Francisco critica a quienes juzgan con rigidez a la Iglesia

Francisco critica a quienes juzgan con rigidez a la Iglesia

El pontífice los calificó de hipócritas, corruptos y viciosos. Condenó la falta de misericordia de los jueces que castigan en los penitentes "lo que esconden en su alma" y llamó a la coherencia de vida.

Donde no hay misericordia no hay justicia, y muchas veces hoy el pueblo de Dios sufre un juicio sin misericordia: así, en síntesis, habló el Papa Francisco durante la misa de la mañana de este lunes 23 de marzo en la Casa Santa Marta del Vaticano.

Comentando las lecturas del día, y refiriéndose también a otro pasaje evangélico, el Papa Francisco habla de tres mujeres y tres jueces: una mujer inocente, Susana, una pecadora, la adúltera, y una pobre viuda necesitada: “Las tres – explica – según algunos Padres de la Iglesia, son figuras alegóricas de la Iglesia: la Iglesia santa, la Iglesia pecadora y la Iglesia necesitada”.

“Los tres jueces son malos” y “corruptos”, observa el Papa: está en primer lugar el juicio de los escribas y fariseos que llevan a la adúltera a Jesús. “Tenían en el corazón la corrupción de la rigidez”. Se sentían puros porque observaban “la letra de la ley”: “la ley dice esto y se debe hacer esto”.

“Pero estos no eran santos, eran corruptos, corruptos porque una rigidez semejante sólo puede prosperar con una doble vida, y estos que condenaban a estas mujeres, después iban a buscarlas por detrás, a escondidas, para divertirse un poco’. Los rígidos son -uso el adjetivo que les daba Jesús– hipócritas, tienen doble vida. Los que juzgan, pensemos en la Iglesia –las tres mujeres son figuras alegóricas de la Iglesia–, los que juzgan con rigidez a la Iglesia tienen doble vida. Con la rigidez no se puede ni respirar”.

Después están los dos jueces ancianos que chantajean a una mujer, Susana, para que se les entregue, pero ella resiste: “Eran jueces viciosos –subraya el Papa– tenían la corrupción del vicio, en este caso de la lujuria. Y se dice que cuando está este vicio de la lujuria, con los años se hace más feroz, más malvado”.

Finalmente, está el juez interpelado por la pobre viuda. Este juez “no temía a Dios y no le importaba nadie: no le importaba nada, sólo se importaba él mismo”: Era “un hombre de negocios, un juez que con su profesión de juzgar hacía negocios”. Era “un corrupto del dinero, del prestigio”. Estos jueces –explica el Papa–, el hombre de negocios, los viciosos y los rígidos, “no conocían una palabra, no conocían lo que es la misericordia”.

“La corrupción les llevaba lejos de comprender la misericordia, de ser misericordiosos. Y la Biblia nos dice que la misericordia es precisamente el juicio justo. Y las tres mujeres –la santa, la pecadora y la necesitada, figuras alegóricas de la Iglesia– sufren por esta falta de misericordia”.

“También hoy el pueblo de Dios, cuando se encuentra con estos jueces, sufre un juicio sin misericordia, tanto en lo civil como en lo eclesiástico. Y donde no hay misericordia no hay justicia. Cuando el pueblo de Dios se acerca voluntariamente para pedir perdón, para ser juzgado, cuántas veces encuentra a uno de estos”.

Encuentra a los viciosos que “son capaces de intentar explotarles”, y este “es uno de los pecados más graves”; encuentra a los “hombres de negocio” que “no dan oxígeno a ese alma, no dan esperanza”; y encuentra “a los rígidos que castigan en los penitentes lo que esconden en su alma”. “Esto – dice el Papa – se llama falta de misericordia”.

Y concluye: “Quisiera sólo decir una de las palabras más bellas del Evangelio que me conmueve mucho: ‘¿Nadie te ha condenado?’ – ‘No, nadie, Señor’ – ‘Tampoco yo te condeno’. Tampoco yo te condeno: una de las palabras más bellas, porque está llena de misericordia”.

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