El papa Francisco contó cómo sus abuelos y su padre se salvaron del naufragio del Mafalda

El papa Francisco contó cómo sus abuelos y su padre se salvaron del naufragio del Mafalda

Por Claudia Peiró

"Les cuento una anécdota, les dijo el pontífice argentino a Stefano Lampertico y Antonio Mininni, vendedores y editores de Scarp de'tenis (Zapatillas), la revista de los sin techo de Milán: mis abuelos y mi padre (…) tenían pasajes en el barco Princesa Mafalda que se hundió en las costas de Brasil. Pero no lograron vender a tiempo lo que poseían y entonces cambiaron el boleto y se embarcaron en el Julio César el 1º de febrero de 1929. Por eso estoy aquí".

El Papa estaba haciendo alusión al naufragio del transatlántico de la compañía Navigazione Generale Italiana que en las primeras décadas del siglo XX cubría la ruta entre Génova y Buenos Aires (ver más abajo: Cómo fue el naufragio del Mafalda).

Francisco visitará la diócesis de Milán el 25 de marzo próximo y, como anticipo de ese viaje, concedió esta entrevista, en la que se refirió especialmente al tema de los inmigrantes y en la que, lejos de promover una inmigración desenfrenada, aconsejó que cada país reciba a tantos inmigrantes como pueda integrar.

Según el Papa, cada país debe recibir tantos inmigrantes como pueda integrar

Scarp de' tenis no es sólo una revista; es antes que nada un programa social –en Buenos Aires y otras grandes ciudades del mundo existen iniciativas análogas- destinado a las personas que viven en la calle o sufren algún tipo de exclusión social: el diario busca brindarles una salida laboral e integrarlos a un proyecto colectivo que los ayude a recuperar autoestima.

En la introducción del artículo, los entrevistadores dicen que, a la pregunta de si realmente Europa debe recibir indistintamente a todos los inmigrantes, el Papa responde que quien llega al viejo continente está escapando "de la guerra o del hambre". "Y nosotros –agrega el Papa- somos en cierto modo culpables porque explotamos sus tierras pero no hacemos ningún tipo de inversión para que ellos puedan extraer un beneficio. Tienen derecho a emigrar y tienen derecho a ser acogidos y ayudados".

Pero a continuación, el Papa aconseja prudencia a las autoridades: "Esto (la acogida de los inmigrantes) debe ser hecho con la virtud cristiana que debería ser la virtud de los gobernantes, o sea, la prudencia. ¿Qué significa? Significa acoger a todos los que se 'puede' acoger. Y esto en lo que concierne al número".

Porque para Francisco la clave es la integración. Así lo explica: "Acoger significa integrar. Eso es lo más difícil porque si los migrantes no se integran, se encierran en guetos. De Lesbos vinieron conmigo a Italia trece personas. Al segundo día de permanencia, gracias a la comunidad de San Egidio, los niños ya iban a la escuela. Luego en poco tiempo encontraron donde alojarlos, los adultos fueron a aprender el italiano y a buscar trabajo. Cierto, para los niños es más fácil: van a la escuela y en pocos meses saben hablar el italiano mejor que yo".

 Cada país debe ver cuál es el número de inmigrantes que es capaz de acoger. No se puede acoger si no hay posibilidad de integración

El Papa también se refirió a las obligaciones de los inmigrantes: "Integrar quiere decir entrar en la vida del país, respetar las leyes del país, respetar la cultura del país, pero también hacer respetar la propia cultura y las propias riquezas culturales. La integración es un trabajo muy difícil (…). Cada país ahora debe ver cuál es el número que es capaz de acoger. No se puede acoger si no hay posibilidad de integración".

"Es muy difícil meterse en los zapatos de los otros, porque con frecuencia somos esclavos de nuestro egoísmo –reflexionó también Francisco-. En un primer nivel podemos decir que la gente prefiere pensar en sus propios problemas sin querer ver el sufrimiento y las dificultades del otro. Pero hay otro nivel. Meterse en los zapatos del otro significa tener una gran capacidad de comprensión, de entender el momento y las situaciones difíciles. (…) Si pensamos en las vidas que con frecuencia están hechas de soledad, meterse en los zapatos del otro significa servicio, humildad, magnanimidad, que es también la expresión de una necesidad. Yo necesito que alguno se meta en mis zapatos. Porque todos necesitamos comprensión, compañía y algún consejo. Cuantas veces he encontrado persona que, luego de haber buscado consuelo en un cristiano, ya sea un laico, un cura, una monja, un obispo, me dice: 'Sí, me ha escuchado, pero no me ha comprendido'. Comprender significa meterse en los zapatos del otro. Y no es fácil".

