En una entrevista concedida a Martín Granovsky, del diario Página 12, el obispo de Viedma y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Penitenciaria, monseñor Esteban María Laxague SDB, habló de la realidad “difícil, compleja” de las cárceles que pudo conocer estos años palpar la situación del sistema carcelario.
Asimismo, reclamó que por ser “una realidad que está muy escondida, como sociedad hay que poner la mirada en ella para tomar decisiones y ensayar estrategias distintas”.
Al ser consultado en qué reside la complejidad de la cárcel, el prelado respondió: “Marca un antes y proyecta un después para miles de personas. Son alrededor de 70 mil detenidos, entre procesados y condenados. Muchos están signados, como dice un cura de una villa de Buenos Aires, de calle, cárcel y cementerio. Esa mayoría sufre un antes muy complejo para muchas personas excluidas de sus derechos fundamentales como la salud y el trabajo”.
“En ese sentido la cárcel nos ayuda a pensar en una realidad que está a la vuelta de la esquina y que no vemos. Hay muchos derechos de las personas que están postergados. Debemos mirar al preso y al detenido como una persona que por serlo tiene los mismos derechos y deberes que todo ciudadano”, sostuvo.
Monseñor Laxague advirtió que “desde lo más básico al preso le son vulnerados muchos derechos. Por ejemplo, pensamos una vivienda digna y nuestras cárceles a veces carecen de una mínima comodidad. Ni siquiera cumplen con los requisitos básicos de luz e higiene”.
“Hoy con más fuerza no pueden ser postergados los derechos que consideramos inalienables como pueblo, como nación y como seres humanos: educación, trabajo, salud, alimentación”, subrayó.
Texto de la entrevista
Hablar con Esteban Laxague, obispo de Viedma, exige un rastreo. No solo está a cargo de la pastoral carcelaria de la Conferencia Episcopal Argentina. Vive recorriendo su diócesis. Ayer por la mañana estaba en General Conesa. El viernes fue hasta Choele Choel para acompañar a una comunidad que reclama justicia por Daniel Solano, un peón golondrina salteño empleado por Expofrut que desapareció hace cinco años. Daniel era mapuche. “Cuando en una matra, en un tejido mapuche, hay un hilo ausente o mal puesto, eso se nota de inmediato en el conjunto de ese tejido”, dijo Laxague en diálogo telefónico a Página/12.
“Falta encontrar el cuerpo de ese salteñito de poco más de 20 años”, explicó. Y sobre el hilo ausente precisó: “La desidia hace que la impunidad siga. Su desaparición puso a la luz otros hilos. Irregularidades en el mundo laboral. Sueldos mal liquidados. Condiciones de vida de los obreros. Ahora hablamos de una megacausa y todavía la Justicia no autoriza a explorar un jagüel.”
“En la medida en que uno se abre a Dios entra una luz en la vida y en la convivencia social”, dice este religioso que ocupa el puesto de Marcelo Melani y de Miguel Esteban Hesayne, uno de los obispos que resistió a la dictadura. “Está viviendo en Azul con mucha fuerza y mucha claridad de Evangelio”, cuenta sobre Hesayne mientras pide que lo llamen “padre Esteban” más que “obispo” o “monseñor”.
–¿Cómo es el trabajo de la pastoral carcelaria?
–La cárcel es una realidad difícil, compleja, y en estos años he podido acompañarla un poquito. Como es una realidad que está muy escondida, como sociedad hay que poner la mirada en ella para tomar decisiones y ensayar estrategias distintas.
–¿En qué reside la complejidad de la cárcel?
–Marca un antes y proyecta un después para miles de personas. Son alrededor de 70 mil detenidos, entre procesados y condenados. Muchos están signados, como dice un cura de una villa de Buenos Aires, de calle, cárcel y cementerio. Esa mayoría sufre un antes muy complejo para muchas personas excluidas de sus derechos fundamentales como la salud y el trabajo. En ese sentido la cárcel nos ayuda a pensar en una realidad que está a la vuelta de la esquina y que no vemos. Hay muchos derechos de las personas que están postergados. Debemos mirar al preso y al detenido como una persona que por serlo tiene los mismos derechos y deberes que todo ciudadano.
