La partitura de Dionisio
por Nello Scavo
Desde Buenos Aires, Bergoglio siguió paso a paso el viaje de Juan Pablo II a Cuba en enero de 1998, reuniendo opiniones, comentarios, información de testigos directos y de observadores latinoamericanos. En esas circunstancias, fundó en Buenos Aires el “Grupo de reflexión Centesimus Annus”, animado por la voluntad de analizar las relaciones entre la Iglesia y el castrismo a la luz de la encíclica del Papa Wojtyla de la que toma el nombre.
La Centesimus Annus había sido promulgada por Juan Pablo II en 1991, a cien años de la encíclica Rerum Novarum, que hasta la actualidad se considera el texto de referencia, e incluso fundacional, de la moderna doctrina social de la Iglesia Católica. El texto de Wojtyla tenía varios puntos clave. Se analizaban las contradicciones tanto de las economías socialistas como las de mercado. A la luz de ello, el Papa pedía que se cancelara la deuda que agobiaba a los países pobres: un objetivo parcialmente logrado durante el Jubileo de año 2000. Pero el Papa polaco consideraba que dichas decisiones no podían prescindir de una revisión del estilo de vida y de la eliminación de los derroches característicos de las naciones ricas, que deberían colocar en la cima de sus prioridades la promoción y la defensa de la persona humana por medio de políticas sociales eficaces. Para lograr el objetivo de una convivencia pacífica, según Juan Pablo II, era necesario tomar algunas medidas prácticas y urgentes: crear instituciones para el control de las armas y poner en marcha un proceso de desarme a escala global.
Bergoglio conocía estos planteos y los compartía, pero decidió conferirles una relevancia pública firmando en primera persona una serie de reflexiones resultantes del trabajo del grupo fundado y dirigido por él mismo. El fruto fue un pequeño libro audaz que hoy resulta prácticamente imposible encontrar: Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro.
El texto se desarrolla a partir de las palabras pronunciadas por Juan Pablo II en Cuba, incluyendo los saludos y los discursos no protocolares. Ya desde el título se puede intuir la tesis de Bergoglio: el diálogo es necesario y posible; sin diálogo no puede haber cambios, pero con él, tarde o temprano los frutos llegan.
«Al mismo tiempo, Bergoglio defiende con firmeza la misión y el rol de la Iglesia católica en Cuba, recordando no solo sus muchos sufrimientos sino poniendo en evidencia todo lo que esta Iglesia puede darle a su pueblo y a la nación cubana donde peregrina por voluntad de Cristo”, observa Luis Badilla, periodista latinoamericano directivo de Radio Vaticana, que hoy se considera uno de los mejor informados sobre la estrategia de Francisco para América del Sud. En su blog “El Sismógrafo”, Badilla analiza y publica diariamente una gran cantidad de información en varios idiomas. Una verdadera mina de oro a la que a menudo recurre incluso la diplomacia pontificia.
Tal como resume Badilla, en el librito firmado por el padre Bergoglio poco después del viaje apostólico del ’98 “se leen críticas a algunos aspectos importantes de la Revolución cubana y del sistema socialista, especialmente a todo lo que por opción ideológica, programa político o disposición administrativa constituye un obstáculo para “la dignidad trascendente de la persona humana”. Hay también (…) duras críticas contra el embargo y el aislamiento económico que Washington impone a la isla, críticas que concluyen alentando a luchar para que cambie esta situación que solo causa daño al pueblo, en especial a los más débiles”.
Luis Badilla considera que para el futuro pontífice la lección es perentoria: “En su diversidad, Juan Pablo II y Fidel Castro se han encontrado, han hablado, se han escuchado recíprocamente con afecto y respeto, han abierto un diálogo, la única vía verdadera y duradera para convivir en armonía y colaboración, aún cuando haya entre las partes opiniones o puntos de vista diferentes. En otras palabras, Jorge Mario Bergoglio ya entonces pensaba igual que hoy. En Buenos Aires, su pensamiento y su análisis eran un auspicio. Hoy, en el Vaticano, el auspicio se ha convertido en exhortación y acción diplomática”.
Apenas el jesuita argentino fue elegido Papa, comenzó la caza de aquel breve ensayo, que el editor original no puede reimprimir y que en internet se vende a precios que superan los mil dólares.
«Los estadounidenses, y no solo ellos, lo habían leído hace muchos años y en un par de oportunidades me preguntaron qué pensaba”, me cuenta un viejo amigo, un diplomático occidental de alta escuela que ha sobrevivido a gobiernos e ideologías, dictaduras y conjuras. Un hombre a cuya sabiduría recurren jefes de Estado y negociadores. Desea permanecer en el anonimato y prefiere que lo llamen “Dionisio”, como el antiguo tirano de Siracusa que, según la tradición, hizo excavar un conducto sobre la cueva que usaba como cárcel para que el carcelero pudiera escuchar las conversaciones de los prisioneros.
Muchas veces Dionisio cumplió misiones en esa parte del mundo. Recuerda con cierta nostalgia sus frecuentes contactos con emisarios del gobierno cubano. “En el ministerio nos peleábamos para conseguir cualquier encargo en La Habana. De los barbudos no obtenías casi nada, pero sabían cómo complacernos a los jóvenes diplomáticos europeos”, dice con el tono melancólico de un bailarín demasiado viejo para otro tango.
Pero en su mente, la orquesta todavía está tocando. Y Dionisio tiene grabada en la memoria una partitura que solo la gente como Bergoglio hubiera sabido leer correctamente.
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