Llega a Roma el obispo nicaragüense llamado por el Papa por las amenazas en su contra

Llega a Roma el obispo nicaragüense llamado por el Papa por las amenazas en su contra

Monseñor Silvio José Báez, conocido por sus fuertes críticas contra el gobierno de Ortega, permanecerá en el Vaticano para colaborar con Francisco. Ayer se despidió de su país; algunos critican la decisión hablando de «exilio forzado»; otros la aplauden temiendo un «nuevo caso Romero»

Su nombre llegó a los periódicos internacionales cuando, durante el verano pasado, en Twitter (que utiliza tanto) mostró las fotos de las heridas al brazo que le procuraron las “Turbas”, las tropas de paramilitares fieles al dictador Daniel Ortega, que lo agredieron en una iglesia de Diriamba. Pero desde mucho antes, en Nicaragua (de rodillas desde abril de 2018 debido a una profunda crisis política, social y económica), monseñor Silvio José Báez, obispo auxiliar de Managua, era conocido como una voz crítica y de autoridad en contra del gobierno sandinista.

 

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Desde ayer el obispo que pertenece a la orden de los carmelitas se encuentra en Roma. Fue llamado por el Papa Francisco. Y aquí permanecerá mucho tiempo para colaborar con el Pontífice, aunque todavía no sepa cómo. Se trata de una decisión que va más allá de su voluntad, explicó el mismo Báez, pero, según afirmó, respeta con «amorosa obediencia» al Papa.

 

En Nicaragua algunos hablan de «exilio forzado», de «castigo» por una exposición excesiva; otros acusan a la Santa Sede de haber cedido a las presiones de Ortega, que en los últimos meses pidió que Báez fuera destituido de la Mesa Nacional de Diálogo, en la que participa la Iglesia como intermediario, por sus posiciones extremas. Parece, efectivamente, que el presidente envió en agosto pasado al Vaticano al canciller de su gobierno, Denis Moncada, para pedir que las altas esferas diplomáticas vaticanas sustituyeran al prelado en la Comisión del Diálogo con alguien menos identificado con la oposición. Esta petición fue liquidada por la Santa Sede con pocas frases de circunstancia y comunicadas por el cardenal arzobispo de Managua, Leopoldo Brenes, que denunció una absoluta incomunicabilidad con el gobierno.

 

Más allá de las críticas, tras la decisión del Pontífice de llamar a Roma a Báez se celaría la voluntad de defender al obispo que, como él mismo ha admitido, ha recibido a lo largo del año varias amenazas de muerte. Y no solo él, sino también otros miembros de la Iglesia nicaragüense que han sufrido persecución y violencias, sobre todo desde que el presidente Ortega tildara a los obispos y sacerdotes públicamente de «traidores», «golpistas», «conspiradores», colaboradores de los regímenes imperialistas.

 

Los medios de comunicación locales indicaron que había una verdadera sentencia de condena. El obispo mismo se refirió recientemente a «continuos drones» sobre su departamento y dijo que se había visto obligado a cambiar su número de teléfono cuatro veces en menos de un año. Y entre junio y julio del año pasado recibió una llamada de la Embajada de los Estados Unidos que le advirtió sobre la existencia de un plan para matarlo, con todos los detalles, en el que se describían sus movimientos y costumbres.

 

Como se ha dicho, el auxiliar de Managua es una de las personalidades más expuestas en el país centroamericano en este año de crisis. Ha utilizado las redes sociales para llamar la atención de la comunidad internacional sobre lo que está sucediendo en Nicaragua. En Twitter, Facebook y YouTube ha apoyado a los manifestantes, ha denunciado públicamente los crímenes y las violaciones de los derechos humanos del gobierno de Ortega y de su esposa, Rosario Murillo, ha publicado fotos de la represión de los paramilitares protegidos por las autoridades (disparos contra los manifestantes o ataques armados contra parroquias). Las críticas de Báez han sido, en varias ocasiones, tremendas, así como algunas de sus homilías. Su voz, a veces, ha resonado más que la del cardenal Brenes, que en las fases de negociación (fracasado porque la pareja Ortega-Murillo se negó a anticipar las elecciones presidenciales) siempre ha lo ha querido a su lado.

