Familias abiertas y acogedoras para una iglesia abierta y acogedora

Familias abiertas y acogedoras para una iglesia abierta y acogedora

Dentro de algunas semanas celebraremos el día de la madre. Ya sabéis que somos parte de una gran familia, consagrada a acoger. Experimentamos la gracia y las dificultades de vivir en una pequeña comunidad cristiana. Uno de los niños de nuestra familia es adoptado. Durante la escuela primaria, cada año, cuando se acercaba el día de la madre, volvía a ponerse el problema del poema para recitar. Los versos estaban demasiado ligados al aspecto biológico. Los pocos poemas sobre la adopción dejaban una tristeza profunda. Filomena comenzó a escribir pequeños poemas “festivos y alegres” para él. Simples, pero no triviales, fruto de una intensa reflexión y de las experiencias de muchas amigas y de sus hijos adoptados que contaban sus miedos, ansiedades e incomodidades, pero también la inmensa felicidad de vivir una vida llena de amor. Una manera sencilla para comenzar a valorizar la adopción. Estamos cada día más convencidos que el lenguaje usado para hablar de la adopción demuestra que nuestras culturas todavía no han desarrollado una sensibilidad adecuada.

Estos poemas han sido publicados en italiano el año pasado y ahora, con gran alegría también en castellano, con el marco de ilustraciones muy lindas. El título no deja dudas sobre el cambio de mentalidad que se propone: Nace una madre. Poemas para niños adoptados de escuela primaria, para recitar el día de la madre y en otras ocasiones. “Amado desde siempre. Esperado por años. Yo. En un instante, el encuentro. Nace una madre” (1). El libro tiene también dos oraciones de la madre adoptiva dirigidas a Dios y a la Virgen por su niño.

“Para criar a un niño se necesita un poblado entero”, decía un refrán africano. La aceptación de la vida y el injerto en la comunidad de cada niño necesita la conciencia de todos. Esto vale mucho más para los niños adoptados.

A menudo la sociedad hace que las madres adoptivas que no tienen hijos biológicos se sientan madres de segunda clase, hijas de un dios menor que las privaría de la verdadera alegría de la procreación. Incluso entre los católicos están muy difundidas expresiones muy duras, que recomiendan un camino de perfección gracias a la mortificación del deseo de maternidad y paternidad carnal (en los casos en que no sea posible engendrar) para adoptar a un niño “descartado y abandonado”. Existen asociaciones que se ocupan de adopción que tienen nombres tristes, que indican la reparación y la expiación. La teología ha encontrado muchas dificultades para expresar este tema, las pocas veces que lo ha intentado: parte del “pecado” y la “redención”, ve al niño a ser adoptado como “fruto de la culpa”: el nivel de reflexión se mueve en la categoría de “puro” e “impuro”.

Los políticos ponen su carga llamando a los niños adoptados, especialmente a los extranjeros, “niños ya hechos”, que sustituyen a los que deberíamos procrear nosotros; o ponen la atención en los elementos legales de la entrega del apellido y la herencia, lo que comúnmente se llama “adopción fiscal”.

Está claro que “en el poblado” de nuestra cultura falta la verdadera acogida. Entre los cristianos, a pesar de las consignas a favor de la vida, permanece la idea de la “ley de la sangre” y de la descendencia carnal. Sin embargo, la genealogía de Jesús destaca que es él quien rompe la cadena de descendencia, para inaugurar una nueva humanidad de “hijos de Dios”, de verdaderos hermanos. Después de generaciones de sangre por línea masculina, aparece la novedad: “Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, el cual es llamado el Cristo” (Mt 1,16). La fe se detiene en las palabras, la realidad sigue siendo precristiana, no registra el cambio. “Haz de mí una madre buena, sin miedos ni temores. La gente confía en la carne y en la sangre, mas el amor nos une por siempre”.

Si no les damos a estos padres el orgullo de una maternidad y una paternidad que nace del amor conyugal; si no ayudamos a los niños adoptados a tener una identidad fuerte, el futuro será cada vez más incierto para las adopciones. Todas las prácticas reproductivas inhumanas y artificiales se harán cargo.

La adopción debe ser una respuesta de amor a la vida, no solamente por parte de la familia, sino también de toda la comunidad, donde todos reciben la misma dignidad. En la nueva humanidad inaugurada por Cristo y comunicada a todos a través del misterio pascual, este acto de amor debería ser tenido en cuenta por todos los cónyuges, independientemente de la infertilidad. Acompañar la vida es un regalo, una misión. La difusión de una cultura de acogida adoptiva podría contribuir a dar a luz a la nueva humanidad soñada por Dios, en la que la fraternidad entre todos los pueblos no solo es teórica, sino que es un camino concreto para dar amor y oportunidades a todos. No es la solidaridad, porque esta mentalidad lleva a que los niños adoptados sientan una especie de eterna obligación de gratitud y un sentido de inferioridad. En cambio, cuando la comunidad considere la adopción como una relación de amor y sinceridad, como un compromiso para crear vínculos personales auténticos, el camino se hará juntos, se realizará una historia diferente y se descubrirá que son esos niños los que enriquecen a las familias y la sociedad: “Pero nuestra historia es especial, la adopción es una bella aventura para amar… Allí nada se da por descontado, y el amor es querido y conquistado. Allí las lágrimas del pasado hay que enjugar, y juntos las melancolías hay que superar”.

La Iglesia primero debe expresar esta nueva mentalidad de hermandad universal. El año pasado, el 24 de mayo, el Papa Francisco se refirió a la antigua costumbre de las medallas rotas que dejaban las madres, junto con los bebés recién nacidos cuando se vieían obligadas a abandonarlos; con ellas esperaban algún día, presentando la otra mitad, poder reconocer a sus hijos. Otros tiempos. Ahora el problema de las adopciones es mucho más complejo, como aclara el mismo Papa: “hoy en el mundo hay muchos niños que idealmente tienen la mitad de la medalla. Están solos. Las víctimas de las guerras, las víctimas de la migración, los niños no acompañados, las víctimas del hambre. Niños con media medalla. ¿Y quién tiene la otra mitad? La Madre Iglesia. Nosotros tenemos la otra mitad”. Hay necesidad de familias cristianas abiertas y acogedoras, portadoras de paz, para una Iglesia abierta y acogedora. “No de flores pondría sobre tu cabeza la corona, sino de tiernos ramos de olivo. ¿Sabes por qué el olivo, madre? Porque cuando me adoptaste, la paz y el amor dentro de mí trajiste”.

 

 1) Filomena Rizzo, Nace una madre, Editorial infantil BABIDI-BÚ, Sevilla 2020

 

*Don Paolo Scarafoni y Filomena Rizzo enseñan juntos teología en Italia y en África, en Addis Abeba. Son autores de libros y artículos de teología.

 

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