De las duchas a las comidas calientes en Términi: reportaje sobre la caridad del Papa en Roma

De las duchas a las comidas calientes en Términi: reportaje sobre la caridad del Papa en Roma

Desde siempre, parroquias y asociaciones ayudan a los marginados. Ahora Francisco abrió las puertas de la Sixtina a los “sintecho”. Un día por los lugares a los que llegan las «rondas de la caridad»

Ciudad del Vaticano, 20.10, a pocos metros de la Puerta de Santa Ana. Una camioneta Ducato Fiat de color gris con la cajuela llena de alimentos enlatados, leche, jugos y cajas de fruta, “kits” con cepillos dentales y dentífricos. Un pequeño grupo de personas antes de subirse recita el Padre Nuestro. Hay dos obispos (uno elegido pero todavía sin consagrar), algunas monjas y agentes de la Guardia Suiza fuera de servicio. Está por comenzar el último acto de una jornada que pasamos en la Roma más oculta, la de los “invisibles”: los “sintecho” que viven en las calles. Pobres a los que la Iglesia, las parroquias y las asociaciones de la ciudad, como la Comunidad de Sant’Egidio, siempre han ayudado y siguen ayudando de tantas maneras. Pero ahora se encuentran bajo los reflectores y las iniciativas se han ido multiplicando, se va contagiando la caridad. Francisco no solo abrió para ellos un servicio de duchas bajo la columnata, desde donde comienza nuestro viaje, sino que los involucró en la distribución de pequeños Evangelios y libritos de oración regalados a los peregrinos después de los Ángelus. Y quiso invitarlos también a visitar la Capilla Sixtina, en donde los recibió personalmente y les dijo: «¡Esta es su casa!».

Las duchas bajo la columnata de Bernini 

21.10, bajo la Columnata que se encuentra a la derecha de la Basílica. El día fue terso, luminoso, con la Semana Santa que ya comenzó y los turistas que llenan San Pedro y los alrededores, incluso sin ceremonias en programa. A un rincón, que no está muy oculto, llegan otros peregrinos con mochilas, el pelo largo, la ropa descocida. Se van sentando en unas sillas de plástico en esa que se ha convertido en una especie de sala de espera. Esperan su turno para usar las duchas que puso a disposición Francisco, construidas especialmente tras una reestructuración de los baños para los que visitan la Basílica. Cada día, los “sintecho” que vienen a ducharse son unos ochenta. El doble de lo que había previsto el obispo Konrad Krajewski, Limosnero del Papa, que organizó el servicio de los voluntarios. La Unitalsi cubre los martes. Nada de nombres ni fotos para estos hombres y mujeres. Alguien recibe al huésped y le entrega una toalla desechable, una muda de ropa íntima limpia (de la talla adecuada), una pequeña confección de jabón líquido y shampoo, y, si es necesario, un rastrillo desechable. Al final del recorrido, antes de la salida, se les ofrece una pequeña merienda. Hay personas que limpian la ducha que acaba de ser udasa. No son baños de lujo, pero son modernos y dignos. En el fondo se advierte una pequeña salita de barbero. Un hombre con lentes de color rojo oscuro acaba de servir a un joven con brazos tatuados y arete. Es uno de los barberos que se turnan para garantizar cotidianamente unos cuarenta cortes, de pelo y barba. Él también pide el anonimato: «Entré a trabajar en la barbería de mi padre cuando tenía diez años. Y durante treinta y ocho fui barbero en el Senado. Ahora corto el pelo a los “sintecho” de San Pedro. No siempre se duchan antes… Y trato de satisfacerlos, en cuanto al estilo del corte». 