 

Algunos han llegado a comparar su figura con la de Óscar Arnulfo Romero, el obispo salvadoreño asesinado en el altar por los escuadrones de la muerte de El Salvador, que fue canonizado durante el año pasado. Muchos amigos y admiradores de Báez han alabado la decisión del Papa de sacarlo de Nicaragua para evitar que tuviera un destino semejante al del obispo mártir.

 

El compromiso eclesial y político de Báez ha sido apreciado no solo por los fieles católicos, sino también por los círculos de intelectuales, periodistas y autoridades civiles que desde siempre se han declarado alejadas de la Iglesia. Lo demostró la presencia de muchas cámaras en el aeropuerto ayer para transmitir en vivo su partida, a pesar de que Báez no hubiera revelado ni el día ni la hora de su viaje y de que hubiera pedido que no se organizara ninguna despedida, para no exponer a personas en el futuro.

 

Desde el anuncio de que después de la Pascua habría dejado su «amada tierra» por un tiempo definitivo, la cobertura mediática sobre su caso ha sido enorme. Él mismo se reunió con los periodistas el 11 de abril en una conferencia de prensa (según muchos «conmovedora») por orden del Papa, quien pidió al prelado que explicara las razones de su traslado al pueblo. A su lado estaba el cardenal arzobispo de Managua, Leopoldo Brenes. «Agradezco al Papa Francisco que, después de haber confirmado mi ministerio y mi estilo episcopal, me pidió que fuera a Roma por un poco. Llevo en mi corazón de pastor la alegría y los dolores, los dolores y las esperanzas de mi pueblo de Nicaragua. ¡Gracias a todos ustedes por su afecto!», dijo en esa ocasión, según indicó Vatican News.

 

«Yo no he pedido dejar el país. Fui llamado por el Santo Padre. Esta decisión en virtud de la que dejo Nicaragua es una responsabilidad del Santo Padre», añadió textualmente Báez. Y dijo que, durante una audiencia privada en el Vaticano con el Papa el pasado 4 de abril, le confesó a Francisco: «Le digo, con gran sinceridad, que en este momento experimento un gran dolor en mi corazón. Es el dolor de aquel que no puede estar físicamente con el amado pueblo nicaragüense».

 

«El Papa no hizo ni una sola observación, ni un solo reproche ni una sola corrección. Para mí fue la confirmación de Pedro de su hermano», dijo Báez. También explicó que le había mostrado a Francisco, durante el encuentro, un álbum de fotografías que en sesenta imágenes resumía sus diez años (desde 2009) de trabajo episcopal como obispo auxiliar de Managua, siempre al lado del pueblo. Pueblo que, aseguró, no abandonará: «Donde me encuentre, lo llevaré en mi corazón de pastor y ciertamente no perderé mi interés por Nicaragua».

 

Báez, que siempre se ha mostrado muy comunicativo, ha construido desde ayer un muro de silencio y no ha querido responder a las peticiones de entrevistas por parte de los medios de comunicación. No se sabe dónde esté en el Vaticano y tampoco cuál será su “puesto” en Roma. «No sé qué me espera, el Papa solo me pidió que fuera», dijo el obispo, «me dijo varias veces: estoy interesado en tenerte aquí conmigo, en este momento te necesito».

 

Seguramente, mediante el prelado carmelita Bergoglio tendrá un canal directo para monitorear la crisis de Nicaragua que, lejos de ver la palabra fin, ha provocado nuevamente muerte y devastación (alrededor de 400 son las víctimas) en un país que había logrado salir de las dictaduras y en el que se habían instalado la paz y una cierta prosperidad.

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