–¿Cuáles serían los ejemplos más elementales?
–Desde lo más básico al preso le son vulnerados muchos derechos. Por ejemplo, pensamos una vivienda digna y nuestras cárceles a veces carecen de una mínima comodidad. Ni siquiera cumplen con los requisitos básicos de luz e higiene. Hoy con más fuerza no pueden ser postergados los derechos que consideramos inalienables como pueblo, como nación y como seres humanos: educación, trabajo, salud, alimentación.
–¿Y la cárcel cómo juega?
–La cárcel se ha vuelto un depósito. La base es la incomunicación: los encarcelados se han quedado allí, olvidados de todos. La comunicación es un valor esencial del ser humano. Si pensamos que la cárcel es un mal necesario frente a un delito –no para todos, pero para cuando es realmente necesaria–, debemos pensar su objetivo. La cárcel debería servir para poner una persona de pie, en la sociedad, capaz de relacionarse con los demás. En el resto del mundo hay situaciones aún más dramáticas. Pero en la Argentina también falta cambiar esta realidad. Por eso la cárcel tiene esa deuda.
–¿Y el después?
–Hay que pensar en una convivencia con personas que en el antes fueron excluidas y en el durante negados sus derechos y olvidadas. Lamentablemente algunos cometemos delitos y se hace difícil la convivencia con los demás. Pero con la realidad de hoy la sociedad no logrará que esa persona el día de la mañana pueda tener una relación ciudadana con los demás.
–¿Cómo es el durante?
–La cárcel muestra la situación de personas que después de 15 años perdieron su dignidad, sus afectos, su capacidad de relacionarse. Y que se sienten estigmatizadas. La cárcel no es fruto del azar. Tenemos una sociedad que frente a un derecho vulnerado, y una ofensa, piensa en la venganza. Decimos: “Aquel que cometió el delito, que pague”.
–¿Y está mal?
–Hay que cambiar esa idea. Yo diría: “Que aquel que cometió el delito recapacite, que descubra que hay otra manera de vivir como ser humano”. Pero entendamos: el que cometió el delito nació de oportunidades negadas o no descubiertas. El sistema penitenciario y las leyes tienen que adecuarse a estos tiempos del siglo XXI y mirar las perspectivas. Todos estos cambios son posibles si la sociedad entera cambia. Si pensamos en sanar y no en castigar. Y también en sanar nosotros como sociedad. Si alguien comete delito busquemos las causas profundas. Es bueno que nos sintamos implicados. Un caso: un sueldo injusto, no pagado, postergado, siempre es fuente de violencia, y la violencia engendra delito. Alguien ninguneado como persona, una puerta que se cierra, generan violencia. Muchas veces debemos lamentar delitos. Claro, queremos una sociedad pacífica. Pero además de quedar entristecidos y asombrados por tantos delitos tenemos que preguntarnos las causas. No podemos mantenernos ajenos. Y pensemos luego que el castigo no genera nada nuevo. Hace falta oportunidad, motivación, confianza.
–La cárcel impide la libertad y el derecho a circular.
–Pero no priva a las personas de los otros derechos. Deberíamos descubrir todos qué es la vida humana para uno y para los demás. A lo mejor alguno de nosotros les quitó esos derechos a otros. Ojalá que como país tomemos conciencia.
–¿De qué modo?
–Muchas veces tomamos conciencia cuando tenemos un ser querido en la cárcel y vemos el nivel de absurdo de la situación. Sería mejor no llegar a eso y tomar conciencia antes. Visibilizar lo que es hoy la cárcel y lo que debería ser. Está bien reclamar seguridad. Pero está mejor reclamar convivencia pacífica. Si reclamamos paz social y convivencia, cuando ponemos la mirada en la cárcel nos damos cuenta de que el remedio que decimos que tenemos es un remedio que erra feo. Esa persona encarcelada como hoy no se va a poner nunca de pie. Y hay esposas con tantos hijos en situación marginal porque el esposo o el papá están en la cárcel.