El peine de Gangaweera 

Llegan otras personas, hombres y mujeres. Hay muchos italianos que ya son “habituè”. Algunos son rumanos. Una chica con gorro de lana gris y la mirada triste está sentada al lado de su padre, un joven español con la barba y el pelo largos y claros. Sale una guitarra de una de las mochilas. Se llama Roberto Carlos, «soy un compositor cristiano», dice. «Tengo 34 años, vengo de Málaga y vivo tocando en el estacionamiento del Gianicolo, pero la vida es dura, hay bandas de ladrones, me amenazan…». Roberto Carlos y su hija viven en una casa abandonada y desvencijada en la periferia de Roma. La ducha en San Pedro se ha convertido en una cita fija. «Pero el aguadebería estar más caliente…», subraya. En un rinconcito, con un gorrito en la cabeza, hay un oriental esperando su turno. Se llama Gangaweera Virkam, de 60 años, orihundo de Singapur. En su vida pasada era un administrador que se ocupaba de importaciones y exportaciones, se casó con una mujer italiana y tuvo con ella una hija. «Hace cuatro años me echaron de casa. Perdí todo. Vivo bajo el puente del Auditorium, como gracias a los restos de un restaurante y a veces voy a buscar algo en los botes de los mercados. Gracias a Papa Francisco vengo a ducharme aquí». Le preguntamos si usa el servicio de barbería. Gangaweera sonríe, se quita el gorrito y muestra su calvicie. «Imagínese, un sacerdote me regaló un peine en Pascua, pero ¿a qué me sirve?».

Las rondas de la caridad

20.45, Vía Marsala, estación Términi. La camioneta gris que viene del Vaticano llega casi al mismo tiempo que otra, de color blanco. En la acera de la estación, entre el movimiento de los pasajeros y el caos de los autos y los taxis, cientos de “sintecho” ya están formados en una larga fila. Cada martes por la tarde se unen las ayudas de la caridad del Papa con las de la asociación ABC (Asistencia, Beneficencia, Caridad), un grupo que nació en el seno de la delegación romana de la Orden de los Caballeros de Malta. En pocos minutos aparecen montadas mesas de plástico, descargan comida caliente. Las mujeres tienen la precedencia, son las primeras que pasan y las primeras en recibir sus porciones. Buenas costumbres a la “homleess”. Cada uno recibe una porción de pasta seca y una rebanada de pizza. Después hay vasos de papel con un dulce fresco, una lata de atún, un huevo, medio litro de leche. Al final, un vaso de agua o un jugo de fruta. Las poricones disponibles hoy son 290, gracias a la ayuda de hornos, pastelerías, donaciones, benefactores anónimos. Y los jueves se repite la misma historia en la estación Tiburtina. Van pasando frente a los voluntarios, sacerdotes, obispos, guardias suizos y algunos exponentes de la nobleza romana (que piden el anonimato), mujeres jóvenes que nunca dirías que viven en la calle, ancianos que piden doble ración, muchos jóvenes africanos, un viejo eritreo con muletas y que está de pie de milagro. Algunos hacen dos o tres veces la fila, y los que distribuyen se hacen de la vista gorda. Muchos se han convertido en amigos de los voluntarios, del Limosnero del Papa, del noble que coordina el equipo y pasa con el ragú para ofrecer otra cucharada a los que comen su pasta sentados en la acera.

En la puerta de la Sixtina

Algunos de los “sintecho” que cenan en Términi gracias a estas rondas de caridad estaban el jueves 26 de marzo en los Museos Vaticanos, para la visita guiada. «Me esperaba que viniera Francisco –confió Pino mientras comía, uno de los 150 “clochard” que pudieron admirar los frescos de Miguel Ángel en la Capilla en la que se lleva a cabo la elección de los Papas–, es más, estaba seguro. El Papa no llegó cuando nosotros ya estábamos en la Sixtina. Llegó antes, nos estaba esperando en la puerta, nos recibió y nos saludó uno por uno. Nos dijo que esa era nuestra casa». No había fotógrafos, pero Francisco quiso que los “sintecho” y los acompañantes tomaran todas las fotos que quisieran con sus teléfonos. Uno de los huéspedes, confundido, «le dio el teléfono al Papa, para que lo fotografiara en lugar de que lo fotografiaran con él». En la acera de la estación Términi, Claudio, de barba larga y con un a bolsa enorme a la espalda, viejo conocido de las rondas de la caridad, pide a los voluntarios uno de los pequeños Evangelios que Francisco regala a los peregrinos: «¡Estoy enamorado del Papa!». En pocos minutos todo desaparece; la basura llena grandes bolsas y los “sintecho” se alejan después de haberse despedido y felicitado por la Semana Santa. Para los voluntarios que llevaron la comida, hay una breve oración final en la banqueta de Términi, y la bendición dada en nombre del Papa. Después todos vuelven a las camionetas con la consciencia de haber recibido mucho más de lo que dieron.

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