Los gestos papales para los que están tras las rejas

Los gestos papales para los que están tras las rejas

La celebración jubilar en la Plaza San Pedro con los presos forma parte de un camino en el que los últimos Pontífices han dado pasos significativos

«La hipótesis todavía se está estudiando, pero es un deseo del Papa que el Jubileo de la Misericordia sea vivido no solo dentro de las cárceles, sino que haya una representación de detenidos en la Plaza San Pedro. No sé si será factible, pero es un fuerte deseo del Papa poder contar con una representación de detenidos en San Pedro, para darles una palabra de esperanza». Con estas palabras el arzobispo Rino Fisichella, Presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización y colaborador del Papa en la organización del Año Santo extraordinario, anunció una iniciativa prevista para el 6 de noviembre de 2016. Una iniciativa que sigue todas las iniciativas que ha emprendido el mismo Francisco y que forma parte de un camino (que comenzó hace tiempo) de particular atención de los Papas por los detenidos de Roma.

La presencia de los presos en la Plaza San Pedro en sí misma no será una novedad absoluta, pues una pequeña delegación de detenidos de la cárcel de Padua, que trabajan en la cooperativa Giotto, estaba presente en la audiencia del 7 de marzo con los miembros del movimiento Comunión y Liberación. El mismo Pontífice argentino, además, desde que comenzó su servicio como obispo de Roma, ya celebró dos veces la misa “In Coena Domini” del Jueves Santo dentro de una cárcel. En 2013 fue al insituto para menores de Casal del Marmo y este año fue a la cárcel de Rebibbia.

En octubre de 2013, al recibir a los capellanes de las cárceles italianas, Francisco contó de sus conversaciones telefónicas con algunos presos de Buenos Aires, comunicaciones que no se interrumpieron tras su elección como obispo de Roma. Reveló que después de la conversación con uno u otro de sus amigos que se encuentran tras las rejas le viene a la mente una pregunta dolorosa: «¿Por qué él está ahí y yo no?». «Cada vez que llamo a los presos de Buenos Aires, a veces los domingos para una platicada, me pregunto: ¿por qué él y yo no? ¿Cuáles méritos tengo yo más que él para no estar ahí?». «Es bueno preguntarse –añadió– ¿por qué él cayó y yo no? Las debilidades que tenemos son las mismas... Es un misterio que nos acerca a ellos...».

Vale la pena recordar que el Papa es el sucesor del apóstol Pedro, que conoció la prisión justamente en Roma , en la Cárcel Mamertino: una tradición muy antigua identificó la celda en la que fue encerrado con Pablo, y, desde el siglo IV, por voluntad de Papa Silvestro, la prisión se convirtió en la Iglesia de “San Pedro en la cárcel”. Como ejemplo, se puede citar el caso de Ponciano, décimo octavo obispo de Roma, elegido hacia el año 230. Cinco años después fue deportado a Cerdeña y condenado a trabajos forzados en una mina. Mucho más cerca de nuestra época, el caso de Pío VI, el único Papa exiliado y muerto en cautiverio de la era moderna: fue hecho prisionero por Napoleón en febrero de 1798 y murió en agosto de ese mismo año en la fortaleza de Valence, pronunciando las palabras «Señor, perdónalos».

En cuanto a las visitas de los Papas a las cárceles, hay varias documentadas y que se han convertido en la ocasión para mejorar la condición de vida de los prisioneros. Tanto Inocencio X (en 1650) como Clemente XI (en 1704) se dirigieron sorpresivamente y en secreto a visitar las obras para la construcción de las Cárceles Nuevas de vía Giulia y de San Michele en Porta Portese. Y regresaron una vez acabada su construcción para reunirse con los detenidos y verificar la gestión de las mismas. León XII en 1824 y después en 1827 hizo dos visitas a detenidos: la primera fue en las Cárceles Nuevas de vía Giulia y la segunda a la cárcel para menores de vía del Gonfalone. También Pío IX, el último Papa rey que guió el Estado Pontificio antes de que Roma pasara a formar parte del reino de Italia, hizo una visita pastoral a los detenidos, visitando a los presos políticos en las prisiones ciudadanas de Roma. Después, el 26 de octubre de 1868, fue a visitar a los reclusos del Civitavecchia, que acababa de ser inaugurada.

 Desde entonces, habría que esperar 90 años para que otro Papa visitara una cárcel. Aunque no hay que olvidar que Pío XII, en la Navidad de 1951, dedicó un radio-mensaje a todos los detenidos del mundo para manifestarles su cercanía: «Nosotros, conscientes de la fragilidad y de la debilidad inconmensurable, que a menudo fatiga mortalmente el ánimo humano, comprendemos el triste drama, que puede haberles sorprendido e involucrado, por un concurso desafortunado de circunstancias, no siempre imputables a su libre voluntad... Y como en el Cielo se hace más fiesta por un pecador que se convierte, así en la tierra el hombre honesto debe inclinarse ante aquel que, caído tal vez en un instante de extravío, sabe después redimirse penosamente y resurgir». 