 En Argentina somos todos inmigrantes, por eso allá el diálogo interreligioso es la norma (Francisco)

Finalmente, el Papa habló de su país, como hijo de inmigrantes que fue. "Yo nunca me sentí desarraigado. En Argentina somos todos inmigrantes. Por eso allá el diálogo interreligioso es la norma. En la escuela había judíos que llegaban en su mayor parte de Rusia, y musulmanes sirios y libaneses, o turcos con pasaporte del Imperio Otomano. Había mucha fraternidad. En el país hay un número limitado de indígenas, la mayor parte de la población es de origen italiano, español, polaco, medio-oriental, rusa, alemana, croata, eslovena. En los años a caballo entre los dos siglos precedentes, el fenómeno migratorio fue de gran alcance. Mi papá tenía 20 años cuando llegó a la Argentina y trabajaba en el Banco de Italia, se casó allá".

Jorge Bergoglio, joven sacerdote, junto a sus padres

Le preguntaron qué cosas echaba de menos de su país. Dijo: "Hay una sola cosa que extraño mucho (de Buenos Aires): la posibilidad de salir y andar por la calle. Me gusta ir de visita a las parroquias y encontrarme con la gente. No tengo una nostalgia en particular".

Cómo fue el naufragio del Princesa Mafalda

El Princesa Mafalda (por el nombre de una de las hijas del rey Víctor Manuel III) era un transatlántico de lujo con cabinas de primera y segunda clase, y un sector de tercera para inmigrantes. Estaba en servicio desde el año 1909 e iba a ser retirado en 1929. Por ese motivo, la empresa decidió espaciar el programa de mantenimiento del buque, lo que resultaría fatal.

El 11 de octubre de 1927 el Mafalda emprendió su noveno viaje con destino a la Argentina, en una travesía que debía durar unos 14 días, con escalas en Barcelona, Dakar, Río de Janeiro, Santos y Montevideo. Llevaba 288 tripulantes y 973 pasajeros, en total 1.261 personas.

Contra lo programado, la familia Bergoglio no subió a bordo. El destino hizo que los preparativos para la emigración se demoraran, obligándolos a permanecer en Italia hasta principios del 29.

En Barcelona, el barco sufrió una demora de varias horas para arreglar un primer desperfecto. En alta mar, el capitán decidió variar el itinerario, viendo que el Mafalda no estaba en condiciones de seguir adelante, y atracó en Cabo Verde, desde donde pidió una nave de remplazo. Le respondieron: "Continúe a Río y espere instrucciones".

El Princesa Mafalda se hundió frente a las costas del Brasil

Luego de una precaria reparación, el Mafalda siguió viaje y, aunque los desperfectos escoriaban el barco a babor dificultando la navegación, lograron cruzar el Ecuador y llegar a la costa noreste de Brasil.

Pero el 25 de octubre, cerca de las 5 de la tarde y cuando ya se avistaba San Salvador de Bahía, se partió el eje de babor y se desprendió la hélice produciendo cortes en el casco.

Mientras intentaba controlar el daño, el capitán ordena preparar la evacuación y pedir auxilio, Dos barcos mercantes, uno holandés y otro británico, fueron los primeros en acudir.

Oscurecía mientras el Mafalda se hundía de popa muy despacio. La gran presión del océano pudo más que los esfuerzos de la tripulación por tapar la avería y  una avalancha de agua inundó la sala de máquinas, arrastrando a varios de los hombres que allí trabajaban.

 El capitán Simon Gulli permaneció en cubierta hasta el final y se hundió con el Mafalda al grito de “¡Viva Italia!”

El pánico y el desbande complicaron las tareas de salvataje y muchos se lanzaron sobre los botes de seguridad y cayeron al mar en desorden. Además, no había suficientes botes para las 1.261 personas a bordo.

El capitán del barco, Simon Gulli, permaneció en cubierta hasta el final tratando de ordenar el salvataje y luego se hundió con el Mafalda al grito de "¡Viva Italia!"

Los sobrevivientes fueron 875 y los muertos 386 (107 tripulantes y 338 pasajeros).

La tragedia impactó a ambos lados del Atlántico. La empresa fue condenada a indemnizar a las familias de las víctimas.

El Mafalda sigue hundido en el fondo del mar, no lejos de la costa brasileña.

Comentá la nota