Que la mano del Jefe de Estado vaticano no sepa lo que hace la mano del Papa

Que la mano del Jefe de Estado vaticano no sepa lo que hace la mano del Papa

Después de escuchar los ‘sueños’ del Papa compartidos con el cuarto encuentro mundial de movimientos populares y sus peticiones a los ‘poderosos’, me viene a la mente que Francisco debería hablar de todo esto con el Jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano. Sería un comienzo.

 

Que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda es un consejo evangélico que el Pontífice sabe aplicar. Por eso es muy frecuente que cuando habla como Papa olvide por completo que también es el monarca absoluto -de hecho, el último monarca absoluto de Europa- de un Estado, diminuto, pero internacionalmente reconocido como tal.

Y esa es la pega, porque Francisco tiene muchos mensajes para los ‘poderosos’, siempre innominados, no vaya a ser, que deben de formar una vaga nebulosa culpable de todos los males del planeta, y cualquiera diría que no tuviera nada que ver con lo que se hace y deshace en su territorio.

Francisco ha decidido que el “actual sistema económico” no sirve, como si Corea del Norte y Suiza tuvieran el mismo, y propone desmantelarlo y cambiarlo por otro que, si deducimos por sus propuestas, viene a consistir en cualquiera, pero formado por hombres sin Pecado Original, es decir, empresas que no pensaran en el beneficio y todo eso. El comunismo tenía como uno de sus lemas “a cada cual según su necesidad, de cada cual según su capacidad”, que nos parece a todos fantástico pero que, al ponerlo en práctica, resulta que todo el mundo tiene muchísimas necesidades y nadie tiene la suficiente capacidad. Es el problema de los sueños, que tan a menudo se convierten en atroces pesadillas cuando se intentan imponer.

El Papa asegura que el sistema económico internacional (aceptemos pulpo como animal de compañía) no funciona porque conduce a desigualdades, de lo que debería deducirse que hay algún sistema económico que no conduce a desigualdades. Es, cuanto menos, curioso que el líder de los católicos achaque las imperfecciones evidentes en cualquier sociedad al ‘sistema’ y no a la propensión del hombre al pecado, y nos intriga bastante su idea de un mecanismo que impida a los hombres ser soberbios, envidiosos, codiciosos, perezosos, lascivos, iracundos o glotones. Todo, sin imponerlo violentamente, porque eso tampoco.

Uno lo dejaría en buenas intenciones y brindis al sol si no fuera por eso, por lo que hemos empezado, que tiene un campo de pruebas, un diminuto laboratorio donde ejercer sus experimentos.

Porque en el Vaticano es soberano para reducir la jornada laboral por decreto, o para imponer esa renta básica que predica.

Podría prohibir el empleo de combustibles fósiles (gas y gasolina) en todo el territorio y acabar con esa gasolinera que puede ver desde su ventana.

Puede abrir las fronteras a todo el mundo y derribar los Muros Leoninos y acoger a todos los inmigrantes que quieran instalarse allí.

Puede renunciar a sus manejos financieros, que abundan y son frecuente causa de escándalo y causas judiciales; puede liquidar la APSA y albergar en sus cinco mil propiedades inmobiliarias de máxima gama a los sintecho, preferentemente extracomunitarios.

No tiene un parlamento que se lo pueda impedir, ni un aparato judicial que no dependa en última instancia de su propia voluntad. Puede hacerlo, puede hacer todo eso, puede hacer lo que recomienda a los otros ‘poderosos’.

Y aún esperamos que lo haga.

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