Jorge Galli, el cura que no tuvo “una valoración positiva” de la lucha armada y así salvó muchas vidas

Jorge Galli, el cura que no tuvo “una valoración positiva” de la lucha armada y así salvó muchas vidas

Por: Claudia Peiró. En 1973, pocos días después del asesinato de José Ignacio Rucci, Perón convocó a este sacerdote para pedirle que intentara disuadir a los jóvenes peronistas de seguir en el camino de la violencia. Su imperdible testamento

En parte como consecuencia de esas gestiones, y también como fruto de fuertes debates entre quienes querían mantenerse leales a Perón y apoyar la legalidad democrática recuperada en mayo del 73, en febrero de 1974 se produjo una gran escisión en Montoneros. La corriente disidente fue conocida como La Lealtad. Muchos militantes, en todo el país, abandonaron la lucha armada y acataron la conducción política de Perón. Este evento crucial salvó muchas vidas, ya que sabemos que quienes permanecieron en las organizaciones armadas fueron en su gran mayoría exterminados luego del Golpe de 1976.

Varios referentes de La Lealtad, entre ellos el padre Jorge Galli, se dedicaron a recorrer el país para convencer a otros militantes. Fue una operación de rescate, porque casi todos los jóvenes que escucharon el llamado sensato de Galli se salvaron de una muerte segura. La conducción de la organización reaccionó como lo haría luego ante otras disidencias: condenando a muerte a los “rebeldes” y “traidores”.

Jorge Galli era un sacerdote mucho menos mediático que el emblemático Carlos Mugica, pero no por ello su acción pacificadora fue menos eficaz

Aquellos también eran tiempos de grieta, incluso al interior de los grupos juveniles; una grieta que podía llevar a la violencia y la muerte. Abandonar la organización no era algo sencillo para los militantes. De inmediato eran tildados de cobardes, contrarrevolucionarios, traidores y otros epítetos clásicos del canon de este tipo de organizaciones en su deriva autoritaria y ultrista.

Jorge Galli era un sacerdote mucho menos mediático que el emblemático Carlos Mugica, pero no por ello su acción pacificadora fue menos eficaz, ya que su ascendiente entre los jóvenes era muy grande. El cura se convirtió en referente de la Juventud Peronista Lealtad, la mayor escisión que vivió Montoneros, a cuya conducción los “leales” a Perón le cuestionaban el abierto desafío y enfrentamiento al líder y presidente electo. La conducción montonera estaba embarcada en una estrategia de “cuanto peor, mejor”: no depuso las armas y realizó atentados que contribuyeron a generar un clima favorable al golpe de Estado en buena parte de la sociedad.

El sacerdote Carlos Mugica, cura villero, fue asesinado en 1974

Antes de ser cura, Galli había sido albañil. Su familia era muy humilde. Se definía a sí mismo no como un “cura obrero”, sino como un obrero que se había hecho cura. Vivió casi siempre en un rancho de Villa Pulmón, en la ciudad de San Nicolás.

Murió en 1995, considerándose a sí mismo un “resucitado”, por haber sobrevivido a la represión de la dictadura, que lo había secuestrado y lo liberó a los pocos días por la presión del obispo de San Nicolás, Carlos Ponce de León.

Galli decía que “los que resucitan tienen otras responsabilidades”; algo que deberían recordar los sobrevivientes de la experiencia de los 60 y 70, que hoy prefieren escudarse en una imagen épica y romántica de la lucha

Galli decía que “los que resucitan tienen otras responsabilidades”; algo que deberían recordar los sobrevivientes de la experiencia de los 60 y 70, que hoy prefieren escudarse en una imagen épica y romántica de la lucha, en la “resistencia a la dictadura”, negando su delirante desafío al gobierno peronista y a la institucionalidad democrática.

El 15 de mayo pasado, aniversario de la muerte de Jorge Galli, el cura fue homenajeado por un conmovido grupo de sobrevivientes de la represión ilegal, militantes de los 70, convencidos de estar vivos gracias al liderazgo espiritual y la sensatez histórica de aquel sacerdote. Uno de ellos, Aldo Duzdevich, autor del libro Salvados por Francisco, decía: “Tuve la suerte de estar en un grupo de jóvenes peronistas que se referenciaba en ese cura y eso nos salvó de aventurarnos en una lucha suicida”

En el año 2014, el papa Francisco habló de la importancia de transmitir a los jóvenes “un buen manejo de la utopía”. “Nosotros -dijo el Papa- en América Latina hemos tenido la experiencia de un manejo no del todo equilibrado de la utopía, y en algunos lugares, no en todos, en algún momento nos desbordó. Al menos en el caso de Argentina, podemos decir cuántos muchachos de la Acción Católica, por una mala educación de la utopía, terminaron en la guerrilla de los años setenta”.

