Bajo el signo del ecumenismo las últimas horas del Beato salvadoreño. Relato del anglicano Wipfler en la reconstrucción del blog Super Martyrio
por Alver Metalli
El asesinato del sacerdote Rutilio Grande incidió profundamente en la “conversión” de la concepción ecuménica de monseñor Romero, que hasta ese momento se mantenía dentro de las rígidas fórmulas doctrinales del tradicionalismo de su tiempo en cuanto a las relaciones con el mundo protestante. Mundo que en El Salvador, resulta oportuno aclararlo, tenía el rostro agresivo de las sectas pentecostales. Los biógrafos de Romero muestran como fue madurando a partir de ese momento la posición ecuménica de Romero, centrada fundamentalmente en relaciones de amistad personal con representantes de otras denominaciones cercanas y más alejadas del catolicismo. En este sentido hay un elemento poco conocido en los últimos días de monseñor Romero. Un fragmento de tiempo que ahora el blog Super Martyrio completa gracias a los apuntes de un interlocutor “ecuménico” del arzobispo de San Salvador, el sacerdote anglicano William Wipfler. Como Director de la Oficina de Derechos Humanos del Consejo Nacional de Iglesias entre 1977 y 1988, el 23 de marzo, día anterior al asesinato del arzobispo, Wipfler se encontraba en El Salvador.
La relación con Romero había comenzado tiempo atrás por correspondencia, poco después de que fuera nombrado arzobispo de San Salvador en febrero de 1977. En aquel momento Wipfler recibió de una de sus fuentes en El Salvador un informe alarmado sobre el nuevo titular de la máxima cátedra del país, al que describía como conservador y nada propenso a las relaciones interreligiosas. Pero la misma fuente revisa sus anteriores consideraciones después del asesinato de Rutilio Grande observando la reacción de Romero frente a ese trágico evento. En un nuevo informe para Wipfler afirma que esa reacción contenía la promesa de que Romero retomaría la defensa de los pobres del mismo P. Grande. El sacerdote anglicano escribió entonces una carta a Romero expresándole sus condolencias por la muerte del P. Grande y ofreciéndole el apoyo del Consejo Nacional de Iglesias. Pasado un mes, Wipfler recibió una nota de agradecimiento de puño y letra de Romero, donde lo invitaba a visitarlo. La visita se concretó poco tiempo después del intercambio epistolar que da a coneocer Carlos Colorado, director deSuper Martyrio. La relación Wipfler-Romero se mantuvo a pesar de la distancia y las visitas se repitieron. Hasta la última, la fatídica semana del asesinato de Romero.
Wipfler – escribe Colorado – llegó a San Salvador el 21 de marzo de 1980, integrando una delegación de líderes interreligiosos que representaban 34 iglesias protestantes y ortodoxas e incluía también un sacerdote católico. El 22, el grupo se reunió con colaboradores del arzobispo, algunos de ellos pertenecientes a la Oficina de Socorro Jurídico, y posteriormente con el mismo Romero. “El arzobispo fue cordial y acogedor, y expresó su agradecimiento por la amplia composición del grupo. Con palabras contundentes describió después la espiral de “barbarie” que vivía el país. Habló de las torturas a los presos políticos, como cortarles los dedos, quemar sus rostros con ácido, arrojar los cuerpos desnudos a la calle después de torturarlos y asesinarlos y otros indicadores preocupantes de una sociedad cuya moral estaba siendo destrozada. Romero le pidió al sacerdote católico del grupo que concelebrara con él la misa al día siguiente e invitó a asistir a los demás.
El domingo 23 de marzo el grupo ecuménico participó de la misa en la catedral de San Salvador, donde hoy se encuentra la tumba de Romero. Wipfler llegó temprano para la misa de las 8 de la mañana y la iglesia ya estaba llena. Había “un par de miles de personas en la iglesia” y estaban de pie. La delegación ecuménica se ubicó cerca del altar. “Más gente se reunía en la calle, donde los trabajadores estaban instalando parlantes para que la audiencia que no lograba entrar al templo pudiera escuchar el sermón de Romero, el atractivo principal en un domingo en El Salvador en esos tiempos”. Romero hizo referencia a la presencia de sus invitados especiales, los saludó, explicó a los fieles quiénes eran y pidió un fuerte aplauso para ellos.
Entonces Romero comenzó su sermón usando su habitual fórmula homilética, describe el anglicano Wipfler. Empezó hablando de las lecturas bíblicas para ese día. Fue una “maravillosa presentación sobre el éxodo [bíblico] y el regreso”, y también del éxodo de El Salvador, recuerda. Después analizó los acontecimientos en la vida de la Iglesia y en la vida nacional—la parte que Wipfler llama “el catálogo”. Era una letanía “de violaciónes de derechos humanos, y alguna conclusión que era una exigencia moral o de ética o una respuesta cristiana explícita en esa situación”. Era un “uso brillante de las lecturas bíblicas del día aplicadas a la situación contemporánea”, observa Wipfler. “Creo que todo predicador quisiera tener esa capacidad de poder decir, miren, aquí está esta escritura de 2.000 años de antigüedad y se está refiriendo a este propio momento”. Romero tenía la capacidad de mantener a los fieles “pendientes de cada palabra”. Hablando de la situación nacional “le dio a las dos partes”, relata Wipfler, señalando que no dejó escapar a la guerrilla de sus críticas, denunciando un incidente en el que “los rebeldes habían golpeado brutalmente a un policía”. Pero el final del discurso fue contundente. Después de relatar el catálogo de la barbarie de esa semana, con ejecuciones extrajudiciales por el ejército, Romero dijo que si los soldados recibían órdenes de matar a civiles inocentes, debían desobedecerlas, porque “Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios.” Para contrarrestar del todo cualquier directiva en ese sentido, Romero emitió su propia directiva: “En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”. La basílica –refiere Wipfler- estalló en un aplauso sostenido, que duró casi medio minuto, la ovación más larga que Romero había recibido durante su sermón, que fue interrumpido por aplausos veintiún veces. Wipfler relata un detalle emblemático de la actitud de Romero. “Me sorprendió el hecho de que Mons. Romero fue el único que dio la comunión, a diferencia de otras situaciones en las que hay una gran congregación y la Comunión la distribuyen varios sacerdotes por la baranda del altar”. Después sigue diciendo: Él dio la comunión a absolutamente a todo mundo en la iglesia; se demoró más de media hora”. Parece que Romero entendía que la gente venía a verlo a él, algunos viajando largas distancias a la capital para estar allí. “Creo que muchos de ellos se habrían sentido defraudados si hubiera sido por cualquier otro”.
Pero a continuación Super Martyrio revela un hecho aún más significativo: “Al no ser un católico, Wipfler comprendió que no era elegible para recibir la Comunión bajo las normas de la Iglesia, por lo que utilizó ese tiempo para arrodillarse en oración, con los ojos cerrados, mientras Romero distribuía la Eucaristía. Entonces, oyó la voz de Romero. “¿Le gustaría recibir Comunión, Padre?”, le preguntó. Romero estaba caminando por toda la iglesia distribuyendo la comunión en varios puntos y había llegado hasta donde se encontraba Wipfler. “Dije que sí. Y me dio la Comunión. Me conmovió mucho. Fue un gesto increíble”, confiesa Wipfler.
Al día siguiente, 24 de marzo de 1980, Romero fue asesinado.
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