"Acordaos de los presos"

"Como si estuvierais presos juntamente con ellos"(Hebreos 13:3)

Con este dramatismo narrativo, Karina Donángelo, en su reportaje “Mi tatuaje me condena”, describe una cárcel de su país, Argentina.

“Los cuartos son estrechos y oscuros. Las camas, sucias y destartaladas, invitan a un descanso sepulcral. Los muros grises y húmedos transmiten frío y tristeza. Los pasillos parecen laberintos que no conducen a ninguna parte. A veces todo es calma, como si un velo impenetrable a los sonidos envolviera la cárcel. Entonces los prisioneros llenan el vacío de los días lentos, combatiendo el hastío de la soledad. Se oyen risas, juramentos, canciones soeces, gritos, insultos… Alguien fuma un cigarrillo como si fuera el último; y no es más que un suspiro final. En las cárceles todos conviven con reglas no escritas: son las leyes secretas del encierro. Muchos ocupan el tiempo grabando inscripciones en los muros, como escribas desterrados…”

Aunque aún se desconoce quién fue el autor del libro de Hebreos, solo por la vehemencia y la fuerza que tiene el llamado que hace, pocos podrían dudar que este escritor en una o más ocasiones estuvo preso. El pasaje bíblico de Hebreos 13:3 exhorta a recordar a los presos con una empatía profunda, identificándonos con ellos como si compartiéramos su encierro y sus sufrimientos.

Esta invitación que puede ser leída en la versión “Dios Habla Hoy” como en la “Nueva Versión Internacional”, no se limita a un gesto ocasional, sino que demanda un compromiso solidario que involucra al creyente en el plano emocional y espiritual, abarcando también a los maltratados como si se padeciera en carne propia.

 

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En una visita que realicé al penal de La Victoria, en Santo Domingo, me sorprendió profundamente un letrero colocado en el interior de una celda. Decía, con letras firmes y sencillas: “Todo tiene un final”. Uno de los reclusos, al notar mi interés, comentó: “Esa frase nos sirve de consuelo”.

Mientras conversaba con algunos de ellos, el bullicio de un culto vibrante llenaba el ambiente desde el patio. Las voces, acompañadas de palmas y cantos, resonaban con fuerza.

Entre los internos, un joven de unos 22 años, de porte atractivo y acusado de un sonado homicidio, me dijo: “Fíjate, eso es lo que no me gusta de la predicación: hacen tanta bulla que uno casi no entiende nada. Ayer, uno pasó con una Biblia, voceando cosas que me parecieron interesantes. Lo detuve y le pedí que viniera aquí, a la celda, para que habláramos con calma”.

En estas experiencias, se evidencia que muchos reclusos buscan algo más que ayuda material: anhelan atención, una mirada comprensiva y la confirmación de que siguen siendo seres humanos con valor. La realidad es que algunos llevan años sin recibir la visita de un familiar o amigo, lo que incrementa su sensación de abandono.

El texto, así, subraya que el llamado bíblico a “acordarse” de ellos implica entrar en su mundo y compartir con palabras de consuelo y apoyo su la inmensa soledad en que se desgatan. Con todo, la presencia evangélica en las cárceles es notoria e impacta muchas vidas, pero se puede hacer más y mejor.

Un modelo inspirador a seguir es la trayectoria de nuestro hermano Enemencio Camilo Rodríguez, presidente del ministerio Acordaos de los Presos. Desde hace décadas, esta obra lleva la Palabra de Dios a las cárceles de la República Dominicana y ofrece asistencia a decenas de niños cuyos padres cumplen condena. Además, ha gestionado indultos para reclusas en ocasión del Día Internacional de la Mujer, resaltando los casos de madres que han evidenciado cambios profundos y mantienen la responsabilidad de criar a hijos menores.

Su seguimiento a personas privadas de libertad es tan elocuente como impresionante. Con sus testimonios se puede escribir un volumen tan grande como “Los miserables”, de Victor Hugo.

“Quienes más se ocupan de las cárceles suelen hacerlo por iniciativa personal o integrándose a pequeños ministerios, muchos de ellos dirigidos por personas que conocieron a Cristo durante su tiempo de reclusión. Sin embargo, son pocos los concilios o grandes ministerios que cuentan con un departamento oficial y permanente dedicado a esta labor. Las organizaciones evangélicas deben incluir en sus agendas iniciativas que impacten de manera efectiva en las cárceles, donde la necesidad espiritual y humana es tan urgente”

Que el Señor despierte en nosotros la sensibilidad de Hebreos 13:3, y que podamos servir a los presos como si estuviéramos encerrados junto a ellos.

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