Monseñor Eduardo García se despidió de la arquidiócesis de Buenos Aires

Monseñor Eduardo García se despidió de la arquidiócesis de Buenos Aires

El viernes 5 de diciembre, en la Catedral Metropolitana se llevó a cabo la misa de despedida de monseñor Eduardo Horacio García quien hasta ahora fuera Pro-vicario general de la arquidiócesis y Vicario para la Pastoral, y asumirá como obispo de San Justo el próximo 14 de diciembre.

Se contó con la presencia de más de 10 seminaristas, 50 sacerdotes ─también los recientemente nombrados obispos Juan Carlos Ares y Jorge Torres Carbonell─, los obispos auxiliares porteños Enrique Eguía Seguí, Ernesto Giobando, Alejandro Giorgi y Joaquín Sucunza, y presidiendo la celebración el cardenal Mario Aurelio Poli.

También se acercaron a compartir este momento muchos laicos y religiosos que lo acompañaron en sus diversas tareas pastorales, parroquiales, andando la ciudad “en salida” 

“Padre, cuida a todos los que me diste.” Con esta frase encabezó su tarjeta de saludo de despedida. La homilía estuvo a cargo del cardenal Poli quien con una frase resumió quién es Eduardo García: “Un pastoralmen auténtico”.

En nombre de la arquidiócesis de Buenos Aires y en el momento de las ofrendas, García recibió un obsequio especial: una imagen de Jesús buen pastor. 

“Gracias, Buenos Aires, Vicaría de Niños, esta Iglesia que me miró y me empujó. Aquí aprendí a querer las diferencias, a ser padre, a ser hijo, en rostros bien concretos. Voy a seguir amando a la Iglesia de Buenos Aires y no desde la nostalgia, sino desde la alegría”, con estos conceptos se despidió García quien antes de un sencillo brindis, fue agasajado con una obra de marionetas que fue representada en el patio de la catedral de Buenos Aires. 

El tema de la obra: Un Pinocho que reconocía en Eduardo García alguien que supo ver en los niños sujetos de evangelización inmersos en su vida de juegos e inocencia, curiosidad y necesidad de expresar y recibir afecto. Niños que pueden ver en Jesús ──desde su dimensión de niñez── un modelo de vida para recrear. 

Desgrabación de la homilía del cardenal primado de la Argentina y arzobispo de Buenos Aires Mario Aurelio Poli en ocasión de la despedida de la arquidiócesis de Buenos Aires de monseñor Eduardo Horacio García, hasta ahora pro vicario general de la arquidiócesis y vicario para la Pastoral

En la austeridad del Adviento, celebramos esta Eucaristía con este sentimiento de acción de gracias. Y viene a nosotros la Palabra, el Evangelio de san Mateo, donde el Señor se manifiesta. Es un pasaje de la vida de Jesús, una sanación milagrosa. Jesús anuncia así el reino, especialmente nos lo ha enseñado el Evangelio de Mateo, con palaras y gestos, con fáciles parábolas que llegan al corazón de sus oyentes y con sanaciones milagrosas que anuncian la llegada de aquel día del cual profetizaba Isaías en la primera lectura.

“Aquel día ──escuchamos── los ciegos verán libres de tinieblas y oscuridad, y los humildes se alegrarán más y más en el Señor.” Los ciegos verán libres de tinieblas y oscuridad… Dos hombres ciegos en el camino que lo siguen a Jesús, ese es el cuadro que nos presenta san Mateo. Y lo seguían gritando: “¡Ten piedad de nosotros, hijo de David!”. No gritaban cualquier cosa sino que lo reconocían como al mesías esperado, oculto a los ojos de cuerpo y solo revelado a los pequeños. 

La pregunta de Jesús, el Jesús cercano, el Jesús que es sensible, que no le pasan desapercibidos los dolores de la gente: “¿Creen que yo puedo hacer lo que ustedes me piden?”. “Sí, Señor” es la respuesta de quienes creen con firmeza. Entonces Jesús dice: “Que suceda como ustedes han creído”. El milagro aconteció conforme a la fe de los ciegos. El milagro parece que en la mente de Jesús debía quedar oculto hasta su hora, su misteriosa hora, pero sucedió algo insólito, sucedió lo contrario a lo que quería Jesús. Aquellos hombres salieron y salieron entusiasmados y contentos. No dice el Evangelio qué es lo que decían pero me parece que gritaban lo que decía el salmo: “el Señor es mi luz y mi salvación”, la antífona que nosotros hemos rezado. Y así anunciaban que el Señor estaba entre ellos. El Señor es mi luz y mi salvación.

Esta es una linda jaculatoria para el adviento. Precisamente la misión tiene que ver con la actitud de estos dos ciegos a quienes Jesús devolvió la vista. Pensemos en nosotros también que a veces por nuestra falta de fe, teniendo los ojos del cuerpo y buena visión, sin embargo, dudamos.

