¿Qué opciones políticas tiene un cristiano hoy?

¿Qué opciones políticas tiene un cristiano hoy?

Cristianismo y Política: Las preguntas que todo cristiano se hace a la hora de ir a las urnas. ¿Y ahora qué hago?

 

¿Es coherente que un cristiano apoye a partidos que promueven el aborto? ¿Es razonable que sostengamos ideologías que atentan contra la libertad religiosa, que censuran las manifestaciones públicas de la fe o que persiguen, acallan o maltratan a los sacerdotes?

Son preguntas que nos hacemos antes de cada proceso electoral y a las que habría que añadir algunas otras como: ¿puede un católico votar a un partido que demoniza o discrimina a los inmigrantes? ¿Y a uno que rechaza un sistema fiscal progresivo y justo que sirva para ayudar a quienes más lo necesitan?

Surgen distintos partidos políticos

Desde que la democracia se impuso en Occidente los cristianos de cada país han mantenido el deseo de unirse en una sola voz para lograr una mayor influencia en la esfera pública. Hoy, por supuesto, también sucede así, y van surgiendo distintas formaciones políticas que aspiran a acoger en su seno las inquietudes (y las papeletas electorales) de los creyentes.

Lo que nos llama la atención es que la mayor parte de estos nuevos partidos tienen un perfil populista y reaccionario, muy escorado hacia la derecha. ¿Es este el lugar adecuado para los cristianos?

Historia europea de las democracias

Tras la II Guerra Mundial muchos países con una democracia avanzada, sobre todo en Europa, vieron asentarse dos posiciones políticas que acabarían por repartirse casi toda la influencia social en las siguientes décadas.

Por un lado estaban los socialdemócratas, que abandonarían enseguida su filocomunismo para aceptar a la vez la democracia y el capitalismo. En el otro encontramos a los demócrata-cristianos, católicos o protestantes, que consiguieron abrazar buena parte de las sensibilidades que existían en el pueblo fiel.

Durante el crecimiento económico conocido como los «Gloriosos Treinta Años» ambos partidos, gobernando los unos o los otros y a veces en coalición, fueron capaces de construir el llamado Estado del Bienestar: un gigantesco sistema de ayudas al desempleo, jubilación, seguro de salud universal y educación pública garantizada que ha supuesto el mayor avance social de la historia de la humanidad.

No fue un camino exento de dificultades. Tenían tres contrincantes poderosos. Primero los liberales, que criticaban el modelo (y sus excesos, que los hubo) por resultar caro e ineficaz. Cuando la bonanza económica sufrió un frenazo brusco —con el alza de los precios del petróleo— algunos de sus rostros más conocidos, como Margaret Tatcher (Primera Ministra del Reino Unido entre 1979 y 1990), aprovecharon para destruir buena parte de los que con tanto esfuerza se había puesto en pie años atrás.

En segundo lugar estaban los comunistas, que poco a poco dejarían de lado su servil dependencia de Moscú para dar lugar al llamado «Eurocomunismo», una especie de socialdemocracia cabreada con mayores exigencias y aspavientos.

Por último encontramos a la extrema derecha, que reunía ideologías dispares como el nacionalismo radical, la nostalgia de la barbarie nazi o el populismo mitinero y ramplón.

Mirko Kuzmanovic | ShutterstockNacimiento de la democracia-cristiana

La democracia-cristiana tomó su ideario sobre todo de dos grandes pensadores franceses del siglo XX: Jacques Maritain, modernizador del tomismo y prolífico escritor, y Emmanuel Mounier, un espíritu sutil con una gran sensibilidad social y cercanía a las clases trabajadoras.

Se reunieron la tradición renovada desde la conciencia democrática, la Doctrina Social de la Iglesia y el deseo de construir un mundo más humano en el que la persona y su dignidad tuvieran el lugar central que merecen.

Es cierto que los círculos demócrata-cristianos no siempre guardaron la coherencia debida, pero también lo es que no se puede esperar mucho más de hombres de carne y hueso que pretenden honrar en la política unos ideales tan elevados.

Lo que sí debemos decir es que aquellos grandes líderes católicos destacaron por su amplitud de miras, su capacidad de diálogo, su respeto por los rivales y su moderación. Nombres como Robert Schuman y Alcide De Gasperi, ambos en proceso de beatificación, o Konrad Adenauer —los tres considerados «Padres de la Unión Europea»—; el chileno Eduardo Frei Montalva (que se opuso a Salvador Allende y posteriormente a Pinochet); o Rafael Caldera en Venezuela, nos hablan de hombres que, con sus luces y sus sombras, intentaron construir una cultura de entendimiento, justicia y desarrollo.

¿Dónde está la Doctrina Social de la Iglesia?

En la actualidad corren tiempos difíciles para la política cristiana. Los creyentes hemos dejado la Doctrina Social de la Iglesia en el cajón de los recuerdos (en una biblioteca alemana solo pude encontrarla dentro de la sección de «Ciencia Ficción») y no se conoce diríamos casi que en absoluto.

A la vez, en Estados Unidos, Europa y Latinoamérica nacen movimientos extremistas que, aunque estén alejados de la Iglesia y su visión sobre la humanidad, adoptan poses y maneras beatas para atraer a los creyentes que están menos acostumbrados a lidiar con las artes del maquillaje político.

Estos partidos, muchos recientes (es el caso de España) y otros intentando ahora mismo salir a la luz (en países como México), tienen como argumento básico la llamada a la reacción en contra de los populismos de izquierdas y acusar a los conservadores más sensatos y moderados de ser excesivamente tibios.

La cuestión que debemos hacernos es si resulta sensato que los católicos apoyemos ideologías orientadas al enfrentamiento que ponen en riesgo incluso la paz social.

El camino que nos señala el Papa Francisco

Desde luego este no es el camino que nos señala el Papa Francisco en su Encíclica Fratelli Tutti, donde nos anima a la búsqueda de «una fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite.» (punto 1).

Esta fraternidad no es una idea «buenista» y romántica, como percibe cualquiera que lea el primer capítulo de la Encíclica, con su descripción de los retos y contrariedades de nuestro mundo.

De hecho la democracia, y en general las sociedades humanas, son espacios de conflicto, de inevitable conflicto, pero incluso en este difícil terreno los cristianos podemos ver un poco más allá, si es que queremos y con la ayuda de Dios.

Así podemos darnos cuenta de que, por seguir de nuevo las palabras del Papa, «el tiempo es superior al espacio» o, dicho de otra manera, la dificultad de los problemas no nos debe hacer olvidar el horizonte de convivencia que buscamos, en el que la «unidad es superior al conflicto».

Ciertamente no vamos a ser capaces de construir el Paraíso en la Tierra, ni hemos de pretenderlo. Lo que se nos ha pedido es amar al prójimo, y para conseguirlo basta con que nos demos cuenta de que el otro, tal vez con sus puntos de vista tan distintos a los nuestros, no se sienta delante de nosotros para fastidiarnos sino que también desea, con su pequeño pedazo de verdad, equivocado o no, construir un mejor mundo para todos.

 

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