Brasil; el obispo Verzeletti: sin el Evangelio domina la violencia

Brasil; el obispo Verzeletti: sin el Evangelio domina la violencia

Después del aumento de episodios brutales, habla el religioso de Castanhal y pide volver a ofrecer testimonio de Cristo con la vida, porque «si Él no está, la dignidad del hombre es pisoteada»

LUCIANO ZANARDINI

«Ven, Señor, a salvarnos». Es el coro del salmo 145 que se repite en las oraciones de monseñor Carlo Verzeletti, obispo de Castanhal, en Brasil, frente al imponente aumento de violencia que vive su diócesis. Primero una maestra, catequista de la parroquia de Villa Nova, fue violada, asesinada, cortada en pedazos y quemada por un colega. Después dos adolescentes de Bom Fim, después de haber sido sorprendidos robando una moto, fueron detenidos por un grupo de personas: uno fue quemado vivo y el cadáver del otro fue encontrado en un bosque. «¿Dónde acabó —afirmó Verzeletti— la misericordia predicada incesantemente durante este Año Santo? ¿Por qué hacer justicia por propia mano?». El obispo decidió celebrar la Misa del Gallo «para encontrar y escuchar a las familias heridas, para consolarlas y rezar con ellas y por las víctimas».

En estas últimas semanas, en Deolandia (Ciudad de Dios) fue descubierta una fosa con los restos de los cadáveres de una mujer y dos niños. «No puedo no pensar —continuó— en los inocentes, en los niños segados por las guerras, sepultados bajo los escombros de las casas, de las escuelas y de los hospitales bombardeados, víctimas del terrorismo y del narcotráfico, del hambre, devorados por las aguas del mar mientras huyen buscando la paz. ¿Hasta cuándo, Señor? No comprendo. Ven, Señor, a salvarnos». También en Villa Nova un chico, comprometido en la parroquia, estaba tratando de calmar a dos personas que se estaban peleando y recibió un balazo. «No solo en Siria se mata todos los días, sino también entre nosotros. El 12 de diciembre, en el Instituto de Medicina Legal, había trece cuerpos de jóvenes que murieron violentamente».

Es difícil comprender las causas. «Creemos que los culpables siempre son los otros. ¿Qué no hice para que estas barbaries sucedieran? ¿Qué obispo, pastor, padre y hermano soy yo? ¿Nosotros, los sacerdotes, hemos descuidado y abandonado a los hermanos y a las hermanas que el Señor nos ha encomendado, dejándolos a la merced de sus instintos y de sus pasiones, sin ofrecerles la Buena Noticia del Evangelio, el pan de la misericordia y nuestra cercanía y solidaridad?».

 

Monseñor Verzeletti, con humildad, reconoce los errores de la Iglesia. «También nosotros somos un poco culpables. Nuestra ausencia, o poca presencia, en las comunidades tiene sus consecuencias. Allí en donde no anunciamos ni ofrecemos testimonio del Evangelio con la vida, allí en donde falta el Evangelio, la dignidad del hombre es disminuida, pisoteada y despreciada. La vida parece no tener ningún valor. Se mata por nada. Impera la ley del más fuerte. El hombre se vuelve un lobo que desgarra sin piedad. La ausencia del Evangelio provoca violencia, división, injusticia, corrupción y muerte. Sin Dios, las relaciones con las personas se ven afectadas. Los demás no son reconocidos y acogidos como hermanos e hijos de Dios».

Cuando es acogido el Evangelio, nos ayuda a reconocer la violencia que llevamos en nuestro interior y nos cura con la misericordia de Dios. Esta es la lección que ofrecieron el esposo y la hija de la catequista asesinada: eligieron no clamar venganza, sino que mezclaron en silencio el llanto y la oración. Pero sigue existiendo el problema de un tejido familiar lacerado.

«Padres ausentes, hijos abandonados a su suerte, no amados, sofocados con falsas premuras o llenos de cosas fútiles. Ilusionados por las drogas y el dinero fácil. Frente a este contexto de crisis espiritual, moral, social y económica, estamos llamados a romper el círculo del miedo, de la sospecha, del instinto violento y colectivo que lleva a hacer justicia por propia mano». Como dice el Papa: «Debemos recorrer el sendero de la no violencia en primer lugar al interior de la familia».

Es por ello que la diócesis eligió, para este 2017, acompañar «con mayor atención a la familia y, en particular, a los padres. Sobre todo a los que pasan mayores dificultades. Visitándolos en sus casas, escuchándolos, consolándolos, animándolos, compartiendo con ellos nuestra experiencia de fe».

Sin descuidar el aspecto social. «Con la Escuela de Artes São Lucas, concebida y pensada para chicos, adolescentes y jóvenes que viven en situaciones de exclusión social, estamos ofreciendo diferentes cursos profesionales con el objetivo de ayudarlos a descubrir, potenciar y desarrollar el propio talento. Y, sobre todo, queremos impulsar su autoestima, el respeto por sí mismos y por los demás, la dimensión interior, lugar del encuentro con Dios».

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