Mons. Castagna: “La fidelidad al Espíritu es el poder del cristiano”

Mons. Castagna: “La fidelidad al Espíritu es el poder del cristiano”

Corrientes (AICA): “La fidelidad al Espíritu constituye el secreto del éxito y perennidad de la Iglesia a lo largo de toda la historia. Cuando se la descuida, la acción evangelizadora deja de orientar a los hombres en su búsqueda de la verdad, y del mismo Dios. Ese descuido se presenta con diversos rostros, entre ellos: el ansia de poder y de seguridades inconsistentes, ajenas al espíritu del Evangelio”, afirmó el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, en su sugerencia para la homilía de Pentecostés.

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, afirmó que “la fidelidad al Espíritu constituye el secreto del éxito y perennidad de la Iglesia a lo largo de toda la historia” y advirtió que “cuando se la descuida, la acción evangelizadora deja de orientar a los hombres en su búsqueda de la verdad, y del mismo Dios”. 

“Ese descuido se presenta con diversos rostros, entre ellos: el ansia de poder y de seguridades inconsistentes, ajenas al espíritu del Evangelio”, puntualizó en su sugerencia para la homilía de la solemnidad de Pentecostés. 

“Los santos, de diversas edades y condiciones de vida, son fieles al Espíritu, porque consienten, libre y generosamente, ser su obra artesanal de santidad. Al hacerse acreedores del Espíritu, dispensado por Cristo a quienes lo siguen, sus vidas se destacan en la sociedad. Es entonces cuando se activan sus virtudes cristianas y el Evangelio es atestiguado”, subrayó. 

El prelado sostuvo que “el Espíritu Santo les otorga una fisonomía propia, que los hace transparencia del rostro del Padre, en el de Cristo resucitado, manifestado en ellos”, y aseguró que “como ‘no son del mundo’ son tratados como extraños, hasta ‘aguafiestas’ en el gran festival de la corrupción y de la soberbia”. 

Texto de la sugerencia1.- Promesa cumplida: Pentecostés. Hoy celebramos el cumplimiento de la principal promesa de Jesús a sus discípulos: la venida del Espíritu Santo a su Iglesia naciente y al mundo. Pentecostés es el cierre litúrgico de los cincuenta días iniciados el Día de la Pascua de Resurrección. Es de gran necesidad prestar atención a la presencia activa del Espíritu Santo. Así lo ha querido Jesús, refiriéndose a su acción como insustituible en la vida de la Iglesia. El don del Espíritu Santo constituirá el contenido de su saludo y empeño en lo sucesivo. Su vinculación al perdón de los pecados señala la principal misión de Cristo como Salvador. Vino para vencer el pecado del mundo, para aniquilarlo en los corazones y restablecer el principado de Dios en la vida e historia de cada persona. Pentecostés es el día de su oficialización. Como no hay Iglesia sin Pascua, tampoco hay Iglesia sin Pentecostés. El Espíritu que desciende sobre aquella “pequeña grey”, en su espera piadosa, desde la Ascensión, es el Espíritu del Padre y del Hijo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad. En Él, Dios concluye su intervención en el mundo. 

2.- “El gran Desconocido”. Se lo llamó: “el gran Desconocido”, a causa de la poca atención que le prestan los cristianos, en su comportamiento habitual. No obstante, es el Dios Artífice de la santidad de la Iglesia. La Iglesia acude oficialmente a Él en todo momento, haciéndolo, con especial insistencia y solemnidad, cuando se presta a celebrar los actos más trascendentes de su liturgia y de su Magisterio. La manera de vivir su fe, o su espiritualidad, no puede prescindir del activo concurso del Espíritu Santo. Así lo ha dejado aclarado el mismo Señor: “porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré” (Juan 16, 7). Todo lo refiere a esa venida del Espíritu. Por eso, al no disponer ya de aquella presencia física de su Señor, los discípulos se sumergen en el silencio y en la oración, en espera del cumplimiento de la esperanzadora promesa. La forma espectacular de esa llegada los conmueve, sin sorprenderlos, y los impulsa a iniciar la misión encomendada el cercano día de la Ascensión. El día de Pentecostés, la Iglesia - recién nacida - emite el primer grito de vida, por medio de Pedro. Hoy celebramos aquel día y, de esa manera, recordamos su vigencia histórica. El Espíritu Santo garantiza la fidelidad de la Iglesia, de la que es “como el alma”. 

3.- La fidelidad al Espíritu es el poder del cristiano. La fidelidad al Espíritu constituye el secreto del éxito y perennidad de la Iglesia a lo largo de toda la historia. Cuando se la descuida, la acción evangelizadora deja de orientar a los hombres en su búsqueda de la verdad, y del mismo Dios. Ese descuido se presenta con diversos rostros, entre ellos: el ansia de poder y de seguridades inconsistentes, ajenas al espíritu del Evangelio. Los santos, de diversas edades y condiciones de vida, son fieles al Espíritu, porque consienten, libre y generosamente, ser su obra artesanal de santidad. Al hacerse acreedores del Espíritu, dispensado por Cristo a quienes lo siguen, sus vidas se destacan en la sociedad. Es entonces cuando se activan sus virtudes cristianas y el Evangelio es atestiguado. El Espíritu Santo les otorga una fisonomía propia, que los hace transparencia del rostro del Padre, en el de Cristo resucitado, manifestado en ellos. Como “no son del mundo” son tratados como extraños, hasta “aguafiestas” en el gran festival de la corrupción y de la soberbia. 

4.- La opción preferencial de Cristo. Pentecostés, como la Pascua, es un acontecimiento protagonizado exclusivamente por Dios. Gracias a la Encarnación de su Hijo, todo hombre se asocia a ese protagonismo. Reconocer su divinidad constituye la condición para hacerse solidario de Quien, para salvarnos, se hizo solidario nuestro, exceptuando el pecado que, precisamente, vino a eliminar. Sin duda, Cristo se identifica al pobre, necesitado humilde del Padre, pero, su opción preferencial es redimir del pecado a los hombres, sean pobres y ricos, sabios y analfabetos, poderosos y dominados: “Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mateo 9, 13). En el anuncio de su nacimiento, el Ángel le revela a José: “Ella (María) dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mateo 1, 21). El origen de toda injusticia es el pecado. El hombre, redimido del pecado, se vuelve humilde, justo y fraterno. Es el hombre capaz de construir una sociedad, con esos valores, anticipo e iniciación del Reino de Dios.

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