Solo tus alas serán el refugio y solo tus alas serán el consuelo. Calientas el alma del pobre viajero que cruza el frío de este mar de hielo.
Haciendo mío este cántico de Serena he querido compartir el anhelo de su venida con los cristianos sesasenios, que encaran el martirio en el final de mi novela Después del Resplandor.
Así lo recoge el relato de esta historia:
–Solo un poco –dijo Serena sonriendo con ternura a Natividad–. Y con una maravillosa voz, más divina y potente de lo que nunca hubiese escuchado su esposo, tras años cantando a su lado, Serena improvisó este canto:
Así te esperamos, Dios, así te esperamos.
Como la Luna espera del Sol el relevo.
Como los hombres aguardan la luz del Cielo.
Como los niños que buscan de su madre el seno.
Así te esperamos, Cristo, así te esperamos.
Pues no hay en la Tierra nada ni nadie
que pueda calmar nuestra sed, nuestro anhelo
y solo tus alas serán el refugio
y solo tus alas serán el consuelo.
Calientas el alma del pobre viajero
que cruza el frío de este mar de hielo.
Así te esperamos, Dios, así te esperamos.
Así te esperamos, Cristo, así.
Y solo tus alas serán el refugio
y solo tu rostro será nuestro premio.
Preparas morada para el peregrino
y lo esperas en casa...
En tu mar cristalino.
Cuando terminó, volvió a ceñirse la mascarilla y se sentó. Los cuarenta y tres cristianos habían escuchado el himno con ojos cerrados, dejando que los rayos del amanecer quitaran el frío de sus cuerpos. Pero hubo algo más que los hizo entrar en calor. El fuego del Santo Espíritu con el que fueron visitados durante la melodía, allí sentados, muy pegados unos a otros, en la arena del desierto.
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