“Un joven sin utopías -decía también Francisco- es un viejo adelantado, alguien que envejeció antes de tiempo. [...] En un joven, una utopía crece bien si está acompañada de memoria y discernimiento. La utopía mira al futuro, la memoria mira al pasado, y el presente se discierne. El joven tiene que recibir la memoria y plantar, arraigar su utopía en esa memoria. [...] ...y ahí sí la utopía va adelante pero muy arraigada en la memoria, en la historia que ha recibido [...]. De ahí la insistencia –que por ahí me escuchan– del encuentro de los viejos y los jóvenes. [...] Memoria del pasado, discernimiento del presente, utopía del futuro; en ese esquema va creciendo la fe de un joven.”

Homenaje al padre Jorge Galli en Pergamino

Para que esa conexión de la que habla Francisco se produzca, “los viejos” deben memoria y honestidad intelectual. No tergiversar la historia, no ocultar su responsabilidad. Convocar a una “valoración positiva” de la lucha armada en la historia reciente es acomodarse a un relato benévolo y engañoso sobre aquella etapa, que se puso de moda en años recientes.

Las visiones críticas y autocríticas sobre la experiencia guerrillera fueron abiertamente debatidas durante los primeros años del regreso de la democracia, en los 80. Pero desde comienzos de este siglo se instaló una visión simplificada y maniquea de la historia, que colocó a las guerrillas y a sus conducciones en el bando de los intachables; desde entonces, cualquiera que quisiera sostener una visión crítica era -nuevamente- estigmatizado como traidor al campo popular cuando no directamente como defensor de la represión ilegal.

Cuando Perón regresó al país en 1973 y fue electo presidente, tras años de exilio y proscripción, muchos no comprendieron que había llegado la hora de la pacificación. No sólo no depusieron las armas sino que subieron la apuesta, y las volvieron incluso contra sus adversarios internos. Pero la violencia que durante los años de dictadura y proscripción se había legitimado en la ausencia de libertades, los regímenes de excepción, las garantías suspendidas, la represión, había adquirido ahora la forma de organizaciones para las que imponer su voluntad por las armas resultaba un hecho natural, para las que dirimir diferencias políticas mediante el asesinato estaba legitimado.

El resultado de esta lectura es conocido: organizaciones cada vez más aisladas del “pueblo” al que decían representar, desafiando militarmente al gobierno democrático primero y, después del golpe, planteando un delirante enfrentamiento de ejército a ejército que acabó en el sacrificio de incontables vidas. Sobre todo de jóvenes.

Fue en ese difícil contexto que sacerdotes como Carlos Mugica y Jorge Galli se esforzaron por frenar el crescendo de enfrentamiento en el que tantos se perdieron. Lo complicado de esa coyuntura del año 1974 no hace sino resaltar aun más a algunas mentes y voces sensatas que remaron contra la corriente. Mugica fue uno de ellos -y lo pagó con su vida- y otro fue Galli, de modo menos visible, pero no por ello menos eficaz. Y si bien no pudieron frenar la avalancha, sí detuvieron a muchos de los que corrían al abismo. Ambos sacerdotes se mantuvieron leales a Perón, y a su fe.

“A mediados de 1973 -escribe Duzdevich en Salvados por Francisco-Mugica estaba muy decepcionado con los Montoneros y preocupado por el curso de los acontecimientos en la Argentina. Le preocupaba mucho el autoritarismo piramidal de la conducción, en particular cuando a él mismo dejaron de escucharlo. Sentía muy fuerte el peso de haber sido ‘elegido’ por los medios como figura y referente, además de las manipulaciones permanentes”.

El 7 de septiembre de 1973, en una misa, el padre Mugica dijo: ”Este es el tiempo de dejar las armas y tomar los arados, como dice la Biblia. Por eso, hechos como el de ayer [en referencia a la toma del Comando de Sanidad por el ERP] 37 resultan una provocación”.

