"Ser cura en Luján te hace un experto en inundaciones"

Lo dice Diego Di Lullo, uno de los vicarios de la Basílica. Lleva 4 años en la ciudad más golpeada por el agua. Y coordina junto a sus pares la campaña de asistencia a las víctimas. Cuando sube el río Luján, cuenta, activan los protocolos de emergencia.

La marca de la inundación se puede ver en todo Luján. La más evidente está en las paredes de las casas, en donde la crecida del río dibujó una línea marrón. Pero hay marcas mucho más profundas, imborrables, en las caras de los habitantes de un pueblo castigado otra vez por el agua. Hasta en la Basílica de Luján quedaron marcas.

Las bombas de desagote todavía trabajan en la cripta, afectada por la crecida de las napas subterráneas. En el claustro en donde se celebran los bautismo se amontonan ahora miles de bolas con alimentos no perecederos y miles de botellas de agua y gaseosas. Y en la cara de los vicarios de la Basílica también es posible ver la inundación: llevan ya 10 días de trabajo solidario, de ayuda a los vecinos, de un vínculo infatigable que trasciende lo espiritual: “Lloramos con nuestra gente”, dice el padre Diego Di Lullo, uno de los seis vicarios de la Basílica.

Ser cura en la Basílica de Luján supone una serie de conocimientos extra, una suerte de posgrado en emergencias hídricas. “Te hace experto en inundaciones”, señala. Por ejemplo, cuenta que saben que cuando el río Luján supera los 2,70 de altura ya hay que activar los protocolos de emergencia. También saben operar las bombas de desagote para la cripta. Saben que la sudestada en el Río de la Plata complica la baja del Luján. Saben que los barrios cerrados en la ribera del río cambiaron la geografía del lugar. Y saben que los canales clandestinos que desembocan en el río tampoco ayudan a vivir sin pensar en la próxima crecida y el regreso del agua.

“Me acuerdo que con las lluvias del miércoles ya empezamos a convocar a los voluntarios”, dice el padre Diego. “Y me acuerdo de la fecha porque soy hincha de River”, dice, soltando casi la única sonrisa que se permite durante la charla con Clarín. Y una sonrisa más, un compromiso a futuro, cuando recuerda que los jugadores Mercado y Mora le prometieron venir a visitar la Basílica después de ganar la Copa Libertadores.

Saben también clasificar donaciones: los alimentos para la ayuda inmediata, los productos de limpieza para cuando baje el agua. Salen todos los días 500 bolsas de alimentos no perecederos y agua. “Yo pienso que si nosotros tenemos que hacer todo esto es porque hay alguien que no está haciendo bien su tarea. Es un hueco que el Estado no llena”, dice Diego (41), que está hace 4 años en Luján y ya ha luchado contra el agua en varias ocasiones.

“Esta es la peor de las inundaciones que tuve que vivir, y según dicen todos, la peor desde la que arrasó todo en el año 1985. Ya nos volvimos especialistas de tanto actuar”, asegura. “La gente tiene una gran tristeza. Bronca no, pero si tristeza. Me dicen: ‘Me robaron los recuerdos, las fotos de toda una vida, los muebles de mi abuela’. Y contra eso me quedo sin palabras. Lloramos con ellos. No podemos abandonar a nuestra gente”, dice Diego. Se hace de noche en Luján y es momento de descansar, después de más de 12 horas de trabajo. Arranca bien temprano, a las 7.30 de la mañana, con la entrega de los primeros desayunos. Después la coordinación de los voluntarios y la entrega en los barrios más necesitados, hasta que la luz del día lo permita. El fin de semana largo serán días intensos de trabajo. El agua está bajando, pero queda mucho por hacer. Y los curas de la Basílica de Luján lo saben mejor que nadie.

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