–¿Por qué pastoral carcelaria y no penitenciaria? ¿Porque no se ven ahora como auxiliares del Servicio Penitenciario?
–Son caminos distintos. Nos preocupamos de toda la situación carcelaria. En cuanto los guardiacárceles, viven en una situación de falta de libertad como la del preso. Hay que dignificar ese servicio de la sociedad. Más que una fuerza de seguridad deberían ser educadores. Y el mundo de la Justicia, manipulado o presionado, tiene que ser distinto: debe mirar a las personas. Al que sufrió el delito y al que cometió. Detrás de un delito hay personas que infringieron la ley y que padecieron las penas. En estas pastorales lamentablemente tenemos poquitos obreros, pero no dejamos de mirar a los jueces, a los presos, a las víctimas, al personal. Ojalá en este anhelo de crecer como país, en este tercer centenario, no dejemos de pensar y acercarnos al mundo de la cárcel. No solo a los que están detenidos sino a todas sus familias y a los que trabajan.
–¿Por qué se comprometió con la cuestión de las cárceles?
–Como vocación soy salesiano. Dos Bosco tenía una pasión por los problemas de las cárceles. Cuando lo ordenaron cura visitó una cárcel en Turín. “Si alguien se hubiera ocupado de ellos, hoy no estarían aquí”, fue su reflexión. Y encaró su vida por la promoción y la educación en ese Turín de la revolución industrial y la posguerra. Siempre me apasionó ese mundo de acompañar a tantos niños, adolescentes y jóvenes que en la historia fuimos marginando. Cuando se me confió la pastoral carcelaria me fui acostumbrando a ver las distintas caras del tema. La cárcel tiene que ser distinta. Al hablar de pastoral carcelaria ampliamos el mundo en el que tenemos que interrelacionarnos. La familia, los jueces, los guardiacárceles. El término penitenciario es el que pone la ley. En términos religiosos es distinto, porque la penitencia habla de reparación. Pero si acentuamos mucho la penitencia acentuaremos el castigo. Por eso el primer paso lo debemos dar quienes acompañamos: la sociedad y la familia. Tenemos que entender que cuando alguien ya está adentro de la cárcel dice que la vida no vale nada. Y cuando uno descubre que, al revés, la vida vale, empieza a andar caminos distintos.
–En la Argentina más del 60 por ciento de los encarcelados es un grupo de procesados sin condena firme.
–Lamentablemente hay muchos no condenados. Personas que como se dice se comen muchos años esperando con incertidumbre. A veces hay personas que están para satisfacer algo que en la sociedad existe. Es hermoso clamar por justicia. Pero no clamemos por venganza. La justicia es distinguir el bien el mal. La convivencia social.
–¿Cuál es el sentido de los encuentros con juristas y jueces?
–Al menos nos animamos a juntarnos. En la historia de cada ser humano hay muchas pequeñas cosas y por eso hay que sumar no solo la reflexión sino la acción concreta, con marcos legales distintos que a veces no están implementados. A menudo no solo es cuestión de presupuesto. Es que nos ganan la desidia y la corrupción. En este mundo tan aislado que es la cárcel se legitiman muchas cosas.
–Al menos en la provincia de Buenos Aires los presos sufren tortura.
–Sí, la tortura es una realidad que existe y es importante que se ponga a la luz. Es lindo descubrir que cada uno tiene una misión y ponerle pasión y responsabilidad. Cuando uno deja de aportar lo suyo queda un vacío. Si todos aportamos desde nuestra profesión y nuestro lugar el matra se irá entretejiendo. También es lindo descubrir el servicio. Qué hermoso hacerlo sabiendo que es perfectible y por eso abierto a pareceres distintos y correcciones. En ese pedacito de la historia cada uno aporta lo mejor de sí. Uno es heredero de la historia y quiere dejar una huella que anime a otro a seguir andando. La huella se mantiene cuando uno la anda. Para que otros la sigan andando. El mundo de la cárcel reclama de más actores para seguir la huella.
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