De fiesta "Ciudad Barrios", el pueblo natal de Romero

De fiesta

Una vigilia que los vecinos esperaban con ansiedad y que viven en medio de grandes transformaciones

Por Alver Metalli 

San Salvador

El fin de semana anterior a la beatificación de monseñor Romero fue uno de los más sangrientos del año para el país natal del obispo mártir, El Salvador. El Instituto de medicina legal ha contabilizado un total de 78 homicidios, en un crescendo que comenzó con los 13 del viernes, siguió con 28 el sábado y terminó –aunque es solo una forma de decir- con los 37 del domingo. El milagro del beato Romero, si es que se produce, debería estar relacionado con estos números devastadores, que colocan a El Salvador “entre las naciones más violentas del hemisferio”, según “The Washington Post”. El anuncio de la tregua por la beatificación del sábado que hicieron las maras -las pandillas que suministran tanto los muertos con los sicarios para las estadísticas- parecía el anticipo del milagro tan esperado, pero no quedan rastros de ella en la realidad de estos días. Por el momento, los salvadoreños ponen sus esperanzas en las recomendaciones del ex alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, contratado por los empresarios salvadoreños para poner freno a una violencia que no tiene nada que envidiar a los años de guerra civil y sus 200 mil muertos.

Pero el pueblo de Romero está de fiesta, y tiene toda la razón para estarlo.

Para llegar, hay que recorrer los 180 kilómetros que desde la capital llevan hacia el este, atravesando el rosario de pueblos que se hicieron famosos en los años de la guerra civil. Cuzcatlán a las puertas de San Salvador, San Vicente uno de los baluartes de la guerrilla del Frente Farabundo Martí, Usulatán y el río Lempa con el gran viaducto de 700 metros dinamitado en octubre de 1981, pasando per Santiago de María, el pueblo donde Romero fue párroco y obispo antes de llegar a San Salvador en 1977 y donde denunciaba los daños de la fumigación en las plantaciones de algodón que todavía hoy, después de la prohibición, provocan decenas de muertes. Pasando San Miguel se llega al departamento de Morazán, el antiguo corazón de la guerrilla, donde se produjo la masacre del Mozote en diciembre de 1981. En una operación cuyo propósito era sofocar la naciente guerrilla, el ejército rastrilló y exterminó miles de hombres, en su mayoría campesinos con mujeres e hijos, obteniendo el efecto contrario y reforzando la sublevación que terminó recién trece años después, en 1992. Los acuerdos de paz se anticiparon veintitrés años a los resultados que aún no han podido alcanzar las FARC de Colombia.

Después de varias horas de una interminable serpentina con el telón de fondo de los volcanes, se llega a Ciudad Barrios, un conglomerado relativamente próspero por el comercio, un poco de cría de cebú y plantaciones de café. Hasta el café lleva ahora el nombre de Monseñor Romero; “con el aroma de la tierra del profeta”, dice en el paquete de medio kilo que se vende en la única estación de servicio del pueblo.

