Una Iglesia que propone cosas interesantes

Una Iglesia que propone cosas interesantes

Infovaticana ha titulado acertadamente la información sobre el nuevo obispo de Zaragoza por su comentario sobre las sacerdotisas, en ese goteo que parece recordar que ninguna solución progresista en la Iglesia, no importa la solemnidad y seriedad con que se haya rechazado, va a dejar de proponerse jamás.

 

Pero debo confesar, quizá por la resaca de Fratelli tutti, que no es lo que más me ha chocado de la intervención del obispo, o lo que me ha parecido más significativo, igual que de la encíclica no ha sido esta o aquella frase ‘innovadora’, sino la sensación general, lo que deja fuera, lo que no dice o a lo que no parece dársele importancia.

Ha dicho don Carlos Manuel Escribano: “Hay una mutación en la sociedad y la Iglesia debe encontrar su espacio. Yo creo que la Iglesia puede seguir proponiendo cosas interesantes también en este contexto social”.

Este es el núcleo, esta la declaración que, por inocente y manida, más sinceramente delata el verdadero cambio, a veces tan difícil de definir, de asir: la Iglesia parece haber pasado de ser la Esposa de Cristo, portadora de un extraordinario mensaje salvífico que afecta abrumadoramente al destino universal y eterno de toda la humanidad a convertirse en una institución que “propone cosas interesantes”.

La encíclica, especialmente elogiada en nuestro país por la masonería y por los comunistas en el Gobierno, también propone “cosas interesantes” en el contexto social; pretende hacer de la Iglesia el motor de una fraternidad universal diluyendo cuando sea necesario la especificidad cristiana, en un proyecto decididamente inmanente y alejado de toda pretensión sobrenatural. Lo importante no parece ya salvar las almas sino el planeta, y en la fraternidad propuesta no hay mención al Padre, pero sí abundantes menciones a la ONU.

En lo que tiene de institución humana, los ‘directivos’ decididos a medrar huelen en seguida por dónde sopla el aire y cómo tienen que hablar para hacerse agradables a aquel de quien depende su destino profesional. Así, es totalmente apropiado que el arzobispo de Chicago, cardenal Blaise Cupich, comente en Vatican News la encíclica empezando con una frase lakota (sioux, para los del plan antiguo), ‘mitakuye oyasin’, que al parecer significa “todos somos parientes”, porque de todos es sabido que los indígenas de cualquier condición han tomado la delantera en el conocimiento de la verdad que importa, y que la Iglesia, más que evangelizarles, debe aprender de ellos en una ‘escucha atenta’. Y diálogo, mucho diálogo.

Destaca Cupich de Fratelli tutti que el Papa nos pide que meditemos “cómo vivimos juntos en esta mota de polvo cósmica que llamamos tierra”, y no se me ocurre una mejor expresión de la reversión total de la cosmovisión católica tradicional. Y no porque la Iglesia descubra hoy que vivimos en un fragmento muy pequeño del cosmos físico, sino porque eso nunca ha sido lo importante, lo que contaba.

De hecho, los católicos que “vivimos juntos en esta mota de polvo cósmica” somos solo una fracción de la Iglesia, la Iglesia Militante; ni la Purgante ni la Triunfante habitan ya este planeta, y nosotros nos reuniremos, si Dios quiere, con ellas en un plazo de tiempo que es siempre demasiado breve. Y entonces habremos llegado realmente a nuestra Casa Común.

 por Carlos Esteban.

 

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