para enfrentar los males globales que nos oprimen. La historia de la salvación parte precisamente desde una periferia del mundo.

Sin embargo el Papa no se limita a enumerar estos males, sino que propone un cambio de perspectiva radical invitando a la Iglesia a cambiarse a sí misma. Comenzando por asumir que la catolicidad no es una milicia que lucha contra el mal –imagen que quizás guste a algunos– sino una madre capaz de abrazar a la humanidad y sus penas, de ofrecer su “regazo” y también de situarse al lado de los últimos y usar en su defensa incluso la indignación y la denuncia, como en el caso de los pueblos indígenas expropiados incluso de sus culturas milenarias de las que hoy, afirma el Papa,  tenemos necesidad. La “Virgen Morenita”, emblema del mestizaje cultural de este país y de todo mestizaje, “nos enseña que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios”, ha señalado Bergoglio a los pastores. Parafraseando el libro del Éxodo, el Papa los ha invitado a no recurrir a los mismos métodos de los “faraones actuales”: nuestra fuerza está en la nube de fuego y no en los carros y caballos.

Cambiarnos para generar cambios. Es la lógica que hace 1500 años siguió Agustín de Hipona:  “Son tiempos malos dicen los hombres. Vivan bien y los tiempos serán buenos. Nosotros somos los tiempos”.

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