El comunismo no es propiamente ateo, sino religioso, pero en sentido invertido.
A través de este escrito, pretendo hacer una "especie de ensayo" o acercamiento al libro escrito por el pastor Richard Wurmbrand, titulado "Marx y Satán". Más que una crítica política, esta obra plantea una reflexión espiritual sobre el origen y las consecuencias morales del marxismo, entendido no solo como una doctrina económica, sino como una rebelión teológica contra Dios.
Wurmbrand -pastor luterano que sufrió catorce años de prisión bajo el régimen comunista en Rumanía- escribió desde la experiencia del sufrimiento y la fe probada. Su análisis surge del contacto directo con un sistema que, más allá de su retórica de justicia social, buscaba sustituir la fe cristiana por una fe ideológica en el hombre y en el Estado.
El marxismo como religión invertida
Una de las ideas más penetrantes de Marx y Satan es la afirmación de que el comunismo no es propiamente ateo, sino religioso, pero en sentido invertido. Wurmbrand observa que, en sus escritos juveniles, Karl Marx expresó una profunda fascinación por la oscuridad, la condenación y la autodestrucción. En el poema La doncella pálida, Marx confiesa:
“Así he perdido el cielo, sé esto con certeza; mi alma, destinada a Dios, ha sido marcada para el infierno.”
Para Wurmbrand, estas expresiones no son meras figuras románticas, sino síntomas de una oposición espiritual consciente. Su conclusión es tajante:
“El comunismo no es ateísmo, sino una religión invertida: la adoración del hombre en lugar de Dios.” (Marx and Satan, p. 19)
El marxismo, en esa línea, adopta una forma teológica: ofrece una escatología (la sociedad sin clases), un pueblo elegido (el proletariado), un redentor-soteriologia(la revolución) y una demoniologia (la burguesía y los creyentes).
Es, en palabras de Wurmbrand, una parodia del cristianismo. Sustituye la gracia por la violencia, la redención por la lucha, y la esperanza escatológica por una utopía política. Una Teología sin Dios.
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La rebelión espiritual en la modernidad
Wurmbrand no se limita a denunciar el comunismo histórico. Su discernimiento apunta a una realidad más amplia: el principio espiritual de la rebelión que atraviesa la historia humana.
La negación de Dios no es solo filosófica, sino moral; es el intento del hombre de definirse a sí mismo sin referencia a su Creador.
En ese sentido, el “espíritu de Marx” no murió con el comunismo, sino que se ha transformado. Hoy lo vemos en las ideologías posmodernas que relativizan toda verdad y promueven una antropología sin trascendencia. Es el mismo eco de la voz antigua que dijo: “Seréis como Dios” (Gn 3:5).
Pablo advirtió sobre este tipo de exaltación humana
“El hombre de pecado se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios, tanto que se sienta en el templo de Dios, haciéndose pasar por Dios.” (2 Tesalonicenses 2:4)
La ideología marxista, y sus herederas culturales, encarnan esta lógica: la autonomía del hombre convertida en divinidad. El resultado, como bien señala Wurmbrand, es que “al prometerlo todo en la tierra, termina robándole al hombre la mirada a la eternidad”.
Cristianismo y discernimiento político
La Iglesia no es una institución partidista ni una corriente ideológica. Su misión es profética y pastoral. No obstante, la fe cristiana ilumina el pensamiento político cuando ofrece criterios morales derivados de la verdad revelada.
Existen posturas Políticas o proyectos sociales que pueden acercarse a los valores bíblicos —como la defensa de la vida, la libertad de conciencia, la justicia y la responsabilidad personal—, pero ninguna ideología agota la visión del Reino de Dios.
Sin embargo, el cristianismo es incompatible con el socio-comunismo, no por razones económicas, sino por su fundamento teológico y antropológico.
El marxismo parte de una visión materialista del ser humano: niega su trascendencia, reduce su identidad a las condiciones sociales y considera la religión como “opio del pueblo”. Esta negación de la espiritualidad humana contradice directamente el testimonio bíblico que afirma:
“Dios creó al hombre a su imagen y semejanza” (Gn 1:27).
El cristiano puede y debe luchar por la justicia, pero su lucha no puede basarse en el resentimiento, la lucha de clases o la abolición de la libertad. En ese punto, el marxismo y el Evangelio divergen completamente: uno propone la redención por la revolución; el otro, la redención por la cruz.
“Marx y Satán” no es un tratado de política, sino un llamado al discernimiento espiritual. Wurmbrand, después de perdonar a sus torturadores, comprendió que el enemigo no era el hombre, sino el espíritu que lo esclaviza.
Su mensaje sigue vigente: toda ideología que reemplaza a Dios termina convirtiéndose en idolatría.
La Iglesia, llamada a mantener una voz profética, no ideológica
Su misión es anunciar que ninguna utopía humana puede redimir al mundo, y que la verdadera libertad no nace de la revolución, sino del arrepentimiento.
Wurmbrand vio con claridad que el conflicto de nuestra época no es solo una lucha terrenal, ideológica, sino entre el Reino de Dios y el reino del hombre sin Dios. Y
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