Perón hizo varias gestiones para intentar disuadir a los jóvenes de su accionar violento, incluso después del asesinato de Rucci. Uno de esos emisarios, como se dijo, fue el padre Jorge Galli, con quien se reunió en diciembre de 1973. Pero la conducción de Montoneros ya estaba embarcada en su temeraria aventura, desconocía el liderazgo del Presidente y emprendía el camino que la llevaría al aislamiento, la clandestinidad y el exterminio.

A fines de los años 60 y comienzos de los 70, bajo la dictadura de Onganía, Levingston y Lanusse, con el Peronismo proscripto desde 1955, la juventud se sumó a la lucha, incluso armada, contra esos regímenes de facto. Muchos de esos jóvenes provenían de grupos juveniles católicos. Pero en 1973, al restablecerse el orden constitucional y regresar el peronismo al gobierno, en el interior de las organizaciones armadas se dio una discusión sobre si era lícito o no continuar con la violencia durante el Gobierno constitucional. En ese debate, Galli fue el guía que, parafraseando a Francisco, intentó redireccionar la utopía.

Los jóvenes que, gracias a él, no fueron “desbordados por la utopía”, buscan hoy rescatar del olvido su figura, su trayectoria y su ejemplo. “Cuando éramos jóvenes buscábamos al hombre nuevo y lo encontramos en Jorge Galli”, dijo Roberto Azpeitía, uno de esos militantes de la JP salvados por Galli, en el homenaje en Pergamino. Allí contó cómo el cura los formó para una militancia comprometida con los humildes, a la vez que los protegió, sacándolos de la lucha armada.

Homenaje al padre Jorge Galli en Pergamino. A la izquierda, monseñor Gustavo Carrara, obispo auxiliar de Buenos Aires

El hermano de Galli, presente en el homenaje, destacó que “el comportamiento de Jorge fue mamado de mis viejos, de Floro Galli, albañil honrado, y de mi madre Cipriana, que nos educó en el cristianismo. Jorge juntó en su corazón los valores que le inculcaron mis padres y los expresó en acciones concretas”.

Como parte del homenaje a su memoria, sus antiguos camaradas han difundido un manuscrito del propio sacerdote, escrito a mano en hojas de cuaderno. Son breves reflexiones sobre su vida. A continuación, algunos fragmentos:

1941: Papá albañil, mamá sirvienta en estancias de ingleses, somos 11 hermanos, católicos practicantes todos (...)

1945: Mamá: “Este es el hombre [Perón] que viene a hacer lo que nosotros pensamos y queremos”

17 de Octubre de 1945: Varios hermanos estamos en Plaza de Mayo: “Hay que defender al defensor de los pobres; la Justicia Social es el verdadero cristianismo” (...)

1958: Ingreso al Seminario a estudiar para cura. Me quieren cambiar de clase social. Les digo que no, formamos el “grupo de los obreros” entre los estudiantes.

1960: Nos vemos con los Rearte, Vallese, conocemos a Amado Olmos, a Jorge Di Pascuale, la JP de ese entonces, en el Sindicato de Farmacia a Jorge Rulli, la Bechi; los gases lacrimógenos, las corridas; las fugas del seminario por las ventanas para ir a las villas miserias, la de Colegiales, Villa Jardín: traer a Perón (...) Varios muchachos dejan de seminaristas o de curas; Taco Ralo y cosas por el estilo. Yo sigo adentro [de la Iglesia] (...) yo seguiré trabajando para la Revolución desde este lado (...)

1966: Pleno auge de los curas obreros. Yo, obrero cura. Villa Pulmón (una villa de San Nicolás). (...) ...trabajo en la villa, en la iglesia y de albañil en SOMISA, vivo en la villa, rezo misa, organizo (...)

1969: Un gran sector de la Iglesia, laicos y curas, desembocan en la última etapa de la Resistencia. La Patria Socialista, las formaciones especiales, las “orgas”, el PB y la JP, la guerra integral; el 1er retorno, el regocijo de Gaspar Campos, el llanto de Ezeiza, las sillas de ruedas de Nell; López Rega, la insubordinación de los Montos. Junto a gente no católica (también el cura Mujica y otros curas) hacemos el intento de rectificación que fue la “Lealtad”. También los sectores cristianos revolucionarios entran en la generalizada confusión de la clase media. Enterramos a Mujica. Los Montoneros se enloquecen, todos enloquecen.