La primera visita de un Papa a una cárcel bajo la mirada de las cámaras de video fue la que hizo Juan XXIII el día de San Esteban de 1958. Los dirigentes de Regina Coeli recibieron el aviso una semana antes, pero decidieron no decírselo a los detenidos sino un día antes. «Soy José, su hermano», dijo Papa Roncalli. Los detenidos le ofrecieron un misal encuadernado en cuero blanco, que desde entonces el Papa usó cotidianamente en la celebración de la Misa privada. A los presos que aplaudían llorando, confesó que uni de sus parientes un día había sido arrestado por haber ido de caza en temporada de veda. Este pasaje no fue incluido en la edición del día siguiente de “L’Osservatore Romano”. Después de haber impartido la bendición, Juan XXIII pidió poder visitar las secciones de la cárcel. No estaba previsto. Particularmente conmovedor fue el encuentro con un homicida que lo estaba esperando arrodillado, con los ojos llenos de lágrimas y que no osaba levantar la mirada. El joven detenido no lograba hablar, solo sollozaba. Roncalli se le acercó y le dio a entender que no comprendía. El detenido le preguntó: «¿Eso que dijo también vale para mí, que he pecado tanto? ¿Puede haber perdón incluso para mí?». Juan XXIII, conmovido, no dijo nada y lo abrazó.

Pablo VI visitó la cárcel de Regina Coeli, que se encuentra cerca del Vaticano, el 9 de abril de 1964. «Diría que un solo pecado pueden cometer aquí –afirmó–: la desesperación. Quiten de su alma esta cadena, esta verdadera prisión, y dejen que su corazón, por el contrario, se dilate y vuelva a encontrar (incluso en la presente constricción que les quita la libertad física, exterior) los motivos de la esperanza... Es la voz de Cirsto, precisamente, la que invita a ser buenos, a volver a empezar, a retomar la vida, a resurgir». Pablo VI compuso una oración para que los detenidos pudieran recitarla, en la que se afirma: «Señor, Tú te dejaste matar de esa manera para salvar a Tus asesinos, para salvarnos a nosotros, hombres pecadores: ¿tambiénpara salvarme? Si es así, Señor, es signo de que se puede ser bueno de corazón incluso cuando pesa sobre los hombros una condena del tribunal de los hombres». A partir de ese año, el Papa enviaría todas las Navidades un regalo para cada uno de los detenidos de la cárcel de Regina Coeli y de Rebbibbia: una confección de dulces y un signo religioso con sus felicitaciones.

Juan Pablo II, después del atentado contra su vida perpetrado por Alí Agca el 13 de mayo de 1981 en la Plaza San Pedro, entró a la cárcel de Rebibbia el 27 de diciembre de 1983 para encontrarse, a solas y en su celda, con él. Los dos se sentaron en unas sillas que estaban cerca de la cama, uno frente al otro. Wojtyla, por un momento, posó su mano sobre la rodilla de Alí Agca. Después, ambos inclinaron la cabeza y comenzaron a hablar en voz baja. Agca, a quien el Papa había perdonado al día siguiente del atentado, hablaba más. Wojtyla se inclinó hasta que sus cabezas casi se rozaron. Al salir de la celda, el Pontífice dijo: «Habl’e con él como se habla con un hermano, al que he perdonado y que goza de mi confianza; lo que nos dijimos es un secreto entre nosotros». Aunque después se hubiera sabido que el atentador turco le hubiera dicho, entre otras cosas, que no lograba creer que no lo hubiera matado.

En 2000, año del gran Jubileo, Juan Pablo II, enfermo y anciano, visitó la cárcel de Regina Coeli. Poco antes de la visita, cien detenidos fueron transferidos a otra cárcel para dar una buena imagen. Wojtyla celebró la misa en el “panóptico” de Regina Coeli, donde habían sido las celebraciones de sus predecesores. El Papa, que llevaba paramentos confeccionados por los mismos detenidos, celebró sobre un altar de olivo (tallado por uno de los agentes penitenciarios, y recibió un crucifijo de yeso que habían hecho unos detenidos albaneses. En aquella ocasión, dos detenidos estaban vestidos de blanco y servían en la misa papal como monaguillos. Uno de ellos, Gianfranco Cottarelli, de 44 años, sostenía el pastoral en forma de cruz del Papa. Él, que había sido uno de los protagonistas para las cámaras de todo el mundo, fue encontrado pocos días después muerto en su celda, después de haber ingerido un “cocktail” de droga y psicofármacos.

 Benedicto XVI también visitó dos cárceles: el 18 de marzo de 2007 fue al instituto para menores de Casal del Marmo y celebró la Misa. El 18 de diciembre de 2011 visitó el nuevo complejo de Rebibbia y dialogó con los detenidos: fue uno de los eventos más significativos y conmovedores del Pontificado ratzingeriano. En esa ocasión Papa Benedicto XVI criticó las malas condiciones en las que viven los detenidos y añadió: «Hay que pensar que cada uno puede caer, pero Dios quiere que todos lleguen a él; hay que reconocer la propia fragilidad, salir adelante con dignidad y encontrar de cualquier manera alegría en la vida. Reconozcamos que incluso los pasos oscuros tienen un sentido y nos ayudan a volvernos más nosotros mismos e hijos de Dios. El Señor los ayudará y nosotros estamos cerca de ustedes». 

Para concluir, no hay que olvidar la tradición de las actividades de apostolado en las cárceles por parte de algunos altos exponentes de la Curia romana. Tal y como solían hacer los Secretarios de Estado Domenico Tardini y Agostino Casaroli.

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