La diplomacia de Francisco. Cuba 3

La diplomacia de Francisco. Cuba 3

Del monólogo al diálogo, las reflexiones cubanas de Bergoglio

por Nello Scavo

Apenas fue elegido Papa, el texto elaborado por Bergoglio sobre histórico encuentro de Fidel y Wojtyla - Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro – volvió a la luz de improviso, como ocurre a veces con los prontuarios judiciales. Confirma una fuente diplomática estadounidense en Roma: “En el Departamento querían saber si el Papa Francisco tenía la intención de concretar aquellos propósitos o pensaba ocuparse de la curia y dejar para más adelante una intervención con los Castro. Querían saber y comprender de qué manera podía tratar de influir en Cuba y en América Latina. No querían que los tomara por sorpresa y necesitaban estudiar con anticipación las variables”.

Al principio nadie pudo responder con certeza. Ni siquiera los contactos estadounidenses en la Secretaría de Estado, donde el cardenal Parolin estaba poniendo en marcha una amable pero tenaz reestructuración interna, estaban en condiciones de hacer previsiones.

De todos modos, la lectura del ensayo resultó reveladora. “La importancia y el valor del diálogo residen en el hecho, precisamente, de que su práctica hace posible llegar a la verdad fundada en el Evangelio. El diálogo se opone al monólogo y conduce el espíritu en la búsqueda de la verdad”, dice Bergoglio. Se trata entonces de un documento extraordinario, porque de hecho ya establece las directrice del futuro pontífice en su ministerio petrino: “El Papa no sólo es un portavoz, una persona que transmite la palabra de Cristo, sino que es aquel que recibe la voz del mundo, de la sociedad humana. El papel de la Iglesia, en particular del Vicario de Cristo, es el de liberar, dialogar y participar, para construir comunión entre los hombres y la Iglesia”. Por eso “el diálogo entendido como canal de comunicación entre la Iglesia y los pueblos, se convierte en un instrumento base para construir la paz, promover la conversión y crear fraternidad”.

Anticipándose a los expertos en asuntos internacionales, el padre Jorge Mario preconizaba el futuro. Como si el hecho de que Juan Pablo II y Fidel Castro se hubieran dado la mano marcara un punto sin retorno: “Así, en el diálogo entre ausentes, entre Juan Pablo II y Fidel Castro – prosigue el librito – el Papa reafirma con firmeza su petición de libertad, dignidad y democracia para el pueblo cubano, mientras que Fidel Castro mantiene en alto la bandera de la igualdad de trato para Cuba en el escenario internacional, en el ámbito de las relaciones económicas. Creemos que el resultado de este diálogo se ha transformado potencialmente en realidades palpables, ante la voluntad del conceder que ha demostrado Fidel Castro y ante la inclinación papal a promover el levantamiento de las barreras impuestas a Cuba por los superpoderes”.

Cuidado con esta última palabra. La referencia a los superpoderes es un acto de acusación que queda grabado de manera indeleble. Y qué interpretación le dieron los estadounidenses cuando la releyeron algunos meses después de la elección de Bergoglio, no es difícil de imaginar. Pero para el arzobispo argentino era una denuncia necesaria: “La búsqueda de la verdad en el caso de Cuba no podía realizarse ni consagrarse, en la medida en que no se profundizara el diálogo entre los dos discursos: el de Fidel Castro y el de Juan Pablo II. La misión del Papa y la recepción de Fidel Castro convergen en la implementación de nuevas metodologías a aplicar en la transformación política por un lado y evangelizadora por otro”.

Según este enfoque el grupo de observadores encabezado por Bergoglio analiza los modos, el lenguaje y hasta el tono usado por los dos pesos pesados del siglo XX: Juan Pablo II se muestra deseoso de escuchar “la verdad del pueblo cubano, de su gobierno, de la revolución, de la religión y de la relación entre la Iglesia y el Estado”. Dentro de esta dinámica, Castro y Wojtyla hablaron y se escucharon recíprocamente. Y así se pusieron de manifiesto “discrepancias profundas y en otras ocasiones, convergencias fundamentales”.

Bergoglio hace hincapié en estas últimas: “La Iglesia, entendida como estructura eclesial y como comunidad de fieles, no agita banderas ideológicas ni propone un nuevo sistema económico o político”. En todo caso “a través de la palabra del Pontífice, ofrece con su presencia, con su voz y con su misión un camino para la paz, la justicia y la libertad verdaderas”.

Por último, el mensaje que más habría preocupado a los analistas de Washington: “El pueblo cubano debe ser capaz de capitalizar la visita del Papa. No todo será igual después de su partida; el diálogo quedará instaurado entre la Iglesia y las instituciones cubanas, lo que siempre se traduce en bienestar para el que más lo necesita: el pueblo”. Para alcanzar ese objetivo, “El pueblo cubano necesita vencer el aislamiento. Juan Pablo II hace un llamamiento al alma cristiana de Cuba, a su vocación universal, para abrirse al mundo, como así también exhorta al mundo a acercarse a Cuba, a su pueblo, a sus hijos, que son si duda su mayor riqueza”.

Y a los que prefieren una Iglesia que no meta la nariz en la política, el cardenal de Buenos Aires les responde que “el mensaje evangélico no se circunscribe únicamente a la esfera del culto, de la práctica religiosa, sino que va dirigido a iluminar a todo el hombre, a  todas y cada una de las acciones humanas”. Por eso, “es necesario para Cuba y para otras naciones, emprender un plan tendiente a transformar algunas estructuras y en especial sus instituciones políticas, para sustituir regímenes corrompidos, dictatoriales o autoritarios, por otros democráticos y participativos. La libre participación de los ciudadanos en la gestión pública, la seguridad del derecho, el respeto y la promoción de los derechos humanos, se erigen como requisito imperativo, como condición necesaria para tender al desarrollo del hombre, de todos los hombres”

Leídas hoy, aquellas palabras manifiestan una orientación que demostrará ser la clave del éxito diplomático y la brújula que orienta a Francisco en las relaciones internacionales.

Cuando Bergoglio publicó sus “reflexiones cubanas”, en 1998, empezaban a vislumbrarse las primeras señales de distensión que permitían presagiar un lento cambio en las tempestuosas relaciones del gigante estadounidense con el pequeño enclave marxista. Sin embargo, dos años después, la llegada de George W. Bush a la Casa Blanca pareción colocar una losa sepulcral sobre cualquier esperanza. Los neoconservadores que habían tomado las riendas de Estados Unidos consideraban que no se debía hacer ninguna concesión a los comunistas de La Habana y que, muy por el contrario, había que asfixiarlos con un rígido embargo económico. Pero la historia reserva grandes sorpresas…

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