1974: Muerto Perón, pido una parroquia en el suburbio de Pergamino y espero. Destrozada la esperanza (...), volvemos a proteger y a alimentarnos con la esperanza que había quedado en la retaguardia: en las villas, en los barrios pobres, en los boliches de la periferia.

1976: La jerarquía me sacó de la cárcel en Abril, después de tan solo 9 días de preso; pero mucho menos logra para miles que no aparecen más; la vergüenza de estar vivo. Me paso los años a disposición del Poder Ejecutivo y a disposición de que cada día vengan a secuestrarme, pero me “porto bien”, me quedo exiliado en barrio Otero (...), enseñando a los chicos el catecismo y la marcha, les enseño como pararse en la cancha de fútbol, organizados, para no perder por goleada; que los chicos buenos se vayan a otra iglesia. A los grandes; que el fútbol, el vino, los asados, la amistad y los cuartetos cordobeses son un gran invento de Dios, para que a pesar de la inseguridad, mantengamos la esperanza, que también a Cristo lo mataron, pero resucitó. Que el coya sentado bajo el árbol, haciendo la siesta, con el sombrero que le tapa los ojos (dice), estoy despierto e igual me ve, y está esperando, con astucia, que pase el tiempo; que estos hijos de puta se gasten; que se los lleve el viento; que los hombres pasan, pero los pueblos permanecen; y que hay que clandestinizarse en las culturas, en las alegrías de cada día, en el vino, en el fútbol bien jugado, en el cariño por los hijitos y en el asado, pero que traigan también a las mujeres y a los chicos porque la cultura se cuida en familia. (...) Y no importa que me digan desde la Jefatura Militar de San Nicolás que no junte jóvenes en la iglesia, que no junte gente (yo me hice cura para juntar a la gente); (...) que más vale cuide que los muchachos no hagan el amor del otro lado del paredón de la iglesia.

Y no importa, porque si el vino viene, viene la vida y porque si creemos en Dios tenemos que conservar la esperanza [y] refugiarnos en lo que no nos puedan quitar, que es nuestra cultura, como Martín Fierro en las Tolderías; (...) que no nos arriesguemos porque nos van a matar, que tenemos el tiempo a nuestro favor, pero si conservamos lo nuestro: la cultura; si conservamos la risa y la esperanza; (...) que yo soy albañil y les ayudo a levantar la casa porque no pierdan la esperanza; y a alguna chica que quedó embarazada, paciencia, qué le va hacer, que ustedes han hecho un peronista más, y que cada chico que nace es una esperanza nueva; quién sabe si este negrito no es el tipo que suplante a Perón; que también Jesús nació pobre en un pesebre y que Herodes mató a todos los chicos, los Santos Inocentes, pensando que entre ellos estaba Jesús, pero Jesús había entrado en la clandestinidad y después aunque no lo querían los poderosos se lo tuvieron que aguantar y que, por eso, ser peronista es no perder la esperanza; y que después de haberlo visto a Perón en Gaspar Campos la alegría todavía nos dura porque se la pusimos a la contra y que si pudiéramos una vez, aunque sea después de 18 años, también vamos a poder ahora; y que por eso, hay que tener esperanza.

1983-1987: Y ahora, los que estamos vivos, y aquí, y enteros, después de habernos muerto de miedo, muertos de vergüenza por no estar muertos, mientras otros morían de verdad, ya que tenemos la vida de “prestado” y nuestra vida no nos pertenece y no somos simplemente seres vivos, sino que somos resucitados, y que los que resucitan tienen otras responsabilidades, y que saben más de la vida que los que recién están en la primera vida. Y sabemos que la esperanza no quedará defraudada.

Muchas más vidas podrían haberse salvado si las conducciones guerrilleras hubieran escuchado a los Mugica, a los Galli, más tarde incluso a los Walsh. Ni hablar de Perón.

Galli murió hace 24 años, el 15 de mayo de 1995. En un mensaje que el papa Francisco envió para homenajearlo dice: “Aprendamos de él que ‘no somos simplemente seres vivos, sino que somos resucitados’”. Que los “resucitados” honren su responsabilidad. Como la honró el padre Galli.

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