El amor conyugal es un don divino siempre acechado por “ladrones” que, si no se enfrentan, destruyen la vida emocional, espiritual y afectiva de la pareja.
Al pasar por la Librería Cuesta, como habitualmente lo hago, encontré en el espacio de libro de dominicanos la obra “Los 8 ladrones de la vida de la pareja” del doctor Joaquín Disla. Se trata de una obra de orientación espiritual, psicológica y práctica que busca ayudar a los matrimonios a reconocer y superar las fuerzas que amenazan su plenitud.
Inspirado en las palabras de Jesús en Juan 10:10: “El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” Disla presenta el amor conyugal como un don divino constantemente acechado por “ladrones” que, si no se identifican y enfrentan, destruyen la vida emocional, espiritual y afectiva de la pareja.
A lo largo de sus capítulos, el autor combina su amplia experiencia pastoral y clínica con un enfoque bíblico y psicológico, ofreciendo una lectura profunda, realista y esperanzadora sobre los desafíos del matrimonio.
1. La idealización de la pareja
El primer ladrón aparece cuando los esposos no se relacionan con la persona real, sino con una versión idealizada del otro. Cada individuo lleva al matrimonio su historia, heridas y expectativas no resueltas, lo que lo lleva a proyectar sobre el cónyuge sus anhelos o carencias.
Esta idealización genera frustración y desgaste, pues nadie puede sostener una fantasía. Superarla implica reconocer las propias heridas, aceptar al otro en su humanidad —con virtudes y defectos—, y dejar que la gracia de Dios sane las falsas expectativas que impiden amar con realismo.
2. La pérdida de la individualidad
El segundo ladrón surge cuando uno de los cónyuges pierde su identidad personal al quedar atrapado en los roles familiares (esposo, esposa, padre o madre). Este olvido del “yo” produce una relación desequilibrada y carente de reciprocidad.
Disla recuerda, a la luz del Salmo 139, que cada persona es una creación única de Dios. Amar no significa desaparecer, sino compartir desde la identidad propia. Recuperar la individualidad requiere autoestima, proyectos personales y la comprensión de que “ser una sola carne” no implica perderse, sino caminar juntos conservando la esencia de cada uno.
>>>>> Sigue el Canal de Evangélico Digital en WhatsApp, actualizado al minuto con los artículos y noticias publicados
3. La comunicación sin diálogo
El tercer ladrón no es la falta de comunicación, sino la ausencia de diálogo verdadero. Disla enseña que es imposible no comunicarse, pero muchas parejas hablan sin escucharse ni encontrarse.
El diálogo auténtico exige apertura, escucha activa, empatía y presencia interior. Inspirado en la actitud bíblica del Hineni (“heme aquí”), el autor propone estar disponible para el otro desde la entrega y la atención mutua. Solo así la relación se convierte en un espacio de comunión, comprensión y gracia.
4. El manejo inadecuado de los terceros
El cuarto ladrón se presenta cuando “terceros” —personas o cosas— invaden el espacio íntimo del matrimonio. Familias, amistades, trabajo o redes sociales pueden ocupar el lugar que pertenece a la pareja. Cuando los límites no están claros, surgen conflictos de lealtades, especialmente con los padres o con el entorno.
Disla invita a identificar esos terceros, establecer límites saludables y aprender a decir “no” cuando sea necesario. La pareja que protege su intimidad fortalece su alianza de amor y asegura la estabilidad emocional y espiritual del hogar.
Joaquín Disla
5. El mal manejo del dinero
El quinto ladrón tiene que ver con la administración inadecuada del dinero, que refleja el estado del corazón. Para Disla, la economía familiar es un asunto espiritual y moral: el dinero debe servir a la pareja, no dominarla. Los problemas financieros —endeudamiento, desigualdad, falta de planificación o gasto compulsivo— provocan desconfianza y tensión.
El autor propone una gestión económica conjunta, basada en la transparencia, la fe y la responsabilidad, recordando que el trabajo es un mandato divino y una expresión de madurez.
6. La pérdida del proyecto común
El sexto ladrón surge cuando la pareja pierde el sentido de propósito compartido. El matrimonio no es un estado pasivo, sino un proyecto que necesita dirección, metas y esfuerzo. Cuando la rutina o el individualismo apagan esa visión, la relación se vacía. Disla exhorta a las parejas a redescubrir su misión común —sea espiritual, familiar o profesional— y a comprometerse nuevamente con el futuro que los une.
El amor, afirma, necesita horizonte: cuando deja de proyectarse, comienza a morir.
7. El desequilibrio en el dar y recibir
El séptimo ladrón aparece cuando se rompe la reciprocidad del amor. Una relación sana exige equilibrio entre el dar y el recibir; cuando uno da siempre y el otro solo recibe, se instala el resentimiento y el desgaste.
Inspirado en el ejemplo de Cristo, Disla enseña que el amor debe ser generoso pero también justo, basado en la mutualidad. Restablecer ese equilibrio implica reconocer los desequilibrios afectivos, dialogar y renovar los acuerdos de justicia y gratitud mutua que sostienen el vínculo.
8. La dureza de corazón
El último ladrón, y el más destructivo, es la dureza de corazón: la incapacidad de perdonar, sentir o cambiar. Se manifiesta en el orgullo, la venganza y la indiferencia emocional, matando la relación desde adentro. El autor recurre a Ezequiel 36:26 —“Os daré un corazón nuevo”— para afirmar que solo Dios puede ablandar lo endurecido.
La verdadera sanidad proviene del Espíritu Santo, que renueva la capacidad de amar. La transformación comienza con humildad, perdón y rendición ante Dios, para restaurar la sensibilidad y la comunión perdida.
Advertencia final
En la conclusión, Disla retoma la metáfora bíblica del ladrón: el enemigo entra en casa cuando no se vela. Por eso, exhorta a las parejas a mantenerse vigilantes, prevenidas y espiritualmente alertas. Los ladrones no siempre llegan con violencia; muchas veces lo hacen disfrazados de rutina, descuido o “buenas intenciones”. Solo quienes oran, dialogan y protegen su relación con sabiduría pueden mantener la vida abundante que Cristo prometió.
Comentá la nota