Mons. Joaquín Alonso recuerda el encuentro de Mons. Romero con san Josemaría, en 1974, ocasión en la que pudo tratar al futuro beato.
Mons. Joaquín Alonso (Sevilla, 1929), licenciado en Derecho y doctor en Derecho Canónico, convivió en Roma con san Josemaría y trabaja desde hace años junto al prelado del Opus Dei. Lleva 62 años en la capital italiana, donde además es Consultor Teólogo de la Congregación para las Causas de los Santos. En esta entrevista habla de Mons. Óscar Romero, que será beatificado el próximo 23 de mayo en San Salvador(link al website de la beatificación).
—Mons. Alonso, ¿cómo conoció al futuro beato Óscar Romero?
—Lo conocí en Roma, en 1974. El 30 de octubre de aquel año vino a Roma —no era la primera vez— y san Josemaría, que lo iba a recibir unos días después, el 8 de noviembre, me pidió que lo atendiese. Mons. Romero había sido nombrado obispo de Santiago de María, en El Salvador, unos días antes de emprender el viaje.
Mons. Romero me comentó que ese viaje a la Ciudad Eterna era providencial, pues le estaba ayudando a salir del ambiente habitual, a tomar un poco de distancia y a ver desde otros horizontes el pequeño mundo, decía, que le pesaba. Él sentía la carga de la responsabilidad que suponía su nueva sede episcopal, y necesitaba sentirse escuchado y animado.
—¿Guarda algún recuerdo de esas fechas?
—Para mí esta visita supuso una oportunidad de hablar con Mons. Romero durante mucho tiempo y bastante a fondo. Fueron conversaciones fraternas y muy sacerdotales. Entre otras cosas, Mons. Óscar Arnulfo Romero me comentó que, desde principio de los años 60, tenía dirección espiritual con un sacerdote del Opus Dei, don Juan Aznar, que falleció en marzo del 2004.
Más adelante conocí algunos detalles de ese trato con don Juan Aznar. Por ejemplo, en una carta de 1970 le había confiado: “Nadie más que usted mismo comprende mi alma" y, en 1973, al felicitarle la Navidad, expresaba: “No olvido nunca sus sabias orientaciones". El beato Óscar Romero era un sacerdote agradecido, y me emocioné cuando supe que había muerto precisamente mientras celebraba la Eucaristía, la acción de gracias por excelencia.
—¿Cómo fue el encuentro de Mons. Romero con san Josemaría?
—San Josemaría le recibió el 8 de noviembre. La conversación se extendió casi una hora y, al finalizar, Mons. Romero me confió que ese encuentro le había dejado hondamente impresionado. Me dijo que se había sentido confortado en su fe por san Josemaría y que el fundador del Opus Dei le había abrazado, haciéndole sentirse querido y acompañado. Mons. Romero llamó “hombre de Dios" a san Josemaría y aprovechó el encuentro para invitarle a visitar Centro América, cosa que pudo realizarse en 1975.
Mons. Romero también pudo saludar en aquel viaje al beato Pablo VI, y le alegró escuchar unas palabras de aliento por su parte. Después, me dijo que ese viaje le recordaba sus primeros años de sacerdocio y lo consideraba como un regalo de Dios.
—¿Continuó ese trato en los años sucesivos?
—Recuerdo que el 26 de junio de 1978 —tercer aniversario de la marcha al Cielo de san Josemaría— vino a celebrar la Santa Misa en la cripta de Santa María de la Paz, donde entonces reposaban los restos mortales del fundador. Yo lo asistí, junto con Mons. Francisco Vives. Pronunció una breve homilía llena de cariño y agradecimiento a san Josemaría, señalando que, desde el primer momento en que se habían conocido, se sintió atendido como un hermano. Palabras que dejó escritas también en una carta.
Esto tuvo lugar, como he dicho, en 1978, un año después de que Mons. Romero hubiera sido nombrado arzobispo de San Salvador. Entonces, como comentó públicamente, era otro sacerdote del Opus Dei, Mons. Fernando Sáenz Lacalle, quien le acompañaba espiritualmente.
—¿Qué pensó al saber de su muerte?
—La trágica noticia me causó una gran emoción y, al mismo tiempo, me surgió el deseo de acompañarle con la oración y de recurrir a su intercesión para pedirle por la Iglesia en América Latina. También fue un motivo de agradecimiento al Señor, pues me ha dado la oportunidad de conocer personalmente a este hombre de Dios.
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