La ciudad tiene por delante 4 años de gobierno “progresista”: es momento de afrontar y resolver el tema
Puedo llegar a entender que nadie quiera tener delante de su casa una incineradora de residuos o una empresa que prueba petardos y motores de Fórmula 1. Pero me cuesta mucho entender que nadie quiera una mezquita. Y os diré más, me cuesta entender a la gente que le cuesta entender que a mí me cueste entender por qué se niegan a tener mezquitas delante de su casa o en su ciudad. Lo entendería si fuera un rechazo a todos los centros de culto. Que a quienes les molestan las mezquitas les molestaran también las iglesias cristianas católicas, evangélicas, de los Testigos de Jehová o de los Pastafaris (o Iglesia del Monstruo del Espagueti Volador, que representa su dios como una bola de espagueti con albóndigas y cuyos practicantes aparecen en los documentos oficiales fotografiados con un colador en la cabeza).
¿Qué hace diferente una mezquita de la parroquia de Santo Onofre? Cuando lo he preguntado, nunca he conseguido argumentos. Siempre salen “las molestias” por el ruido. Bien, nuestras iglesias también hacen ruido (las campanas, la gente, el arroz de las bodas, que hace resbalar y atrae las ratas voladoras llamadas palomas) y no se quejan. Cómo que todos juntos ya nos afeitamos (o nos depilamos... o ambas cosas), sabemos que donde dicen “molestias” quieren decir “moros”.
El tema ha ido apareciendo en el debate político y algunos han ganado elecciones gracias a berrear “Mientras yo tenga dos manos, en mi ciudad no habrá mezquitas”, pero ahora que Barcelona tiene por delante 4 años de gobierno “progresista” es momento de afrontar y resolver el tema. Y la Monumental no es mal sitio.
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