El Papa: Isaías no era comunista, advertía sobre la avidez

El Papa: Isaías no era comunista, advertía sobre la avidez

En la Audiencia general Francisco volvió a hablar sobre la misericordia en la Biblia: el poder sin servicio se transforma en arrogancia y dominio. EL episodio de Nabot no es una historia de otros tiempos

Por IACOPO SCARAMUZZI - CIUDAD DEL VATICANO

«¡ Ay de los que acumulan una casa tras otra y anexionan un campo a otro, hasta no dejar más espacio y habitar ustedes solos en medio del país!». Así hablaba el profeta Isaías, a quien citó el Papa hoy durante la Audiencia general en la Plaza San Pedro: «Y el profeta Isaías ¡no era comunista!». Francisco prosiguió su ciclo de catequesis en el marco del Jubileo de la Misericordia en la Biblia, y subrayó que «si se pierde la dimensión del servicio, «el poder se transforma en arrogancia y se convierte en dominio y atropello. Es lo que sucede en el episodio de la viña de Nabot».

En diferentes pasajes de la Sagrada Escritura, dijo el Papa, «se habla de los potentes, de los reyes, de los hombres que están “en lo alto”, y también de su arrogancia y de sus prepotencias. La riqueza y el poder son realidades que pueden ser buenas y útiles al bien común, si son puestos al servicio de los pobres y de todos, con justicia y caridad. Pero, como muchas veces sucede, si son vividas como privilegio, con egoísmo y prepotencia, se transforman en instrumentos de corrupción y de muerte».

Es lo que sucede en el episodio de la viña de Nabot, descrito en el Primer Libro de los Reyes, capítulo 21. El Papa reflexionó sobre esta lectura que narra la historia del soberano Ajab que quería conquistar la viña de un hombre que se llamaba Nabot, quien se negaba por una antigua tradición de Israel, según la cual la tierra era don del Señor, y por lo tanto inalienable. El rey «reacciona a este rechazo con amargura y desdén», y decide matar a Nabot.

«Jesús, recordando estas cosas, nos dice: ‘Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo’ (Mt 20,25-27). Si se pierde la dimensión del servicio, el poder se transforma en arrogancia y se convierte en dominio y atropello. Es lo que sucede en el episodio de la viña de Nabot. Jezabel, la reina, de modo despreocupado, decide eliminar a Nabot y pone en obra su plan. Se sirve de las apariencias mentirosas de una legalidad perversa: envía, en nombre del rey, cartas a los ancianos y a los importantes de la ciudad ordenando que falsos testigos acusen públicamente a Nabot de haber maldecido a Dios y al rey, un crimen que se castiga con la muerte. Así, muerto Nabot, el rey puede apropiarse de su viña. Y esta no es una historia de otros tiempos, es también historia de hoy, de los poderosos que para tener más dinero explotan a los pobres, explotan a la gente. Es la historia de la trata de personas, del trabajo esclavo, de la pobre gente que trabaja clandestinamente y con el salario mínimo para enriquecer a los poderosos. Es la historia de los políticos corruptos que quieren más y más y más. Por esto decía que nos hará bien leer aquel libro de San Ambrosio sobre Nabot, porque es un libro de actualidad. Es aquí donde llega el ejercicio de la autoridad sin respeto por la vida, sin justicia, sin misericordia. Y a esta cosa lleva la sed de poder: se hace codicia que quiere poseer todo. Un texto del profeta Isaías es particularmente iluminador al respecto. En ello, el Señor advierte contra la avidez de los ricos latifundistas que quieren poseer siempre más casas y terrenos. Y dice el profeta Isaías: ‘¡Ay de los que acumulan una casa tras otra y anexionan un campo a otro, hasta no dejar más espacio y habitar ustedes solos en medio del país!’ (Is 5,8). Y el profeta Isaías ¡no era comunista! Dios, pero, es más grande de la maldad y de los juegos sucios hechos por los seres humanos. En su misericordia envía al profeta Elías para ayudar a Ajab a convertirse. Ahora giremos la página, y ¿cómo sigue la historia? Dios ve este crimen y toca también el corazón de Ajab y el rey, puesto delante a su pecado, entiende, se humilla y pide perdón. ¡Qué bello sería si los poderosos explotadores de hoy hicieran lo mismo! El Señor acepta su arrepentimiento; sin embargo, un inocente ha sido asesinado, y la culpa cometida tendrá inevitables consecuencias. El mal realizado de hecho deja sus huellas dolorosas, y la historia de los hombres lleva sus heridas».

«La misericordia —concluyó el Papa— muestra también en este caso la vía maestra que debe ser buscada. La misericordia puede sanar las heridas y puede cambiar la historia. ¡Abre tu corazón a la misericordia! La misericordia divina es más fuerte del pecado de los hombres. ¡Es más fuerte, este es el ejemplo de Ajab! Nosotros conocemos su poder, cuando recordamos la venida del Inocente Hijo de Dios que se ha hecho hombre para destruir el mal con su perdón. Jesucristo es el verdadero rey, pero su poder es completamente diverso. Su trono es la cruz. Él no es un rey asesino, sino al contrario da la vida. El dirigirse hacia todos, sobre todo a los más débiles, derrota la soledad y el destino de muerte al cual conduce el pecado. Jesucristo con su cercanía y ternura lleva a los pecadores al espacio de la gracia y del perdón».

Comentá la nota