Navidad, mi época favorita que me la gozo en Cristo

Navidad, mi época favorita que me la gozo en Cristo

Los sucesos que rodean la llegada de Cristo no son solo históricos: apuntan a lo eterno. El nacimiento del Hijo de Dios irradia una luz que atraviesa el tiempo y la cultura.

Por: Tomás Gómez Bueno. 

La Navidad es, sin duda, la gran fiesta de la humanidad. Una celebración histórica, cultural y profundamente espiritual, con un indiscutible alcance universal.

Como toda festividad que atraviesa siglos culturas, posee matices diversos; sin embargo, su esencia permanece intacta: la Navidad celebra el nacimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios.

Desde sus orígenes, la Navidad integra elementos de diversas tradiciones, y su expresión multiculturalista reúne actores y símbolos que trascienden el marco religioso y legalista del antiguo judaísmo.

En esta inmensidad inatrapable, su protagonista, Jesús de Nazaret, no encontró un cómodo lugar en las mentalidades cerradas de su época, como tampoco la encuentra en la rigidez del pensamiento religioso de la actualidad.

Jesús vino al mundo como un niño humilde, nacido en una aldea marginal. En torno a su nacimiento se congregaron hombres y mujeres comunes, sencillos y anónimos. Pero Dios se encargó de proveer testigos abundantes, tanto celestiales como terrestres, que confirmaron la realidad histórica y espiritual de su encarnación.

Los ángeles tuvieron un papel central: enviados con mensajes específicos, anunciaron el origen divino del Niño y certificaron la veracidad del acontecimiento. Por eso, la exactitud cronológica de su nacimiento es un detalle menor.

Los sucesos que rodean la llegada de Cristo no son meramente históricos: apuntan a lo eterno. El nacimiento del Hijo de Dios tenía que irradiar una luz que atravesara el tiempo y la cultura, una claridad imposible de contener en cálculos religiosos o precisiones dogmáticas.

Sin embargo, el racionalismo legalista sigue intentando robarle el gozo a loa corazones con argumentos como: “No celebro la Navidad porque no sabemos la fecha exacta en que nació Jesús.” Ese razonamiento puede servir para cualquier otro ser humano, pero exigirle a Jesús exactitudes innecesarias revela más apatía que sabiduría.

Negarse a celebrar la fiesta que más gozo ha traído a la humanidad es desconocer su profundidad y su valor espiritual.

Por eso, la Navidad es mi fiesta. Con todo su sentido y riqueza, la celebraré una vez más junto a los míos. Lo haré porque hay quienes desean arrancarnos a Cristo de la historia, de la cultura y del corazón. Y tristemente, este despojo ocurre con el consentimiento -y a veces la colaboración- de algunos cristianos.

 

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Los intentos de borrar a Cristo

Cristo ha sido atacado desde todos los frentes: desde religiones que se autoproclaman superiores, desde líderes “iluminados”, desde ideologías políticas, desde lecturas sesgadas de la ciencia y del progreso.

Teorías humanas de todo tipo han buscado negar la encarnación del Dios hecho hombre. Pero no han podido. Hoy el ataque es otro: un robo silencioso desde la ignorancia bíblica, desde la anemia teológica. Quieren volvernos indiferentes ante Aquel que divide la historia y transforma el sentido de la vida.

Ahora intentan convencernos -y muchos están cediendo- de que Jesús no fue más que un campesino judío sin mérito para recibir una celebración universal. Pretenden presentarlo como un personaje mítico, producto del fanatismo de un pequeño grupo religioso. Los negadores de la verdad histórica quieren hacernos creer que su vigencia es un accidente cultural. Rechazan la supremacía moral, espiritual e histórica que, de un modo u otro, la humanidad reconoce en el Cristo glorificado.

Para el ateísmo militante y para ciertos cristianos confundidos o “antinavideños”, las fiestas de fin de año no deben centrarse en el nacimiento del Rey de reyes. No entienden que celebramos al que nació, murió, resucitó y volverá. No son fiestas comunes: son un anticipo de la mayor celebración que presenciará la humanidad, cuando Cristo sea proclamado universalmente como Señor.

La Navidad es una estación memorable dentro del tiempo, instituida por el Dueño de la historia. No es un recuerdo pálido, sino una fuerza estacional con alcance universal; un sentimiento celestial sembrado en corazones humanos. Conmemoramos un acontecimiento eterno, lleno de significado, colores y alegrías inagotables.

La Navidad es la fiesta más universal: la que convoca más almas, une más culturas, inspira más himnos, crea más poesías y despierta los sentimientos más tiernos. Quien no celebra la Navidad se priva de celebrar la vida misma; renuncia a escuchar las notas más dulces de la historia y a bailar al ritmo de sus alegrías más sublimes.

Como dice el coro popular: “Cristo es la Navidad, y el que tiene a Cristo tiene alegría.”

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