Desde hace tres semanas el municipio está en manos del partido Arena, fundado entre otros por aquel mayor Roberto d’Abuisson que pasó a la historia como mandante del asesinato de Romero. Pero la colaboración con la Iglesia “es total”, declara la alcaldesa de Ciudad Barrios, Idalia Floribel Sánchez Rajo, la primera mujer que llega a ese cargo. “Vemos señales de cierto movimiento que crece, la delincuencia en cambio ha disminuido, la gente siente sobre sí la mirada de tantos salvadoreños que viven fuera y dentro del país y también de muchos católicos de todo el mundo”. Frente a la sede de la alcaldía, con pinceles y tarros en la mano, decenas de jóvenes extienden espesas capas de pintura amarilla y blanca en las paredes que dan a la plaza, en homenaje a los colores vaticanos y al Papa argentino que ha llevado a su compatriota a los altares. El nuncio apostólico, mons. León Kalenga Badikebele, africano, vino hace poco a Ciudad Barrios, el 26 de abril, y un colorido cartal junto a la ferretería Guadalupe recuerda su visita. La ceremonia central, aquella donde el cardenal Amato leerá el decreto que proclama beato al siervo de Dios Óscar Arnulfo Romero y Galdámez (el purpurado debería llegar el jueves al aeropuerto, también bautizado Monseñor Romero), se realizará en San Salvador el sábado a la mañana, pero nadie se la quiere perder y en la plaza ya se está montando una pantalla gigante tan grande como nunca se había visto, ni siquiera para el Mundial, cuando El Salvador y Costa Rica hicieron palpitar el corazón de los centroamericanos. Los 35 mil habitantes, las 8 colonias y las 48 comunidades estarán presentes, asegura el padre Gabriel Argueta, quien con sus 27 años y su cara de adolescente hace dos que es vicario de la parroquia de Ciudad Barrios. Todos salvo los enfermos, los recién nacidos y los que irán a la capital con cualquier medio de transporte disponible, incluyendo los siete colectivos contratados por la Iglesia y la Alcaldía. Se viajará la noche del jueves, vigilia el viernes y todos a la plaza el sábado para la beatificación. “Hace mucho que esperábamos este día, la respuesta de la gente es enorme, con muchas conversiones”, explica feliz el padre Gabriel. Antes no era así, reconoce el sacerdote, “es penoso decirlo, pero había apatía y muchas controversias. Un sector minoritario pero significativo no aceptaba a monseñor. La ideologización que vivió el país después de su asesinato también recayó con fuerza sobre él. Con el proceso de beatificación hicimos muchas cosas para que se lo conociera más y mejor. Poco a poco el clima fue cambiando y con el anuncio del martirio que hizo el Papa Francisco, desaparecieron todas las reservas. Hoy monseñor Romero es un símbolo de concordia, de paz, de aceptación recíproca”. Romero, que en su momento fue acusado de dividir, hoy une a los salvadoreños más que cualquier otro símbolo patrio. ¿Será éste el milagro?

El padre Gabriel está satisfecho con la colaboración de las autoridades locales. “Pediremos también que se cambie de lugar la cárcel que se encuentra a la entrada de Ciudad Barrios”. En el Penal están alojados muchos mareros. En los años 2008-2012 el pueblo de Romero también tuvo sus pandillas, su dosis de violencia y sus muertes diarias. El trabajo con los jóvenes que se llevó a cabo en nombre de Romero hizo que muchos cambiaran de camino. Como la obra de las cuatro hermanas carmelitas que desde 2001 se ocupan de un colegio. Romero en persona quiso que trabajaran en su pueblo natal y él mismo las llevó en 1971, visitándolas asiduamente. Una fotografía suya vigila con expresión paternal en cada una de las aulas a los 61 niños que asisten a la institución. “Monseñor era un amigo de la congregación”, explica sor María, “y habló con la superiora de aquel momento, la reverenda madre Teresa Margarita del Niño Jesús; ella autorizó la nueva fundación en Ciudad Barrios”.

Pero no todo es serenidad y alegría. Las vicisitudes de la casa donde nació Romero sobre la plaza central, junto a la Alcaldía y frente a la Iglesia, es una sombra que opaca las celebraciones. La cooperativa de Productores de café que la compró a la familia en 1976, cuatro años antes del asesinato, pide medio millón de dólares para venderla. Al cabo de tres reuniones, se suspendieron las tratativas. “¿Qué haría Monseñor Romero con medio millón de dólares?”, se pregunta del padre Gabriel, quien llevó a cabo la negociación. “Si el precio hubiera sido simbólico o por lo menos razonable, la hubiéramos comprado”, afima. “Para convertirlo en un lugar de oración y un museo”, aclara a renglón seguido. El museo, entre tanto, se encuentra en la casa de al lado, donde vive la prima de Romero, la prima tan querida. Doña Lucía Recaldame lleva con dignidad sus 82 años. Recibe al visitante en la puerta y lo acompaña hasta donde sabe que desea ir, frente al retrato de Romero que se encuentra en la sala. Después muestra la teca donde se ha conservado un puñado de tierra del solar que poseía la familia, por donde corría Romero de niño. Sobre la teca hay una foto descolorida de Romero con sotana blanca y los pies bien plantados en la tierra árida, con un volcán a sus espaldas de nombre muy difícil, como casi todos los volcanes de El Salvador, Cataualpique. Doña Lucía Recaldame muestra el retrato en blanco y negro de los padres de Romero, y recuerda cuando cruzaba la calle, subía las escaleras y se quedaba a comer. Romero bautizó sus dos hijos en el convento de las carmelitas, del otro lado de la plaza. Ha esperado este día con todas sus fuerzas, reteniendo con uñas y dientes la vida que se le termina; pero todavía quiere ver otro, el día en que será reconocido santo.

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