Mons. Castagna: “Recibirlo y hacernos hijos de Dios”

Mons. Castagna: “Recibirlo y hacernos hijos de Dios”

“Recibir al Hijo de Dios, revestido de nuestra carne, es hacernos, con Él, hijos de su Padre. Es un pensamiento conmovedor, inspirado por el mismo Jesús, que debiera llegar a cada persona, para hallar el rumbo hacia la Verdad, la que hace verdaderos a quienes la reciben”, recordó el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna.

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, consideró que tras el tiempo de Navidad y el amanecer del 2020 “es preciso mirar el futuro inmediato como una tarea nueva a realizar”.

“En ella se nos propone escuchar la Palabra: “A todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios””, recordó en su sugerencia para la homilía dominical.

El prelado explicó que “recibir al Hijo de Dios, revestido de nuestra carne, es hacernos, con Él, hijos de su Padre”.

“Es un pensamiento conmovedor, inspirado por el mismo Jesús, que debiera llegar a cada persona, para hallar el rumbo hacia la Verdad, la que hace verdaderos a quienes la reciben”, sostuvo.

Monseñor Castagna señaló que “Juan es un aprovechado discípulo en el conocimiento de Quien es la Verdad para todos y todo. Aprendió en la escuela apostólica del Divino Maestro y, luego, junto a quien conocía mejor que nadie al Señor: la Virgen Santísima. Juan se constituye, sin pretenderlo, en un perito que testimonia con su vida lo que enseña con sus palabras”, concluyó.

Texto de la sugerencia1.- San Juan Apóstol y evangelista. Hemos ingresado en el año 2020, después de atravesar el Adviento y la Navidad del año 2019. La Iglesia aclimata este nuevo año de la mano de San Juan, Apóstol y evangelista. Es el gran experto en el conocimiento de Dios Amor y de su Verbo. Es aquí donde se concentra toda la ciencia y la santidad. El Espíritu de un Pentecostés, ya celebrado, ha expandido su presencia vivificadora. Sabemos, sin acabar de dimensionarlo, que para la joven Iglesia, la animación del Espíritu Santo durante aquel primer siglo, es fundamental: una amplia catequesis sobre la vida y las enseñanzas del Divino Maestro y la organización de las primeras comunidades, recién expuestas a la luz de un mundo poco propicio para la aceptación del Evangelio. Sobrevendrán las persecuciones externas y los desencuentros internos. Juan es el místico y el teólogo de los Doce. En su avanzada ancianidad deja a la Iglesia esta versión del Evangelio y su testimonio invalorable. Sumergido en la contemplación se constituye en el referente más autorizado y calificado para aquellas comunidades eclesiales en desarrollo. Su enseñanza se impone como el cierre y perfección de la Divina Revelación. Así debe ser leído y escuchado.

2.- El amor, fuente de conocimiento. El Apóstol Juan nos conduce al conocimiento de Cristo, la Palabra que: “Al principio existía… y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”. (Juan 1, 1) Al atestiguar - junto a los restantes Apóstoles - que Cristo ha resucitado, reconoce públicamente su divinidad y la eficacia de la Redención. La concentración del Apóstol amado, en la persona del Hijo de Dios encarnado, abre la perspectiva de la vida de todo discípulo. Lo que contempla es lo que necesita la Iglesia para mantener firme el rumbo en medio de la tormenta. El amor hace fuertes a los contendientes, la violencia y el odio los debilita. Juan, al contrario de Pedro, se atreve a seguir a Jesús, con María y las santas mujeres, hasta descenderlo de la Cruz y depositarlo en brazos de su Madre. ¿De dónde saca el vigor interior para vencer el miedo y la cobardía? Del amor a su Maestro. Un amor tierno y varonil, el de David por Jonatán, capaz de guardar las confidencias del Dios Amigo y compartirlas con nuevos amigos. Por sus escritos es fácil deducir que el amor le da clarividencia y esencial contenido a su predicación. Juan llega a conocer a Dios porque lo ama. El prólogo de su Evangelio indica su capacidad de trascender al hombre Cristo, como encarnación del Verbo, para encontrarse cara a cara con su Dios y Señor. De allí que, en la ribera del mar de Galilea, lo identifica antes que Pedro y sus hermanos Apóstoles.

3.- En Cristo amamos y adoramos a Dios. El mensaje de Juan es claro; en Cristo vemos al Padre: “El que me ha visto, ha visto al Padre”. (Juan 14, 9) Y de Él recibimos el Espíritu. El amor a Cristo obtiene su entidad de la divinidad revelada en la Resurrección. En Él amamos y adoramos a Dios, y accedemos a su pleno conocimiento. Juan lo demuestra en su persona y ministerio apostólico. San Pablo probará, en su propia existencia y ministerio entre los gentiles, la validez de la doctrina de Juan. De esa manera, estos admirables discípulos podrán enseñar a los otros. Serán transmisores fieles del Magisterio del mismo Señor. El amor fiel a Jesús se constituye en el método evangelizador de los Santos Apóstoles y Pastores. Cuando ese método es abandonado, o reemplazado por otros, la acción evangelizadora se debilita hasta volverse ineficaz. Los auténticos evangelizadores son amigos de Cristo. Él los elige y envía: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo los elegí a ustedes, y lo destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero”. (Juan 15, 16) Pedro, el principal de los Apóstoles, recibe su peculiar ministerio, después de ser examinado en el amor a su Maestro y Señor.

4.- Recibirlo y hacernos hijos de Dios. Transcurrido el tiempo de Navidad y ya amanecido el año 2020, es preciso mirar el futuro inmediato como una tarea nueva a realizar. En ella se nos propone acoger la Palabra: “A todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios”. (Juan 1, 12) Recibir al Hijo de Dios, revestido de nuestra carne, es hacernos, con Él, hijos de su Padre. Es un pensamiento conmovedor, inspirado por el mismo Jesús, que debiera llegar a cada persona, para hallar el rumbo hacia la Verdad, la que hace verdaderos a quienes la reciben. Juan es un aprovechado discípulo en el conocimiento de Quien es la Verdad para todos y todo. Aprendió en la escuela apostólica del Divino Maestro y, luego, junto a quien conocía mejor que nadie al Señor: la Virgen Santísima. Juan se constituye, sin pretenderlo, en un perito que testimonia con su vida lo que enseña con sus palabras.

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