Comunidades religiosas trabajan en la frontera entre Colombia y Panamá para socorrer a miles de hombres y mujeres de diferentes nacionalidades que buscan ‘el sueño americano’.
Los habitantes de Necoclí, en el departamento de Antioquia, (noroeste de Colombia), no dudan en afirmar que los migrantes que llegan por oleadas a esta región todos los días, «confían más en la Iglesia católica que en las autoridades o gobiernos».
Lo mismo aseguran hombres, mujeres, ancianos y niños extranjeros que emprenden tortuosos recorridos desde sus países de origen para permanecer poco tiempo en Colombia, atravesar varias naciones de Centroamérica, llegar a México y, por fin, si tienen suerte y no mueren en la travesía, establecerse ilegalmente en Estados Unidos.
Para los migrantes, que huyen por conflictos políticos, sociales y económicos o quieren tener una vida mejor en tierras norteamericanas, esa confianza está representada en unas pocas religiosas. Son ellas quienes les suministran una comida caliente, les dan un abrigo a la orilla de la playa, les consiguen asistente médica y legal y, les dan apoyo espiritual.
No son más de una docena de religiosas que pertenecen a tres comunidades: las hermanas Juanistas (de san Juan Evangelista), las Dominicas de la Presentación y las Franciscanas de María Inmaculadas. Todas hacen parte de la Pastoral de Movilidad Humana y trabajan muy de cerca de la parroquia Nuestra Señora del Carmen, la única del pueblo, perteneciente a la Diócesis de Apartadó.
Una de esas monjas es Diana Sánchez Martínez, Franciscana de María Inmaculada quien lleva más de dos años y medio trabajando en la subregión de Urabá, en donde está localizado Necoclí. Su trabajo y el de las otras monjas empieza en la madrugada, cuando recorren la playa para entregar bonos para el almuerzo del día.
Se enfocan prioritariamente en «acompañar los casos más críticos de los migrantes», servir de puente ante las autoridades y entidades que manejan esta crisis humanitaria y en el suministro de alimentos a por lo menos 370 personas llegadas de Venezuela, Haití, Angola, Perú, Ecuador, Cuba, China, India e incluso de Colombia.
Aventura en la selva
La situación es tan crítica en este pueblo de 70.000 habitantes que hasta hace pocos años era un paradisíaco centro turístico, que en los últimos meses su población flotante se ha incrementado de manera notable, situación que generado serios problemas sanitarios y de convivencia.
Según cifras de los gobiernos de Panamá y Colombia, en el primer trimestre de 2023 han pasado por este lugar cerca de 80.000 personas que solo tenían la intención de viajar a Norteamérica.
Necoclí es el punto de Sudamérica en donde convergen personas y familias de distintos orígenes que se aventuran a atravesar el temible Tapón del Darién, una selva espesa, desconocida y peligrosa que conecta a Colombia con Panamá. Ese camino lo deben hacer a pie, por trochas intransitables, caminos cenagosos y caudalosos ríos y en donde habitan fieras, reptiles y animales ponzoñosos que conviven con algunas comunidades indígenas.
Otros migrantes con mejores condiciones económicas, evitan el paso por parte de la selva y pagan por viajar en frágiles lanchas que los transportan ilegalmente hasta un punto de Centroamérica en donde comienzan otro riesgoso tramo de su odisea. Sea por la selva o por el mar, muchos de los migrantes que pasan por Necoclí aseguran que «el paso por el golfo de Urabá, el tapón del Darién y el nexo con Panamá, es la ruta más fácil para llegar a Estados Unidos».
«Nadie los detiene y aunque se les advierten los peligros, ellos dicen que prefieren morir en la selva. Algunos no se dan cuenta del peligro que corren», afirmó la hermana Diana en entrevista con Aleteia.
Según ella, unos pocos viajeros se arrepienten y deciden no emprender el viaje, pero otros más arriesgados logran llegar después de varios meses a Estados Unidos en busca del codiciado ‘sueño americano’, en donde seguramente tendrán serias dificultades con las autoridades migratorias. Aunque no hay cifras oficiales, algunos subregistros indican que muchos migrantes, entre ellos familias enteras, han perecido en la manigua del Darién o en el mar Caribe.
«Tuve hambre y me diste de comer»
Muchos migrantes llegan a pie, desnutridos, mal vestidos y en precarias condiciones de salud. «Casi todos pasan dos o tres días acá. Ellos duermen en carpas junto a las playas del mar Caribe y son atendidos por la Iglesia sin tener en cuenta su religión, raza, sexo, origen o cualquier otra condición», manifestó la religiosa.
Otra religiosa que trabaja en la región es Gloria Gelpud Mallama. En diálogo con el portal ACN esta hermana, también de la comunidad Franciscana de María Inmaculada, manifestó que las migrantes con quienes se ha encontrado le recuerdan el mensaje evangélico: «Tuve hambre y me diste de comer». Por esa razón, asegura, «la Iglesia reacciona de inmediato ante un niño con hambre. Allí está Cristo. Y es mi deber como creyente velar porque él coma y [porque] Jesús está en cada instante».
La hermana Diana Sánchez reiteró que en cumplimiento de su misión evangélica la Iglesia católica siempre es la primera en ayudar y que por esa razón los necesitados la tienen como punto de referencia. «Ellos buscan a la Iglesia porque saben que en otros lugares les ha ayudado y porque le tienen confianza y seguridad en la rapidez de sus acciones».
Además de la ayuda social con los migrantes, las religiosas de las comunidades que trabajan en el Tapón del Darién desarrollan constantes tareas de acompañamiento espiritual y catequesis con los habitantes de la región. En esta labor apoyan al padre Hernán Darío Loaiza, párroco de Nuestra Señora del Carmen, la única iglesia de Necoclí.
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