La hora de las verdades últimas

La hora de las verdades últimas

 En mensaje del “Papa de la vida cotidiana” condensado en un versículo del Evangelio de Mateo

por Luis Badilla

No hace falta molestar a los grandes analistas y comentaristas para hacer un “balance” de la X Perigrinación apostólica internacional del Papa Francisco a Cuba y los Estados Unidos. El completo, rico, complejo, valiente y no pocas veces sorprendente magisterio itinerante de Francisco se puede resumir en las palabras que pronunció en el momento de la despedida: “Jesús dice en las Escrituras: «En verdad les digo que cada vez que lo hicieron con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron» (Mt 24,40). Sus atenciones conmigo y su generosa acogida son signo de su amor y fidelidad a Jesús. Lo son también sus atenciones para con los pobres, los enfermos, los sintecho y los inmigrantes, su defensa de la vida en todas sus etapas y su preocupación por la familia. En todos estos casos se ve que Jesús está en medio de ustedes y que el cuidado de los unos por los otros es el cuidado con que tratan al mismo Jesús.(…)  No dejen que su entusiasmo por Jesús, por la Iglesia, por nuestras familias y por la familia más amplia de la sociedad se apague. Quiera Dios que estos días que hemos compartido produzcan frutos abundantes y permanentes; que la generosidad y el cuidado por los demás perduren. Y ya que nosotros hemos recibido mucho de Dios –dones concedidos gratuitamente, y no por nuestros méritos–, que también nosotros seamos capaces de dar gratuitamente a los demás”.

Este Papa quería ir a predicar, y esto es lo que ha predicado, sin miedo ni titubeos ni cálculos ni malabarismos diplomáticos.

Y en eso consiste confirmar a los hermanos en la fe, vale decir, renovar juntos las razones de este credo. Y en esta renovación para confirmar, el Papa Francisco no dejó en ningún momento de poner en el centro al hombre, al hombre de todos los días y en todas partes, sin etiquetas ni prejuicios; el hombre tal como Dios es el primero en amarlo. Quería hablarles a todos y lo hizo. Quería hacerse escuchar como hermano y lo hizo. Quería señalar la senda del Evangelio a los católicos y lo hizo. Quería decir que había “llegado la hora” y lo hizo: la hora de volver a las verdades evangélicas últimas, la hora de cambiar todo lo que haga falta sin miedo, y de hacerlo de prisa; la hora de la Iglesia samaritana que sabe inclinarse cotidianamente sobre la cotidianidad de cada persona, para escuchar, acariciar, comprender y acompañar. Durante nueve días Francisco dio el ejemplo.

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