Tiene que ver este milagro con las ganas de salir gritando lo del Salmo 26 “El Señor es mi luz y mi salvación”. Yo me preguntaba esta tarde, ¿acaso no son un ejemplo para salir de nuestra ceguera misionera e invitar a estos dos personajes que no pudieron guardarse para sí la alegría de haber recibido de Jesús una gracia? Sin quererlo Mateo nos sirve en bandeja un modo misionero. Tantas gracias recibimos… de sanación, de perdón… Gracias todo el día. La vida es una gracia. La gracia de los sacramentos, la gracia de los amigos, pertenecer a la Iglesia. También nosotros debiéramos salir gritando “El Señor es mi luz y mi salvación”.

Esta acción de gracias también tiene un sinsabor de despedida. Despedimos al padre obispo Eduardo, así lo van a llamar en San Justo por lo menos mucha gente en los barrios: padre obispo Eduardo.

Y pensando qué decir esta tarde en primer lugar dejé que mi memoria corra lejos, allá en Mataderos, cuando fui diácono de monseñor Rossi*, yo me encontré con un flaco muy activo, muy pastoral, ahí estaba Eduardo, creo que ya estabas en el seminario cuando yo era diácono… en el primer año… Un pastoralmen auténtico.

Y recuerdo momentos muy gratos de aquel diaconado al lado de Raúl, su padre espiritual, a quien Eduardo, entre los dolores de su corazón, acompañó a bien morir. Y lo acompañó hasta el último momento. Y pensaba que esta despedida tiene varias aristas, ¿no?

En primer lugar despedimos a un niño. Despedimos a un obispo, es adulto, ya lo sé, es grande. Pero estoy convencido de que despedimos a un niño. Encargado de la Pastoral de Niños desde la Vicaría Pastoral infundió e instaló en la arquidiócesis de Buenos Aires esta pastoral que desconocíamos. Solo un pastor con alma de niño pudo contagiarnos tanta alegría. Y entonces la arquidiócesis se llenó de marionetas, como esa que está en el fondo. ¿Ustedes no la ven, me parece, no? Ya se escondió. (risas) Son muy rápidas las marionetas. Llenó de alegría, nos regaló la misa de niños, también pensó en la liturgia para los niños, se abajó y se hizo como un niño. Por eso digo que despedimos a un niño. Nos dejó la jornada para los niños, la animación de las peregrinaciones infantiles, y tantas otras cosas que se lleva en su corazón y que ahora seguramente se van a expandir en San Justo. Despedimos a un niño con corazón de niño. 

Despedimos a un joven, como yo lo conocí allá en Mataderos. Con esto no quiero decir que le dura la inmadurez. No. Hablo del joven apóstol que no perdió cuando uno le toca el pulso sigue siendo joven, es capaz de hablar lenguaje joven, es capaz de dirigirse a los jóvenes y mover desde el corazón, es capaz de hacerse uno de ellos pero sin perder el lugar de sacerdote y de pastor. Despedimos a un joven. Joven que lo conocen los de la Acción Católica, los scouts también, especialmente la Acción Católica, reconozco. Jóvenes que se acercaron a su oreja de buen pastor y conocieron al sacerdote-guía espiritual.

Por eso despedimos hoy un sacerdote con orejas grandes para dirigir y escuchar mucho. Esto lo digo también porque el Seminario agradece el tiempo que pasó como director espiritual. Agradece también la arquidiócesis a Dios porque su sacerdocio contagió la alegría de la vocación, muchas vocaciones, y no solamente al sacerdocio, también a la vida religiosa, a la vida laical. Y esto le viene a Eduardo de su maestro espiritual, el padre Raúl. 

También con mis hermanos sacerdotes despedimos a un hermano sacerdote que nos enseñó mucho desde su Vicaría Pastoral y le agradecemos todo lo que nos deja.

Querido Eduardo, yo sé que me quedo corto con esta acción de gracias pero, como vos sos devoto de santa Teresita, te digo que todas las cosas que hiciste sé que las hiciste por Dios, por la Iglesia, y estoy seguro de que nos vamos a llevar muchas sorpresas en el cielo, como dice la doctora, de tantas cosas que has hecho con tu modo discreto, oculto, de bajo perfil en muchas cosas.

 

Querido Eduardo, te auguramos un aterrizaje suave, discreto en la diócesis para que conozcas y te vayan conociendo con el tiempo. Yo estoy seguro de que en la medida que te conozcan te irán apreciando, ya te empiezan a querer, y sabemos que, por sobre todas las cosas, te vas a dar por entero como lo hiciste con nosotros. 

Por eso, conociendo tu espíritu misionero, no tengo otra expresión que decirte: “querido obispo Eduardo, buena misión”.

Comentá la nota